El comportamiento no es político, es humano
Mientras muchos políticos se dedican al placer onanista de discutir sus temas, crece entre la gente el sentimiento de que sería mejor que “se vayan todos”. Estamos a la puerta de un estallido general, del que solo se liberarán los que puedan transmitir un mensaje de esperanza, que puedan comunicar que son capaces de encontrar una salida a este túnel agobiante, que no pasa por las mayorías parlamentarias, ni por las divisiones, ni la consolidación de los frentes políticos.
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La multitud que acompañó a Gabriel Boric en la Plaza de la Constitución, el día de su asunción como presidente de Chile, fue una expresión de la nueva política, que se está implantando en el Occidente gracias a la tercera revolución industrial. Expresó la nueva cultura política en la que vivimos.
Si vemos la concentración desde un dron, fue un carnaval de banderas de todo tipo, asociadas a causas concretas, como las banderas moradas del feminismo, el arcoíris de las asociaciones LGTB, banderas del Partido Comunista, de las organizaciones mapuches, y las de algunos que se sienten contentos con defender cualquier causa, aunque nadie la entienda.
La gran ausente fue la bandera de Chile, que habría copado el escenario en la antigua sociedad. El acto se situó en el extremo opuesto a la manifestación de cierre de campaña de Eduardo Frei Montalva, en 1964, cuando miles de jóvenes se concentraron en Santiago para respaldarlo, enarbolando un mar de estandartes del país. Su discurso, una de las piezas oratorias más hermosas de los viejos tiempos, culminó diciendo: “En mi sueño yo veía que un niño, corriendo, le decía a su padre, ¡ahí vienen!, ¡ahí vienen!… vienen desde Arica, cruzan Tarapacá, van por Concón, por Placilla, ¡mire cómo se montan por sobre la cuesta de Chacabuco!, ¡mire los otros cómo pasan por Cancha Rayada!, ¡por Rancagua y por Maipú! Padre, ¿quiénes son? ¿Son los democratacristianos? No, más que eso. ¿Son los freístas? No, hijo, mucho más que eso. ¿Qué son, padre? Hijo, ¿no ves las banderas?, son los mismos, los del año 1810, los del año 1879, los del año 1891… son la Patria, sí, amigos, porque ustedes son eso, son la Patria, son la Patria ¡gracias a Dios!”. El mar de banderas chilenas emocionaba y despertaba entusiasmos épicos.
Distinto
Ni malo ni bueno, solo distinto. Ahora no existe la política antigua, que buscaba la unidad de “la patria, gracias a Dios”. La base del gobierno de Boric está formada por una diversidad de movimientos, a veces contradictorios entre sí, que promueven causas en que cada grupo supone que se juega el destino de la humanidad, a la que entienden como las personas que se identifican con su causa concreta.
Tienen sus verdades parciales como absolutas y niegan la validez de toda otra contradicción. Los que impulsan las tesis feministas o la causa mapuche, o cualquier otra, creen que solo lo suyo es válido, y rechazan a todo el que no comparta sus tesis, aunque esté físicamente a su lado y vote por Boric por otros motivos.
Las identidades de los participantes en esa manifestación tienen que ver con causas parciales que se toman como universales. Para el miembro del grupo LGTB o de la organización mapuche, su consigna es la única que tiene sentido. Los grupos que participan de la movilización no tienen una causa común, solo se unen por el rechazo al orden establecido, que cada uno lo entiende a su manera. No piensan en un “bien común” como lo hacían los antiguos, sino en reemplazar lo existente por algo distinto, compatible con sus propias pulsiones.
La heterogénea base social del nuevo gobierno chileno se parece a la del movimiento que se inició con la revuelta por el alza de los precios del subte de Santiago y culminó con el cambio de Constitución. Es una heterogeneidad que nace de la sociedad. Por eso gobernar se ha convertido, en Occidente, en un desafío más complejo del que existía hace cinco años.
Las manifestaciones de la sociedad de la internet son semejantes. Se inician con un evento irrelevante, como el impuesto al WhatsApp en el Líbano, el alza de combustibles en Ecuador, o la reforma impositiva en Colombia, que son el detonador de un huracán que no tiene relación con el incidente que originó la movilización. La autoincineración de un vendedor ambulante en Túnez fue la patada inicial de la primavera árabe, que acabó con gobiernos que habían durado décadas en el norte de África.
Sociedad líquida
Gobernar con una base tan heterogénea y una sociedad líquida en la que cualquier incidente puede incendiar el bosque es un desafío de la nueva política que deberá enfrentar Boric. La única forma de estar preparado para enfrentar los problemas no pasa por lograr alianzas con partidos o líderes de la sociedad, sino comunicarse con esa base social líquida, mantener una imagen adecuada y afrontar los problemas con mucha imaginación y pocas tradiciones.
Metodológicamente hay que hacer un giro copernicano para que los políticos y analistas aprendan a ver la realidad desde los ojos de la gente, para ganar las elecciones o conservar la gobernabilidad. Suena fácil, pero es casi imposible que la mayoría de los líderes del continente lo comprendan. Esta es una de las bases del polvorín en el que estamos asentados.
La gente común, esa que sale en la manifestación variopinta de apoyo a Boric, que votó por él, siente que los viejos políticos están dedicados a discutir problemas que para ellos son importantes, pero para la gran mayoría son irrelevantes.
Están preocupados de si se hace un convenio con el Fondo Monetario Internacional, de si Argentina debe ser el puerto de desembarco del Ejército Rojo de Vladimir Putin en América, de investigar la responsabilidad del gobierno de Macri en el Rodrigazo de 1975, de quién es el jefe del bloque del partido en el Congreso, de cómo vota el hijo de la presidenta en funciones en sus peleas con el presidente nominal.
La mayoría de la gente no pierde el sueño por estas causas. Son demasiado trascendentes. Está inquieta por su vida, angustiada porque sus familiares enfermaron o murieron con el covid, afrontan una inseguridad que se ha vuelto insoportable, la mitad del país que trabaja siente que su subsistencia peligra por la crisis económica, la mitad que vive de subsidios siente que no les dan lo suficiente, quiere que los dupliquen, sabe que eso es imposible, están por estallar.
Que se vayan todos
Mientras muchos políticos se dedican al placer onanista de discutir sus temas, crece entre la gente el sentimiento de que sería mejor que “se vayan todos”. Estamos a la puerta de un estallido general, del que solo se liberarán los que puedan transmitir un mensaje de esperanza, que puedan comunicar que son capaces de encontrar una salida a este túnel agobiante, que no pasa por las mayorías parlamentarias, ni por las divisiones, ni la consolidación de los frentes políticos.
Es cuestión de observar lo que ocurre en el mundo: ni Boric, ni Castillo, ni Bolsonaro, ni Trump, ni Zelenski ganaron porque armaron una gran alianza con políticos y líderes, sino porque no se parecían a los líderes del establecimiento de sus países.
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En el campo de la academia este giro tiene antecedentes. Desde hace rato se sabe que hay que comprender cómo funcionan los objetos, pero que es más importante estudiar la lógica de los seres humanos que los usan. Es el estudio del comportamiento humano, que está transformando el funcionamiento de las empresas y de la política.
En este campo son interesante los textos de Clay Shirky, docente de la Universidad de Nueva York (NYU), Cognitive Surplus: Creativity and Generosity in a Connected Age, que desarrolla en detalle los temas de su obra más conocida: Here Comes Everybody.
En el capítulo dos dice que cuando McDonald’s quiso mejorar las ventas de sus batidos, contrató a varios investigadores para averiguar qué importaba más a sus clientes: ¿deberían ser más espesos?, ¿más dulces?, ¿más fríos? La mayoría se concentró en analizar el producto, mientras que uno de ellos, Gerald Berstell, decidió estudiar a los clientes, observando quiénes compraban los batidos y a qué hora, para tratar de comprender su comportamiento.
Encontró que la mayoría se vendían temprano, algo incompatible con la idea norteamericana del desayuno con huevos y tocino. Encontró también que los consumidores solían estar solos, rara vez compraban algo más que el batido y no lo consumían en el local. Eran personas que se movilizaban, bebían los batidos mientras conducían al trabajo, lo que no interesó a los otros investigadores porque no era el modelo normal de pensar en los batidos o en el desayuno.
Berstell publicó su ensayo Encontrar el trabajo adecuado para su producto, en el Harvard Business Review, instalando una nueva metodología que explicaba lo que sucedía, abandonando las nociones tradicionales de mañana, desayuno, batido, y el producto como algo aislado.
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Berstell se preguntó: “¿para qué un cliente compra ese batido a las ocho de la mañana?” Si quiere ingerirlo mientras conduce, necesita algo que pueda usar con una mano. No debe estar demasiado caliente, difícil de manipular, o ser demasiado grasoso. También debe ser moderadamente sabroso y poder consumirse en un tiempo acotado. Los demás componentes del desayuno convencional no tienen estas características. Sin analizar muchos detalles del producto, esos clientes estaban contratando el batido que les permitía conseguir la meta que buscaban.
Los demás investigadores cometieron lo que Shirky llama “los errores del batido”. El primero: concentrarse en el producto y asumir que lo importante era el análisis de sus atributos, en vez de averiguar lo que los clientes querían hacer con él. El segundo: adoptar una visión estrecha del tipo de comida que la gente ha comido tradicionalmente por la mañana, como si los hábitos fueran comportamientos arraigados en lugar de accidentes acumulados. Ni el batido en sí mismo, ni la historia del desayuno explicaban el problema, tanto como el hecho de que los clientes necesitaban el batido para realizar un trabajo no tradicional: servir como sustento y diversión para su viaje matutino.
En los últimos años, las ciencias del comportamiento humano han tenido un enorme desarrollo en los Estados Unidos en un área que se sitúa entre la empresa privada y las grandes universidades. Desgraciadamente los textos de Clay Shirky; Malcolm Gladwell; Steven Pinker; Jeremy Heimans y Henry Timms; Malcolm Gladwell; Alex Pentland; Raymond Kurzweil; Thomas Friedman y otros, son casi desconocidos en América Latina.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo