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La nación vencida

Jorge Kafka

Politólogo

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En 1968, Sergio Almaraz, un nacionalista defensor de los recursos naturales, en su lecho de muerte se preguntaba ¿por qué Bolivia es una nación vencida? ¿por qué nos ha ido tan mal? Múltiples han sido las respuestas que se aventuraron para resolver este drama nacional, entre las más conocidas, no obstante, podemos señalar las siguientes: “la maldición de los recursos naturales”, “la corrupción de las élites”, “la cultura”, la “geografía”, “la tradición legal”, “las instituciones extractivas”, hasta el “enclaustramiento marítimo”.

Empero, la respuesta manida es que la culpa de esa derrota histórica la tiene el “otro”, aquel que es diferente de nosotros, aquel que no comparte nuestros valores, costumbres e identidad. La imagen del “otro”, por tanto, se la utiliza para exculpar nuestros pecados y nuestras responsabilidades; se convierte en el “chivo expiatorio” sobre el que cargamos nuestras frustraciones. Más aún, ese “otro”, es el culpable de que este país no crezca económicamente, no supere la pobreza y que nos atormenta cada día.

Culpar a los demás se ha convertido en hábito y peor aún se ha convertido en una estrategia social y política para compensar un sentimiento de inferioridad y un temor a desenvolvernos de manera autónoma. Queremos reconocimiento individual y colectivo, que Bolivia sea un gran país, pero no hacemos lo necesario para alcanzarlo, y al no conseguirlo desarrollamos sentimientos de ira y tristeza; queremos, progresar, pero no tenemos la confianza para hacerlo solos, y por eso, buscamos a los “salvadores” o el “apoyo” del Estado. 

Cuando no alcanzamos lo que queremos el culpable es el “otro”. La conducta de culpar al otro genera ganancias aparentes como que el “ego” regional, local o nacional quede intacto o evadir las consecuencias de nuestros actos y no pagar el precio de nuestros errores. La dificultad de aceptar los errores, por ende, no es fruto de un exceso de amor por las banderas políticas o las etiquetas regionales y sociales, sino producto de la gran inseguridad con la que nos desenvolvemos.

Quien sistemáticamente culpa a los demás de sus errores, sus sufrimientos y sus carencias, se causa daño y causa daño a los otros. Al exculpar su responsabilidad, cada uno destruye la “confianza social”, el “capital social de una nación”, restándole autenticidad y franqueza a las relaciones. Con ello se mina lo más valioso de cada pueblo como es la “cohesión social”, como es mirarse frente a frente, sin temor al puñal bajo el poncho, con confianza, con una identidad fuerte y con valentía.

La victimización es la “estrategia mayor” de ese intento por evadir responsabilidades y manipular la sensibilidad de la población. En nuestro medio, se han desarrollado narrativas que identifican a las “víctimas históricas”, como aquellas que cuentan con una especie de inmunidad por la cual todo lo que dicen es verdad, todo lo que hacen es bien intencionado y todo lo que piensan es legítimo. De ahí que, quien se atreve a cuestionar los actos de esta supuesta víctima pasa por insensible o desalmado.

Este “victimismo existencial” ha convertido el “trauma colonial”, “el trauma regional”, “el trauma centralista” en una carta de presentación eterna, y no precisamente para mitigar el dolor y la desgracia, sino para ganar privilegios y beneficios que de otra manera no se obtendrían. Ha convertido el sufrimiento en un currículum viviente, que da carta blanca para odiar o hacer daño a los demás en una suerte de “imperio de los traumas nacionales”, es decir, lo creamos o no hay personas y grupos que asumen la condición de víctima porque han descubierto que, alimentando ese estado, obtienen muchas ganancias.

Todo ello nos anima a concluir con un hecho casi evidente. Ante el “imperio de los traumas nacionales”, tenemos dos opciones, quedarnos quietos o avanzar, ser “víctimas eternas del fracaso nacional” o alzarnos como “héroes de una gran nación”.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo

  


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Jorge Kafka

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