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Santa Cruz Urbana: Ejerciendo Ciudadanía desde la República de Mujeres

Ana Carola Traverso

Socióloga y urbanista

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Existió alguna vez una república de mujeres? No me refiero a la fantástica leyenda griega sobre las guerreras de Temiscira. Tampoco me refiero a los relatos en las crónicas españolas del siglo XVI, que da cuenta de pueblos enteros compuestos por mujeres amazonas (en pleno Amazonas) en 1545. En concreto, me refiero a la constatación de una “república de mujeres” descrita por viajeros del siglo XIX en nuestra América hispana.

Entre 1843 y 1847, el conde francés Francis de Castelnau describía la Santa Cruz que conoció como una república de mujeres. La razón: la cantidad de mujeres en la ciudad. Al ser la Santa Cruz de la Sierra de mediados del siglo XIX una sociedad cuya estructura social era predominantemente rural, la mayoría de los hombres se encontraba trabajando en lo que otrora se denominaba afueraelpueblo, tanto en agricultura, ganadería o comercio. Por lo tanto, la presencia de mujeres en la ciudad era evidente, siendo ellas las principales protagonistas de aquella realidad trashumante y dependiendo de ellas, todo aquello que pasara en sus confines. En el día a día y en los hechos, nuestra sociedad era una sociedad matriarcal.

Sabemos que esta “república de mujeres” fue una población económicamente activa. Varias décadas después de que Castelnau pasara por Santa Cruz, el censo de 1880 comprueba la distribución de oficios tradicionalmente femeninos. Los más comunes para mujeres fueron chocolateras, cigarreras, cocineras, costureras, bordadoras e hilanderas, domésticas y sirvientes, lavadoras y planchadoras y panaderas—oficios que correspondían a una ciudad pequeña, que se movía entre los espacios vitales privados y públicos, entre el oikos y el demos. Estos oficios eran oficios puebleros, para que aquellos desprovistos de tierras rurales, desarrollaran en la ciudad sus propias oportunidades económicas. La población pueblera del siglo XIX fue especializándose en menesteres artesanales, empujada por la necesidad de ganarse el pan de cada día.

Más allá del carácter femenino y pueblero de la ciudad, estos años también dan fe a propuestas urbanísticas para afrontar los problemas que aquejaban la pequeña urbe, a la república de mujeres. Es más, personajes dedicados a las artes, al periodismo y la política elaboraron sus propias “agendas” urbanas. Sabemos que entre las más sobresalientes están aquellas que intentaron consolidar el ejido urbano (adscribiéndose a un estilo de vida menos rural y letárgico), cuestionaron la calidad de los servicios básicos de su época (fuentes de agua, adoquinado de calles, higiene en espacios públicos), y exigieron mantenimiento a las viviendas. Y es que entre casas que yacían cerradas porque las familias vivían y trabajaban en el campo la mayor parte del año, a calles y aceras ocupadas por animales rumiantes, o a muros que amenazaban con caerse dado su descuido, la ciudad y sus habitantes comenzaban a manifestar la necesidad de cambios en el estilo de vida dominante.

Intuyo que la república de mujeres que se fue construyendo entre las décadas del siglo XIX, sentaba soberanía sobre una ciudad que no se adscribía del todo a una ideología burguesa, obsesionada por el embellecimiento o el recato victoriano. Esta sociedad tejía una ciudad y una cultura urbana más popular y orgánica, en donde su carácter pueblero dejaba que nacieran jardines con suculentas y líquenes en los tejados, apreciaba enormemente las galerías exteriores como continuación de las viviendas para reproducir allí las conversaciones a media tarde, y construían una relación más libre y menos pudorosa con su espacio inmediato, como las fuentes naturales de agua. Esta república imponía así, costumbres, prácticas y ritos sociales que, quizás sin saberlo, consolidaba un estilo de vida prosaico para sí, marcadamente femenino. De esta manera, nuestra “república de mujeres” se convertía en el germen de lo que hoy conocemos como el centro. De esa sociedad matriarcal, pueblera y apacible, brotarán las raíces de lo que se convertirá en nuestro primigenio espacio construido. Este espacio tradicional posteriormente comenzará a reflejar los cambios que vendrán años después a partir de la imposición de éticas y estéticas del siglo XX.

La Santa Cruz de 2022 no es la misma Santa Cruz que el conde de Castelnau describiera, desde luego, porque los ciclos de las ciudades son y serán eternamente cambiantes. A veces las ciudades, sus barrios o distritos viven períodos de auge, a veces padecen períodos de estancamiento o declive. En el peor de los casos, las ciudades pueden experimentar períodos de crisis prolongada que causan deterioros irreversibles debido a la desvalorización o pérdida del patrimonio material.

El centro de nuestra ciudad está hoy atrapado bajo regulaciones tributarias, de zonificación y movilidad, de gestión del espacio público y de gestión patrimonial que necesitan ser revisadas. En muchos casos, contienen normativas y procedimientos ortodoxos que ya no garantizan la reproducción de espacio urbano. Pensemos que mientras distritos enteros continúan beneficiándose de subvenciones generadas por y desde el centro de la ciudad, el centro languidece porque las políticas existentes no estimulan ciclos productivos virtuosos en sus confines. Esto dificulta la vida de quienes aún permanecen en el centro, mientras expulsa población y negocios, coartando su capacidad de regeneración y vida.

Pero no nos equivoquemos. No se trata de encajar una ciudad o estilo de vida que ya no existe más a un presente en condiciones críticas. Tampoco se trata de dar una sola respuesta o estrategia para revitalizar el centro. Devolverle vitalidad al caso viejo requiere plantear soluciones prácticas, estimulando el ejercicio de una ciudadanía activa, capaz de proponer nuevos modelos de gestión territorial con soberanía y legitimidad. En este sentido, necesitamos soluciones y nuevas formas de uso residencial, comercial y por qué no, industrial, artístico-cultural o ambiental. Estos estímulos, más la conservación y mantenimiento al patrimonio arquitectónico y la activación de nuestros espacios públicos con cultura viva, podrán inyectarle oxígeno al centro para que éste pueda seguir respirando. Para ello, necesitamos del ejercicio ciudadano de vecinos, usuarios, visitantes—de la ciudadanía en general constante y permanentemente.

La principal de las motivaciones del proceso de revitalización debe ser el deseo de reencontrarnos con nuestra historia y patrimonio, utilizando todas las herramientas necesarias para ello. Eso es exactamente lo que está en el corazón de todo proceso de reconversión o regeneración urbana. Cada gran e icónico espacio público en ciudades postindustriales, ha sido logrado a partir de la recuperación o revitalización urbana. Ello requiere estudiar nuestro pasado, ya que en él yacen los elementos imprescindibles para convertirlos en espacios únicos y especiales, mezclando sus infraestructuras vetustas, con el valor de su legado histórico y el espíritu vivo de su gente.

Por ello apelo a la memoria de la república de mujeres, por la naturaleza de reproducción orgánica del espacio y de su liderazgo en las esferas de vida pública y privada que caracterizó a la ciudad de antes. Bajo los cánones de una sociedad prosaica como aquella, podemos reclamar como nuestro el derecho a la ciudad, para definir qué pasará con nuestro patrimonio y cómo hacer para que ello valga la pena. Recuperemos pues, el espíritu de la Santa Cruz urbana primigenia. Volvamos a hacerlo nuestro, para así sentar soberanía no sobre un territorio mitológico o perdido, sino sobre un espacio que como cruceños, nos pertenece.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Ana Carola Traverso

Socióloga y urbanista

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