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Nuevamente, el Presidente Luis Arce se encuentra inmerso en una situación crítica que concierne a su gestión. Esta vez, sin embargo, no se trata de una crisis externa ocasionada por movilizaciones de ciudadanos descontentos con su titubeante gestión, sino más bien de una crisis interna que, desde que subió al poder, viene escalando y poniendo en jaque la estabilidad en las filas del Movimiento Al Socialismo.
El ala renovadora del partido, que ve al MAS como un instrumento político ideológico y que trasciende el nombre de Evo Morales, busca frenar las injerencias de éste último en la gobernanza de Arce, porque entiende que la cohesión ganada en las últimas elecciones fue primordialmente por haberlo mantenido lejos y por su consiguiente intento de reestructurar el movimiento de abajo hacia arriba, es decir, desde sus estructuras de base y no desde su élite histórica. Este es el MAS de sus dirigencias movimientistas, el de sus inicios, el que se creó en el marco democrático, hace casi 25 años, como alternativa a los partidos tradicionales que iban perdiendo fuerza y espacio en lo nacional popular. El ala renovadora parece estar consciente del “estancamiento político” de su actual gestión, así como de las grandes incompetencias que vienen mostrándose en casi todas carteras del Estado; algo que los renovadores atribuyen a la constante tensión con los vestigios del MAS despótico, corrupto e inepto del ala conservadora. Políticamente, se trata de un reconocimiento estratégico muy valioso, no sólo para los militantes y simpatizantes del MAS, sino para todo el país, porque podría ser el inicio de un vuelco de página para su historia— al menos en lo concerniente a los duros incidentes anti-democráticos vividos por Bolivia en los últimos años.
No obstante, el ala conservadora y élite histórica del masismo —de la mano de su líder Evo Morales— arremete contra el gobierno de Arce, de forma muy inteligente, para desprenderse de su mala gestión y, al mismo tiempo, recuperar su espacio de “jefazo”, como implicando que las cosas irían mejor si él retomara el poder. Asimismo, Morales pone al presidente prácticamente en jaque mate cuando lo exhorta a cambiar a sus ministros incompetentes. Si Arce accediera, dirían que es un títere de Morales y que no tiene liderazgo, además de que el dirigente cocalero utilizaría su propuesta, en caso de que los cambios sean positivos, para jactarse de la especie de “guía política” que representaría para Bolivia. Y, si no accediera, el presidente condenaría su gestión a la permanencia del estancamiento e incompetencia, lo que Morales continuaría criticando vehementemente para destacarse como el verdadero y único líder del MAS, capaz de dar soluciones al país.
Como hemos visto hasta aquí, el Presidente Arce tiene, una vez más, la oportunidad de escribir su propia historia como mandatario de Bolivia, haciendo su “propia política” y mirando hacia el futuro. Ciertamente, la actitud que tome frente a esta situación podría ser bastante dura en términos políticos (en caso de que gobierne mirando las encuestas). Sin embargo, no hay mejor forma de ganar rédito político que haciendo una buena gestión. En ese sentido, si el Presidente Arce no sale de su estado de inmovilización e indecisión, estará destinado a arrodillarse frente al “jefazo” a corto y largo plazo. En cambio, si decide tomar las riendas de su gobierno sin importar quien lo proponga, quizá tenga su última chance de imaginarse como líder del MAS, y quien sabe del país, a largo plazo.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo