En el enjambre
En estos años todo cambió radicalmente, pero no lo entienden algunos miembros de las elites. El retraso es mayor entre políticos extraviados entre supersticiones y fantasmas, que creen ser líderes que manejan masas, sin darse cuenta de que son solo abejas que están en un enjambre. Para liderar en esa circunstancia, hay que reinventar la política. Algunos quisieran que la gente vuelva a los antiguos valores, sea obediente, pobre y manipulable, como en la Edad Media, cuando pocos vivían en la opulencia, predicaban la bondad de la pobreza para menesterosos que, viviendo así, conseguían el cielo. Los pobres les creían.
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Hasta hace poco, el mundo era más pequeño. La historia de la humanidad era la de Grecia y Roma, luego de la Edad Media, de la Edad Moderna y la del tiempo contemporáneo de Occidente. Solo los habitantes de una península de Asia llamada Europa eran sujetos de la historia. En estos días cientos de millones de personas se emocionan con un campeonato de fútbol en el que juegan Senegal, Corea, Japón, Arabia Saudita, Qatar, países que no existían en nuestra mente hasta hace poco tiempo.
A uno de los genios del siglo XX, Alan Turing, lo persiguieron tanto por homosexual que se suicidó mordiendo la manzana cargada de veneno que es el símbolo de Apple. Hace tres años la reina de Inglaterra le concedió el perdón por sus preferencias sexuales depravadas. Actualmente las ideas homófobas nos parecen una salvajada, pero estaban vigentes hasta hace poco.
Cuando fueron a Qatar, muchos occidentales se indignaron porque persiguen a los homosexuales y discriminan a las mujeres, como hacíamos nosotros hasta hace poco. Les parece increíble que existan más de doscientos millones de mujeres a las que les extirparon el clítoris en países que tienen un dios misógino y que los viejos se casen con criaturas, como lo hizo el Ayatola Jomeini con una niña de 10 años, que alumbró su primera hija a los trece años. La misoginia cristiana fue la norma de la sociedad en que viví la mayor parte de mi vida.
Las ideas y los valores cambian a una velocidad vertiginosa. La ciencia produce en seis meses más conocimientos que todos los que aparecieron en la historia. Somos mucho menos ignorantes de lo que fuimos en nuestra juventud. No solo cambiamos las máquinas de escribir por computadoras, sino que cambiamos de ordenadores todo el tiempo para conseguir nuevas herramientas para nuestro trabajo.
Pero lo más importante es que transitamos a gran velocidad hacia otro tipo de ser humano. Todas las fronteras se expandieron. La sociedad vertical colapsó y todos accedieron a algún tipo de poder. Todos vuelan y pueden picar. Unos vendedores de copitos de azúcar atentaron contra la vida de Cristina Fernández, una señora creyó que la Pfizer se llevó a algún lado los recursos naturales del Perú porque pone hoteles junto a los glaciares. Atontada por esa idea impidió el ingreso de vacunas de buena calidad a la Argentina, causando la muerte de miles de personas. En Perú otros políticos semejantes intentaron dar un golpe de Estado, provocando una crisis institucional que cuenta con el apoyo de algunos. La ignorancia se hace del poder en algunos sitios, al mismo tiempo que la ciencia crece exponencialmente en otros.
Cada individuo quiere presentar sus puntos de vista sin intermediarios, por sí mismo
En el siglo pasado algunos creyeron que había llegado una etapa en la que colectivos como los partidos, los sindicatos y otras instituciones iban a controlar a la sociedad absorbiendo a los individuos, pero esto no fue así. Las instituciones de la democracia representativa están en crisis y se constituye en Occidente un enjambre digital gracias a la revolución de las comunicaciones.
Este enjambre digital no cuenta con un espíritu que congregue a sus miembros, sino que se compone de individuos aislados, que se relacionan de manera constante, pero no se identifican en un “nosotros” estable, como los antiguos, que se definían en la “derecha” o la “izquierda”. Para Marshall McLuh nació un homo electronicus, morador electrónico del mundo, que comparte con los otros la experiencia de la vida, no como miembro de un “nosotros”, sino como espectador de un estadio global de deportes. Se manifiesta de manera anónima, pero no se funde con los otros. Optimiza su perfil individual de manera permanente, se relaciona con otros que son parte del mismo enjambre, pero tienen propia identidad.
Son habitantes digitales de la red, que no quieren reunirse, experimentar una congregación que genere un “nosotros”. Son una concentración de individuos sin presencia real, una multitud sin espíritu. Los individuos digitales se configuran individualmente y cuando conforman multitudes inteligentes (Smart mobs), estas son volátiles, efímeras, voluntarias, y no construyen compromisos estables que puedan transformar las sociedades.
El enjambre no pretende marchar en ninguna dirección y por eso no desarrolla proyectos políticos. Es lo que critica Gladwell cuando dice que la revolución no puede ser tuiteada, son el fenómeno político que analiza Clay Shirky en “Here Comes Everybody”, cuando analiza sus impactos políticos, como el boicot al lanzamiento de la candidatura de Trump en Tulsa, las sublevaciones populares en contra de Piñera en Chile y de Duque en Colombia hace pocos años, la invasión del Capitolio, el triunfo electoral de Boric, Castillo, o Hernández en Colombia. Todos ellos fenómenos efímeros que se explican por la lógica del enjambre.
Sin prensa libre no hay democracia
A diferencia de los antiguos textos ideológicos que pretendían explicar la historia de la humanidad desde sus orígenes hasta una utopía final, el horizonte de los medios digitales es simplemente la presencia del individuo en un presente inmediato.
La comunicación digital está constituida por informaciones que se producen, envían, transforman, se retituean, sin intermediarios, ni de los líderes políticos o religiosos que intervenían en la antigua comunicación. En la colmena la mediación y la representación se sienten como intransigencia, pérdida de tiempo y de información en una sociedad que tiende a la anarquía.
Con la tercera revolución industrial las personas no quieren ser solo receptoras y consumidoras pasivas de la información, sino que pretenden ser emisoras y productoras activas de esta. La doble función de consumidores y productores de información que asume la mayoría de los seres humanos produce un incremento sideral de la información que circula en las redes.
Los medios digitales liquidan a la clase sacerdotal y con eso ponen fin a la época de la representación. Cada individuo quiere estar presente por sí mismo y presentar sus puntos de vista sin intermediarios. La representación deja paso a la presencia y la copresentación.
Según la visión de Gladwell y Byung-Chul Han expuesta en su libro En el enjambre, cada vez más las cosas pierden su significación y se convierten en informaciones. Los objetos que antes eran mudos hoy comienzan a comunicarse, recogen información, la sistematizan. La comunicación digital asume la forma de virus, pretende infectar a la mayor velocidad el plano emocional y afectivo. No trata de explicar los contenidos de una campaña política o de la acción de un gobierno, sino que busca reproducirse como un virus.
La cantidad de informaciones y la velocidad con que se producen terminan generando el IFS (Information Fatigue Syndrom), enfermedad psíquica que consiste en el cansancio producido por el exceso de información. Sus víctimas pierden capacidad analítica, pierden la aptitud para atender las cosas concretas, padecen de una inquietud general y de la incapacidad de asumir responsabilidades.
Las masas que antes podían organizarse en partidos y otras organizaciones se descomponen ahora en sociedades horizontales, se convierten en hikikomoris digitales que no buscan impactar en el conjunto de sociedad, sino que viven aislados, para sí mismos, conectados con algoritmos. Forman grupos de admiradores de youtubers, y otras sociedades horizontales que habitan la red defendiendo lo que hemos llamado utopías del metro cuadrado.
Byung-Chul Han se pregunta ¿qué política, qué democracia cabe cuando desaparece lo público, y crecen el egoísmo y el narcisismo de los individuos? ¿No terminaremos en una smart policy que prescinda por superfluas las elecciones, las campañas electorales, el parlamento, las ideologías, y las cambie por una democracia digital en la que el botón de “me gusta” suplante a la boleta electoral? ¿Para qué son necesarios los partidos, si cada sujeto se siente en sí mismo un partido, si las utopías que antes constituían el horizonte político se descomponen en innumerables opiniones y opciones particulares? ¿Cuál es la fuerza de la representación de los políticos si finalmente terminan representándose solo a sí mismos?
En esa nueva democracia el botón de “me gusta” sería la cédula electoral digital, la internet y el smartphone sustituirían a los locales partidistas, y el clic del ratón al discurso.
Todo se transforma en distintas direcciones. Los electores se convierten en consumidores, y al mismo tiempo los consumidores de los productos pretenden comportarse como funcionarios que desestimulan la compra de productos que enfrentan a la nueva mentalidad que pretende proteger la nueva vida y el medio ambiente.
Estamos encerrados en un gigantesco panóptico en el que se nos vigila todo el tiempo. Más que los servicios secretos de Estado, que en algunos países son meras oficinas provincianas de recolección de chismes acerca de la oposición, miles de empresas de la red trabajan como servicios secretos. Las empresas espían a los empleados, los bancos a sus clientes, algunos ociosos ponen cámaras para fisgonear lo que hacen sus vecinos.
Una empresa digital como Acxiom conoce más acerca de los norteamericanos que el FBI. Cuando se produjo el ataque terrorista del 12 de septiembre de 2001, esta empresa proporcionó al gobierno de Estados Unidos información detallada acerca de los sospechosos antes de que las agencias gubernamentales.
Somos parte de un enjambre que no podemos dimensionar, habitamos en una colmena que es un panóptico que nos vigila y conforma nuestra realidad.