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Por Daniel Lacalle1
La semana pasada, Ursula Von Der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, lanzó dos mensajes que coparon los titulares. Primero, anunció una fuerte intervención del mercado eléctrico sin dar más ideas, y después afirmó en el Baltic Sea Energy Security Summit la propuesta de aumentar el mix de renovables al 45% del total para 2030 porque considera que esta no es una crisis energética, sino “una crisis de energías fósiles”.
Los mensajes de Von Der Leyen tienen dos problemas. El problema energético de Europa es por culpa del intervencionismo y aumentar masivamente las renovables no elimina el riesgo de dependencia de Rusia o China.
El mercado eléctrico europeo es, probablemente, el más intervenido del mundo. Más intervención no va a solucionar los problemas creados por un dirigismo que ha hecho el mix energético caro, volátil e intermitente.
Entre el 70 y el 75% de la tarifa eléctrica en la mayoría de los países europeos son costes regulados, subvenciones e impuestos fijados por los gobiernos y, en la parte restante, el coste de los permisos de CO2 lo han disparado esos mismos gobiernos limitando la oferta y el mix energético lo imponen por decreto. Pero el “problema” es el mercado, claro…
Llamar “libre mercado” al eléctrico, con los gobiernos imponiendo qué tecnologías componen el mix energético, monopolizando y limitando las licencias, prohibiendo invertir en unas tecnologías y cerrando otras y fijando el 75% de los costes además de imponer un coste de permisos de CO2 limitando la oferta es simplemente una broma.
Intervención fue cerrar nucleares y depender masivamente del gas natural y lignito como hizo Alemania. Intervención fue prohibir el desarrollo del gas natural no convencional autóctono en Europa. Intervención es destruir embalses cuando la hidráulica es clave para bajar la luz. Intervención es disparar las subvenciones en el momento equivocado y luego subir los impuestos a las tecnologías eficientes. Intervención es parar el gasoducto que duplicaría interconexiones con Francia. Intervención es prohibir la minería de litio mientras se vanaglorian de defender las renovables, que necesitan esa materia prima. Intervención es llenar la factura de los consumidores de impuestos y costes que no tienen que ver con el uso de energía. Intervención, en suma, es la cadena de errores en política energética que ha llevado a Europa a tener la electricidad y gas natural más del doble de caros que en EE.UU., como alertó Durao Barroso en 2013.
Ya lo explicamos en esta columna en junio de 2021. La luz en Europa no es cara por casualidad, sino por diseño. El aumento exponencial de subvenciones, costes regulados y del precio de los derechos de emisión de CO2 son decisiones políticas. La tarifa del consumidor alemán ha aumentado más de un 50% desde 2006 y solo el 24% son los costes de los suministradores. El Estado español recaudará en 2022 más de 2.500 millones de euros por venta de derechos de emisión, que es un impuesto encubierto y que nos venden como “mercado”.
Este mecanismo se diseñó para penalizar a las tecnologías contaminantes –mayor coste de producción– y premiar a las no contaminantes –mayor margen–. No se puede llamar “libre mercado” a un coste dirigido.
Ya hemos explicado en el pasado que la transición energética es cara y no se debe engañar a los ciudadanos. Eliminar energías de base (nuclear, hidráulica) que funcionan todo el tiempo y sustituirlas por renovables que necesitan de un respaldo de gas natural y fuertes inversiones en infraestructura es caro. Lo ha sido en toda Europa y lo va a ser.
Todo esto no significa que no se trabaje por una transición energética competitiva como hemos dicho varias veces. Pero no se puede olvidar la palabra competitiva. Y más intervención no soluciona los problemas.
Hay que sacar conceptos que no tienen nada que ver con el consumo eléctrico de la tarifa, incluyendo errores de planificación del pasado, y bajar unos impuestos que son inasumibles.
El mercado no es perfecto pero la intervención gubernamental es, en la inmensa mayoría de casos, imperfecta por definición. Los gobiernos son muy malos escogiendo ganadores, pero son aún peores escogiendo perdedores. Y, lo que es peor, deja una estela de deuda y sobrecostes que pagamos todos.
¿Cosas que pasan cuando el gobierno dice que arregla “errores de mercado”? Cierra nucleares por obsesión ideológica y depende en un 40% de su mix del carbón, lignito y del gas –especialmente el ruso– como Alemania. Lleva a su empresa pública bandera al borde de la quiebra, como Francia. O, como España, crea un conflicto diplomático con su mayor suministrador de gas y, con ello, España duplica las compras de gas a Rusia desde el inicio de la guerra.
Ahora, la Unión Europea se apresura a instalar nuevas plantas de regasificación flotantes. Más de 30. ¿El problema? Que la práctica totalidad de barcos de gas natural licuado para este invierno están ya contratados.
Los mismos gobiernos que se negaron a fortalecer las cadenas de suministro de gas natural cuando era barato son los que ahora se apresuran a gastar ingentes cantidades en soluciones de baja eficacia.
Instalar renovables no elimina la dependencia del gas natural. Las renovables son, por definición, intermitentes y volátiles además de no planificables. Por supuesto, instalar muchas más renovables también requiere un ingente gasto en inversiones de transmisión y distribución, que encarece la tarifa.
Claro que hay que invertir más en renovables, pero no podemos decir que son la solución total y única. El problema de almacenamiento, el coste astronómico de una red de baterías y la infraestructura necesaria, calculado en más de dos billones de euros si fuera viable, son factores clave. Si hoy tuviésemos un mix 100% solar y eólica, éste sería excesivamente volátil e intermitente, no se elimina la dependencia del gas natural que es necesario como respaldo, ni la necesidad de hidráulica y nuclear, energías de base que funcionan todo el tiempo. Adicionalmente, las renovables, que son esenciales, no reducen la dependencia de otros países. Pasamos a depender de China y otros países en litio, aluminio, cobre, etc…
Instalar un 45% de renovables en el mix no elimina la dependencia del gas natural, solo lo reduce levemente en la parte del factor de carga renovable que es más estable (parte de la eólica). De hecho, la dependencia en periodos de baja eolicidad y bajo rendimiento solar sería elevadísima y, como ya hemos vivido, coincide con los periodos en los que el gas y el carbón son más caros por mayor demanda.
Si hay algo que esta crisis nos demuestra es que lo que necesita Europa es más mercado y menos intervención. Hemos llegado a esta crisis por una combinación de arrogancia e ignorancia por parte de los legisladores que controlan el mix y la planificación energética. La importancia de un mix equilibrado, con nuclear, hidráulica, gas y renovables es más evidente cada día.
Europa no puede quedar ante el mundo como un fracaso de política energética que lleve a otros países a rechazar las nuevas tecnologías.
La política energética intervencionista ha fracasado estrepitosamente. Más dirigismo no lo va a solucionar. Solo con un sistema de mercado realmente libre con una visión industrial y energética, no ideológica, podremos conseguir una transición energética que cumpla los dos pilares básicos, garantizar la seguridad de suministro y ser competitiva.
1es economista jefe de Tressis y profesor de IE Business School y del Instituto de Estudios Bursatiles de la Universidad Complutense de Madrid. Es autor de La Gran Trampa, Viaje a la Libertad Económica y otras obras, varias traducidas al inglés, chino y portugués y miembro del Consejo Asesor de la Fundación Rafael del Pino.
*Este artículo fue publicado en elcato.org el 13 de septiembre de 2022