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Evo Morales se resiste a dejar el poder, aunque en realidad ya lo haya perdido. Es más, cambió de enemigos y ahora dedica tiempo completo a poner obstáculos en el camino de la gestión del presidente Luis Arce. Y aquí ya no es un problema de quién gana las escaramuzas domésticas diarias, sino a la larga de quien pierde la batalla de la percepción pública por las disputas de un “matrimonio” que ya no puede ocultar por más tiempo su crisis.
A Morales no le interesa su imagen. Sabe que no tiene sentido el esfuerzo de ir a la conquista de los que no lo quieren y no hace el menor esfuerzo por cambiar, porque ya ni la autocrítica lo salva. En las encuestas, el líder del MAS genera más rechazo que afecto y sus simpatizantes no son ya una fuerza que le permita ver con optimismo una candidatura en el remoto horizonte electoral.
Arce, en cambio, tiene mucho que perder. No solo le faltan cuatro años de gestión, sino que es probable que su futuro político se extienda un poco más, como parte de un bloque popular fragmentado y sin nadie que lleve una delantera muy clara para el 2025. El presidente es sensible a las encuestas y sus niveles de aprobación todavía se mantienen altos. Tal vez por eso ha optado por el silencio y no por la confrontación directa con Morales.
De todas maneras, que uno de los ministros más importantes sea víctima de una campaña difamatoria y de hostigamiento político interno no es poca cosa. Cada uno de los recientes actos de Evo Morales es un desafío. Las interpelaciones digitadas por sus aliados cocaleros contra sus enemigos políticos internos, las giras para la supervisión de obras, las reuniones con alcaldes y concejales, todo forma parte de una muy bien orquestada campaña de presión que no tiene otro propósito que el de afirmar un “mando” externo sobre el gobierno.
Morales quiere ser visto como el otro presidente y eso, obviamente, debilita al legítimo.
El acoso del expresidente sobre la gestión actual provoca nerviosismo y condiciona de una u otra manera las decisiones que adopta el ejecutivo en algunos temas, como el de la frágil relación con Estados Unidos, por mencionar un ejemplo.
Arce, que había preferido mantener una actitud más prudente en este tema, se ve de pronto ante la necesidad de mostrar una postura más radical para no ofrecer flancos débiles a su inesperado adversario, ni defraudar a una tribuna popular ávida siempre de consignas antiimperialistas.
El viaje del presidente a La Habana y su anunciada decisión de no participar en la Cumbre de las Américas si el “imperio” mantiene a Cuba, Nicaragua y Venezuela fuera de la lista de invitados, es una provocación sin sentido y a lo sumo le granjea las simpatías de personajes que no se caracterizan precisamente por su defensa de los valores democráticos.
De hecho, el presidente argentino Alberto Fernández, ya confirmó su asistencia a esa cita hemisférica, más por un elemental sentido práctico que por otro tipo de afinidad. En tiempos de apuros económicos como los que vive Argentina, mal haría el mandatario rioplatense en anteponer banderas ideológicas a la necesidad de revertir una profunda crisis económica.
Fernández, como en parte Arce, vive las secuelas de una separación traumática con su vicepresidenta Cristina Kirchner, quien paradójicamente ha sido su principal crítica en los momentos más difíciles de su mandato.
En la misma línea, Morales insinúa una derechización del gobierno de Arce , pero no con el argumento de la economía, porque en ese tema hasta el momento los números parecen darle la razón al ocupante de la Casa del Pueblo, sino a partir de discrepancias en otros temas mucho más “oscuros”, como el de la lucha contra el narcotráfico. Incluso ha pedido que el presidente dé explicaciones a las federaciones del trópico de Cochabamba sobre la posición asumida por la bancada del MAS en la interpelación al ministro de Gobierno y pedido una evaluación en asamblea de la gestión de Castillo .
El expresidente y los cocaleros del Chapare, acostumbrados a imponer autoridad y línea en la política antidrogas, por alguna razón ahora se sienten más expuestos y observan que Castillo ha optado por manejar el tema con mayor autonomía y que incluso no ha tenido el menor problema en dejar al descubierto los vínculos de ex autoridades con las mafias locales e internacionales.
Atrincherado – ¿o acorralado? – en los cocales, Evo Morales habla de traiciones e influye para que algunos funcionarios sean echados de sus cargos solo por criticar a ex autoridades, como ocurrió con el ex viceministro de Coordinación Gubernamental, Freddy Bobaryn.
Sin oposición política real al frente, Arce navega con relativa pericia en medio de las turbulencias generadas por quienes deberían ser sus propios aliados. Por ahora se refugia en la economía, el escenario donde se siente más cómodo y que más satisfacciones le ha dado desde que fuera posesionado como ministro en enero del año 2006.
El presidente sabe que mientras la mayoría de la gente perciba con algún optimismo su futuro, no necesita mucho de la “bendición” de Evo Morales. La estabilidad de su gobierno no depende tanto de los aliados partidarios, como de la percepción de los ciudadanos, quienes son solo espectadores de la historia de un matrimonio que llegó a su punto más crítico en estos días.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo