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¿Cómo sobrevivir en la falsa autenticidad?

En un mundo donde el electorado valora la supuesta franqueza de lo rupturista e irreverente, la inteligencia artificial podría albergar la receta para el político perfecto.

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Por Isaac Nahón Serfaty1

El gran miedo a la inteligencia artificial (IA) en la política está muy enfocado en la capacidad de manipulación de la información y el gran potencial para el control social. Ambos aspectos se complementan muy bien, pues quien controle lo que la gente supuestamente debe saber y quien, al mismo tiempo, tenga la capacidad de entrometerse en la vida de las personas, será el Gran Hermano que predijo George Orwell en su novela 1984. De hecho, la República Popular China es el gran laboratorio social donde se combinan ambas capacidades de propaganda oficial y sistemas digitales de premiación y castigo social.

Sin embargo, hay un aspecto de la IA que merece un poco más de atención. Desde hace algún tiempo, en este mundo de la artificialidad mediática, de los filtros y las poses en las redes sociales, de hermosos gatitos y tiernos cachorritos, la gente aprecia mucho lo que llaman la autenticidad. Ya en la Venezuela del fallecido presidente Hugo Chávez, uno de los políticos que comprendió tempranamente el valor de las redes digitales de comunicación, los electores apreciaban la naturalidad del comandante, quien hacía chistes que incluían sexo (a su esposa le dijo en cadena de televisión que esa noche «le daría lo suyo») y escatología (contaba sus peripecias para no tener un accidente intestinal en un acto protocolar). Era esta «autenticidad» que lo acercaba al «pueblo», pues hablaba como el «pueblo» y decía las cosas que diría el hombre común (muy machista como el mismísimo mandatario). Chávez llegó a profanar actos religiosos para convertirse en protagonista de una misa de Jueves Santo durante la fase final del cáncer que lo terminaría matando. Alguien me dijo alguna vez que «Chávez hablaba bonito», otro atributo de su supuesta autenticidad.

Los líderes de la posverdad

Con Donald Trump pasa un poco lo mismo. Como no tiene filtros, también dice lo que le pasa por la cabeza. Conecta así con una porción de electores que aprecian su «sinceridad». En una supuesta carta escrita por una ciudadana de los Estados Unidos (que se identificó como Justagirlgoingthroughthisworld, ‘una muchacha que va por este mundo’), se le dijo al entonces presidente electo lo siguiente: «Señor Trump, realmente me gusta que usted sea un mal orador porque muestra sinceridad y humildad. Usted cambió su opinión y dijo: “¿y qué hay con eso?”. Usted dijo el famoso comentario de “agarrarlas a ellas [por allí]”. ¿Me ofendió con eso? No. Yo siempre digo cosas que la gente toma a mal. ¿Son a propósito? No siempre […]». Y así sigue esta supuesta mujer describiendo las cosas auténticas que admira de Trump. (Por cierto, la carta, publicada en noviembre de 2016, ya no está disponible en Internet, pero la pueden leer aquí.)

Ocurre lo mismo con muchos líderes que no se esconden detrás de la retórica de la corrección política. Los que votan por ellos admiran su falta de buenos modales políticos. Es el caso de Netanyahu en Israel, Orban en Hungría, Meloni en Italia, Milei en Argentina, e incluso Bukele en El Salvador. Todos son «auténticos» en un mundo de artificialidad discursiva percibida como hipocresía, corrupción y mentiras. La gente quiere verdad en un espacio mediático que ellos califican como fake news. Las cosas se irán complicando con la intromisión de la IA en la comunicación política. La autenticidad será una creación artificial de tal sofisticación que los ciudadanos tendrán dificultades para reconocer lo auténtico de lo falso.

Dame autenticidad aunque sea artificial

Pocas cosas quedan en el mundo que sean verdaderamente naturales, aunque a veces el marketing comercial o político nos quiera hacer creer lo contrario. Muchos de los espacios que creemos naturales son creaciones humanas (piensen en los resorts playeros o de jungla que hay en el mundo). También ocurre con productos llamados naturales, que son en el fondo diseño y producción artificial con una apariencia de naturalidad. Así, abrumados como estamos por la artificialidad en las redes, en el consumo y en la cotidianeidad, nos ha dado por apreciar más la autenticidad, la sinceridad, o, al menos, lo que percibimos como auténtico o sincero de parte de los políticos.

La inteligencia artificial puede crear, a partir de algoritmos y tratamiento de millones de datos, imágenes, sonidos, expresiones faciales, movimientos del cuerpo y muchísimas otras cosas que nos den la impresión de que estamos ante algo verdaderamente auténtico. La IA es el reino de la artificialidad que puede hacernos creer que todo lo que vemos, oímos, leemos (no muy lejana está la posibilidad de lo que olamos también), es más real que la realidad misma. Es la gran paradoja del mundo desnaturalizado (fuera de lo natural) en el que vivimos sumergidos. Necesitamos aferrarnos a elementos de sinceridad, transparencia, verdad (be real, dicen en inglés), porque todo lo demás es demasiado artificioso, engañoso, sospechosamente insincero.

La IA tiene una doble capacidad. Primero, puede conocer nuestras teclas emocionales, pues dejamos rastros de nuestros sentimientos y opiniones en las redes sociales y otras aplicaciones que usamos diariamente. Segundo, tiene la capacidad de crear algo a la medida de nuestras emociones, poniendo de relieve lo que nos gusta, nos excita, motiva y apasiona. Y esa creación además puede resultar tan realista que apele a nuestra necesidad de autenticidad.

La IA y el político del mañana

La inteligencia artificial podrá diseñar al candidato o candidata perfecta, con la combinación adecuada de carisma y sinceridad, con el discurso que tenga resonancia en el electorado y con la capacidad de adaptarse a los vaivenes emocionales de los ciudadanos. Ningún consultor de campañas electorales podrá superar a la IA, pues hará su trabajo de diseño de la autenticidad artificial de manera perfecta, sin los obstáculos morales o sentimentales que podría tener una persona de carne y hueso.

Una importante aclaración antes de terminar: autenticidad no es equivalente de bueno, en el sentido moral del término. Un ser humano puede ser un auténtico tirano, torturador, corrupto, violador. Puede ser muy sincero en la revelación de sus características más nefastas. Hay gente que prefiere, a pesar de las falencias éticas, a un auténtico hijo de… su madre. En eso también la IA será impecable. Sabrá diseñar al político más chocante e irreverente, si eso es lo que la gente quiere. Hacia allá vamos, si no se regula la inteligencia artificial en la actividad política.

1Doctor en Comunicación. Profesor en la Universidad de Ottawa, Canadá

*Este artículo fue publicado en dialogopolitoco.org el 25 de octubre de 2023

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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