Locura y política
En el análisis político de las sociedades democráticas hay variables útiles para saber lo que puede ocurrir. En una sociedad autoritaria el líder es legítimo si tiene la representación de algún Dios o encarna ciertos mitos que movilizan a la sociedad. Cuando vivimos en un régimen democrático, el dirigente necesita renovar de manera permanente la aceptación de la mayoría y el respaldo de grupos que manejan las instancias del poder.
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La mayoría de los jóvenes quiere irse del país, en los aeropuertos hay miles de argentinos que han comprado un boleto solo de ida, emigró la mayoría de las grandes empresas. El ingenioso manejo de la economía va dejando vacías las góndolas, anuncian que van a escasear desde el alimento para perros hasta el salmón.
El 80% de los argentinos censura al Gobierno, ve mal al Presidente y a los principales dirigentes de su grupo político. Existe la sensación generalizada de que vamos a una hecatombe. El Presidente del feliz anuncio está alterado, divaga lejos de la realidad.
Varios gobernadores viajaron a Formosa para conversar dos horas con Gildo Insfrán, usando aviones privados, algunos que deberían cuidar la salud de la gente, otros pagados con decenas de miles de dólares de los contribuyentes. Esos funcionarios se toman fotos con su modelo, mientras la gente está angustiada. Buena foto para empezar a elaborar la lista del “que se vayan todos” que pronto entrará en vigencia.
Bastantes ministros de Salud asistieron a la tercera inauguración de un instituto en un lugar turístico. Se broncearon a costa del Estado, mientras en la mayoría de las provincias la gente tiene frío por falta de gas. Seguramente no lo hacen por malos ni por tontos. Solo están extraviados de la realidad, como su presidente.
Desde hace años se ha estudiado la alteración psicológica de los mandatarios desde varios puntos de vista, entre los que sobresalen dos: el síndrome de hubris y el pensamiento de grupo.
Caos político en la pospandemia
Hubris. Por un lado, el concepto de síndrome de hubris desarrollado por David Owen en su obra En la enfermedad y el poder, largamente comentado en esta columna y en reflexiones de otros analistas como Nelson Castro. La mayoría de los presidentes, al poco tiempo de intoxicarse con los oropeles del poder, cae en la desmesura, que es lo que significa hubris en griego.
Suelen adoptar una visión maniquea del poder, se sienten dioses y demonizan a sus adversarios. Crean una mitología de plástico en la que, según su ideología, hay buenos y malos, burgueses y proletarios, creyentes y herejes, demócratas y terroristas.
La idea de que la política es un enfrentamiento entre los profetas del bien que son ellos, y el demonio que encarna la oposición, es antidemocrática. Postulan que “el presidente debe hacer lo que hay que hacer”, más allá de lo que quiera la mayoría o de cualquier límite ético. Si es fundamentalista islámico hay que armar grupos terroristas, si es “de izquierda”, perseguir a los empresarios, si es neoliberal, acusar a los opositores de terroristas.
El poder en sí mismo es el principio y fin de toda la acción política. Todo vale para combatir a los malos. Desconfían de la división de poderes, de la Justicia independiente, de la libertad de prensa, de todo lo que limite su omnipotencia. Dioses de pacotilla, ni siquiera son divertidos como los antiguos, que hablaban lenguas extrañas y hacían milagros.
Pensamiento de grupo. Las locuras a las que conduce el hubris se refuerzan con el pensamiento grupal, estudiado por Irving Janis, profesor de Yale, en su clásico texto. Se desarrolla cuando una secta hace política o se apodera del poder, se aísla, se cohesiona en torno a verdades que crea para identificarse con ellas. Por lo general forman parte de estos grupos personas que obedecen ciegamente a líderes autoritarios supersticiosos, rodeados de colaboradores con ideologías uniformes.
Suelen proceder de grupos social y étnicamente homogéneos, crean sus propias normas y valores que conceden prestigio. Son semejantes, ya conformen pandillas de maras salvatruchas o entornos presidenciales.
Cuando los propios roban, matan o rompen la ley, su acción es buena porque defienden los intereses superiores de la secta. Los líderes de las empresas pobristas, columna vertebral del cristinismo, son muy ricos, pero pueden gastar en ceremonias en templos de oro o vivir de manera fastuosa, porque son dirigentes populares que deben tener las comodidades de los grandes empresarios que, además, son explotadores.
Es un hecho que si un líder tiene un rechazo generalizado pierde el poder
El pensamiento de grupo crea la ilusión de invulnerabilidad, pregona la superioridad moral de sus miembros, estereotipa a sus adversarios. Crea una ilusión de unanimidad, prohíbe criticar y tiene comisarios que defienden al grupo de ideas disidentes. Impide pensar, estudiar alternativas complejas o plantear la posibilidad de que existan objetivos distintos de sus supersticiones. Alimenta a sus seguidores con información pobre sobre los adelantos tecnológicos y sobre lo que ocurre en el mundo.
El pensamiento de grupo es enemigo del método científico. Se basa en creencias, no en la contrastación de hipótesis, desconfía de los estudios comparados. Nuestro país, nuestra región, nuestra etnia, somos únicos, no nos parecemos a nada. Nuestra aldea es el universo.
El pensamiento de grupo busca la unanimidad. Mientras en los institutos científicos se valoran las diferencias y se las resuelve recurriendo al estudio y a la experimentación, en el pensamiento de grupo rige solo la falacia de la autoridad: las discusiones se zanjan cuando un superior determina cuál es la verdad. Ocurre lo que decía Walter Lippmann: “Donde todos piensan igual, nadie piensa demasiado”.
Los números son nuestro principal puente con la realidad. Más allá de que podamos imaginar a nuestros líderes y dioses luchando con el demonio en el Big Bang, llegamos a conclusiones más reales, cuantificando lo que observamos.
Mundo líquido. En el análisis político de las sociedades democráticas hay variables útiles para saber lo que puede ocurrir. En una sociedad autoritaria el líder es legítimo si tiene la representación de algún Dios o encarna ciertos mitos que movilizan a la sociedad. Cuando vivimos en un régimen democrático, el dirigente necesita renovar de manera permanente la aceptación de la mayoría y el respaldo de grupos que manejan las instancias del poder.
Las encuestas no predicen quién ganará las futuras elecciones en este mundo líquido, pero no fallan con otras previsiones. Si un líder tiene un rechazo generalizado, pierde el poder. En países con instituciones débiles, es depuesto cuando algunos indicadores negativos se acercan al 80%. Existen leyes que intentan mantener en el poder a los elegidos, pero cuando las encuestas dicen que es demasiado impopular, la mayoría de los políticos se unen para lincharlo y los que los respaldan huyen.
A veces se producen movilizaciones masivas, las fuerzas armadas dicen que “no pueden disparar en contra del pueblo”, abandonan el palacio nacional y el mandatario huye como puede. Lo presenciamos personalmente o lo estudiamos en casos como los de Bucaram, Mahuad, Gutiérrez, De la Rúa, Sánchez de Losada, Morales, Dilma Rousseff y otros.
Algunos creen que el problema se soluciona poniendo mandos incondicionales en las fuerzas armadas, pero eso no funciona. Los militares actuales, felizmente, temen a los tribunales internacionales, a la prensa independiente, a las organizaciones de derechos humanos y a la hiperinformación. Todo ciudadano tiene una cámara en el bolsillo y ya no son posibles las dictaduras propias de la Guerra Fría. Ningún militar quiere matar a nadie para defender a un político impopular.
Instituciones. Cuando un país tiene instituciones fuertes, como Chile, Colombia o Reino Unido, el mandatario sobrevive como “pato rengo” que chapotea sin rumbo ni autoridad. Cumplidos los plazos legales, su partido sale del poder, a veces sin boleto de vuelta. Si es muy impopular termina enjuiciado por un delito no tipificado: ser odioso. Va al exilio o a la cárcel, aunque no haya cometido ninguna irregularidad.
Desde meses atrás se veían venir las movilizaciones de Chile, Colombia, Ecuador, por el desplome de la popularidad de sus presidentes. Cualquier pretexto, como la suba del Metro, un impuesto o la suba de los combustibles iba a inflamar el bosque. En varios casos lo conversamos con oficiales del gobierno o políticos que creían que protestaban unos pocos infiltrados. Fue tarde cuando supieron que eso no era así, pero insistían en que el problema era provocado por una minoría manipuladora. Grave error.
En Argentina no existe una conspiración internacional, ni los problemas surgen porque a Biden y al FMI les fastidian los piquetes. Lo que existe es un gobierno inepto sin contacto con la realidad, al que la gente rechaza.
Por otra parte, todo lo que hacen algunos políticos con el fin de ganar las elecciones tiene límites que detectan los estudios. No pueden adivinar quién será presidente, pero sí quienes difícilmente llegarán.
Algunos instalan la candidatura de Cristina Kirchner, con discursos de su hijo, su cuñada y otros incondicionales, y tratan de instalar a Mauricio Macri como su rival, creyendo que será fácil derrotarlo. Se equivocan.
Para el país sería muy bueno que finalmente Cristina sea candidata sin esconderse detrás de ningún parapeto. Los números de todas las encuestas dicen que ella, su hijo, Alberto, Kiciloff y otros allegados son los políticos más rechazados del país. No es cierto que un 30% de argentinos sea de su propiedad. Después de lo ocurrido en estos dos años, la gente a la que explotan las empresas pobristas está angustiada por la inflación y la crisis, va a terminar estallando.
El autismo demencial de algunos dirigentes nos conduce al caos. Felipe González dijo dos frases citadas por Joaquín Morales Sola: “Quien gobierna sin hacerse cargo del estado de ánimo de la gente está condenado al fracaso inmediato”; y “los líderes que no son capaces de hacerse cargo del estado de ánimo de la gente no son capaces tampoco de cambiarlo”.
Buen diagnóstico de una política representativa que vuela en pedazos.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo