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En estos días se está llevando a cabo en Glasgow, Escocia, la conferencia mundial sobre el cambio climático, auspiciada por las Naciones Unidas, más conocida como COP 26.
En ella se debaten temas que atañen y atingen, sin ninguna excepción, a todos los habitantes de nuestro planeta. Más de 100 líderes mundiales han escuchado informes, analizado y discutido soluciones muchas veces difíciles de implementar o financiar.
El tema es muy delicado y recién en los últimos años, ha crecido una consciencia a nivel mundial del peligro que está acechando a la humanidad si no se toman las medidas pertinentes y urgentes para evitar la apocalíptica catástrofe. El influyente ambientalista James Lovelock ha sostenido desde hace mucho tiempo que la Tierra se auto regula como si se tratase de un organismo vivo. Su hipótesis, Gaia, llamada así por la diosa griega Gaia o Gea, es un modelo interpretativo que afirma que la presencia de la vida en la Tierra fomenta unas condiciones adecuadas para el mantenimiento de la biosfera. Según la hipótesis Gaia, la atmósfera y la parte superficial del planeta Tierra se comportan como un sistema vivo, y como consecuencia, se encarga de autorregular sus condiciones esenciales tales como la temperatura, composición química y salinidad en el caso de los océanos. Gaia se comportaría, por lo tanto, como un sistema autorregulado que tiende al equilibrio. En esta teoría Gaia, representa la “personificación” de la Tierra y sugiere que el medio ambiente del planeta se autoajustaría en respuesta al uso o abuso que los actuales humanos estamos realizando. Y, dada la situación de lo que él llama “horrible tratamiento” que se le da al medio ambiente, Gaia se “vengará” de algún modo.
Lovelock arguye que la temperatura de la superficie de nuestro planeta fue modulada a lo largo de miles de millones de años. Gracias a Gaia, según él, los bosques, océanos y otros elementos en el sistema de regulación de la Tierra, mantuvieron la temperatura de la superficie relativamente constante y cerca de las condiciones óptimas para la vida. Pero, la humanidad ha intervenido insensatamente para desequilibrar la formula cuidadosamente balanceada por 2 actos genocidas: la sofocación por los gases de efecto invernadero y la deforestación. Esto ha ocasionado cambios a una escala no vista en millones de años. Sigue afirmando que “estamos entrando a una era de calor en la que la temperatura y los niveles del mar van a subir década por década haciendo irreconocible el mundo actual”.
Esto es a nivel planetario, pero, ¿qué pasa en nuestro país? ¿Hay el conocimiento o la mínima consciencia de lo que, localmente, estamos viviendo o vamos a vivir? ¿Le concedemos la mínima importancia al aspecto, la realidad que legaremos a las futuras generaciones?
Estas interrogantes y las respuestas parecen más que obvias cuando observamos que:
1) Casi no hay control sobre los desechos que arroja la minería que llega a los ríos y que está liquidando la riqueza piscícola. En muchos ríos que bajan de la cordillera, ha disminuido considerablemente la pesca, precisamente por falta de animales, al haber muerto éstos por la falta de oxígeno en las aguas. Pero estos desechos también contribuyen a la degradación de las tierras agropecuarias.
2) A pesar de contar con leyes específicas y normas establecidas, no se controla o más bien se alienta la deforestación en áreas impropias para otros usos que no fueran precisamente los bosques. El expandir la frontera agrícola no es una excusa para ello, ya que primero se debería pensar y estudiar el cómo aumentar la
productividad en las áreas en actual producción.
3) De la misma manera, a pesar de estar vigentes leyes que prohíben a los vehículos circular con motores en mal estado que arrojan cantidades horribles de humo negro contaminante y, por si fuera poco, cancerígeno, una gran cantidad de microbuses y camiones, expulsan diariamente toneladas de gases tóxicos al aire de nuestras ciudades.
4) La basura que se amontona en las calles, canales y mercados contribuyen de manera significativa a la contaminación de las napas freáticas y a la desertificación de las tierras agrícolas. Son también muy malas noticias para los animales silvestres y el ganado. Es hora que sepamos que la basura no solo es un asunto de estética, sino de salud pública, es decir, de todos. Contribuye también de manera inequívoca el agua que se vierte a la calle luego de lavar platos y otros de casas y lugares de atención pública sobre las que no hay ningún tipo de control.
Lo anteriormente expresado no es poca cosa y hay que tomarlo bien en serio, ya que si no reaccionamos al unísono y en concordancia con la corriente mundial de cuidado de nuestro planeta y nuestro hábitat boliviano, estaremos buscando de manera necia e irreversible una venganza de Gaia, la Madre Tierra. Y vaya uno a saber la suerte y el futuro que nos espera.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo