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El panorama político que vivimos muestra claros síntomas de haber alcanzado un punto liminar. La falsa certidumbre masista, según la cual el 55% de la victoria electoral era un cheque en blanco que los habilitaba para hacer lo que les viniera en gana, ha llegado a su fin desencadenando una respuesta ciudadana muy similar a la que terminó con la renuncia y huida de Morales el 2019.
En la base de este tipo de procederes subyace la idea, muy propia de las izquierdas retrógradas, de que el pueblo se constituye de solo ellos, y que el resto (ese 45% de la población que no votó por el MAS) es una entelequia poco digna de tomarse en cuenta. Por lo general en la historia universal este tipo de errores terminan muy mal, por la simple pero contundente razón, de que el pueblo somos todos, a lo que, en el caso del masismo, debe añadirse que la misma apreciación los llevó a la debacle a pocos días de que Morales -despectivamente- juzgara que los “otros” eran una endeble “pitita”. Las pititas lo sacaron del poder.
Si hacemos memoria, el poder acumulado por Evo Morales en 14 años, se desplomó como un castillo de naipes cuando la ciudadanía, a propósito del Código Penal, decidió ponerle coto a la idea de doblegar una nación entera por el mero carisma del caudillo, o por el imperio de la represión encubierta que inmisericordemente desplegó el régimen del MAS a través de sus fuerzas represivas judiciales, transformadas en escuadrillas muy parecidas a los fascio di combatimento de Benito Mussolini. La lección que los actuales dirigentes masistas no han aprendido, es que este país es mucho más que ellos y que, a diferencia de sociedades como la venezolana o la cubana, ignorar las pulsiones sociales y vulnerar sus derechos tiene un precio muy alto que, por la experiencia nacional, no se decide en los serviles estrados judiciales, sino en las calles.
¿Cómo llegamos al punto en que la ciudadanía se ve forzada otra vez a salir a defender sus derechos? La ruta crítica del proyecto totalitario que va armando el MAS se inició con la depuración al interior de sus filas. Salieron todos los que no estaban decididos a suprimir la democracia e imponer la autocracia etnocéntrica en torno a Evo Morales. Le siguió la Ley de Ascensos en la Policía por la cual esa institución es ahora comandada por el ministro de Gobierno, es decir la transformaron en un dispositivo represivo de orden político. Hasta ese momento la Policía tenía como principio la defensa del ciudadano, ahora debe defender una ideología. La invención de una figura inédita: “el colaborador eficaz”, que protege a quien se brinde para interponer una denuncia en contra de cualquier ciudadano que el régimen considere perjudicial a sus intereses, es decir, cualquier ciudadano necesitado se transforma en agente represivo. La Ley del Registro de Comercio que copta Fundempresa y les permite someter a la empresa privada en todos sus rangos y actividades, es decir, ejerce control sobre activos, capitales, inversiones, patrimonio etc., y la Ley contra la Legitimación de Ganancias Ilícitas que, sin participación de instancias judiciales (fiscales, jueces etc.), puede iniciar una investigación sin aviso previo y a espaldas del investigado, está habilitada para instruir que se congelen cuentas, requisen viviendas, intervengan sistemas de mensaje virtual y telefonía, fiscalicen los movimientos en Derechos Reales, Impuestos Internos y otras instancias del Estado, elimina todas las formas de reserva de información, no hay secreto bancario y tampoco los medios de prensa están protegidos por el secreto de la fuente, es decir, bajo un sistema paralelo extrajudicial y extrapolicial el Gobierno podrá someter y reprimir a quien considere un opositor real o potencial. Es posible que esta ley contribuya a la lucha contra las ganancias ilícitas, tráfico de armas, de blancas, de drogas, etc. pero no es ese ni el espíritu ni la intencionalidad, esas leyes están pensadas para cubanizar la sociedad boliviana.
La reacción ciudadana no se ha dejado esperar. Un amplio movimiento democrático a partir de la ciudadanía se prepara para otras jornadas de resistencia cuya amplitud y consecuencias son impredecibles, en realidad lo único seguro es que imponer un régimen similar a los fracasados socialismos del siglo XXI en Bolivia, no parece ser tan fácil en una sociedad cuya conciencia democrática se ha mostrado siempre muy superior a sus expresiones dictatoriales.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo