OpiniónInternacional

Argentina y la revolución tecnológica

El mundo está dividido entre sociedades que viven a fondo la revolución del conocimiento y otras en las que vivimos en la cultura de la preinternet. El estilo alternativo de Milei le permitió, esta semana, reunirse con los líderes que están transformado el mundo con sus empresas. Argentina es un país que tiene una oportunidad única para ser parte de este cambio brutal que vive el mundo. El Estado debe comprender su rol para empujar este ingreso.

Jaime Duran Barba

Consultor de imagen y asesor político.

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Terminada la Guerra Fría, surgieron nuevas contradicciones como el enfrentamiento de Occidente con el islam y otras culturas autoritarias como la rusa, pero hay una que está dividiendo a la humanidad: es entre quienes experimentan a fondo la revolución del conocimiento y quienes vivimos en una cultura preinternet, destinada al atraso y a ser víctimas del cambio global. Mientras nosotros discutimos cómo repartir alimentos a los pobres, la tecnología permite que se construya en otros sitios una sociedad en la que van a sobrar los bienes materiales y el empleo.

Pasamos de usar una máquina de escribir a dictar textos al teléfono; de manejar grandes distancias preguntando a los vecinos por dónde ir a usar el GPS; de comprar discos de vinilo para coleccionar las canciones que nos gustaban a tener en el bolsillo toda la música imaginable. Permanentemente estamos alterados porque nos llegan cientos de mensajes que envían nuestros conocidos con mitos y datos fantasiosos, y también con informaciones objetivas.

Vemos los discursos de los líderes y no escuchamos sus contenidos. Esto no ocurre solo con las masas sino también con las elites más sofisticadas del mundo. El estilo alternativo de Milei le permitió reunirse, esta semana, con los líderes que están transformando el mundo con sus empresas tecnológicas de punta y que no saben ni les interesa que en las filas de sus partidarios haya terraplanistas como la diputada nacional Lilia Lemoine, quien fue nombrada como secretaria 1a de la Comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Cámara de Diputados.

La revolución del conocimiento se desarrolla intensamente en varios sitios, entre los que se destacan Silicon Valley, en California, y Shenzhen, en China. El concurso de la investigación científica, el trabajo universitario, la empresa privada, han generado un fenómeno que produce tanta riqueza, que hizo surgir a algunas de las empresas más prósperas del mundo, desplazando de su sitial en el ranking mundial a las corporaciones tradicionales, bancos, empresas petroleras.

Silicon Valley se desarrolló vinculado a la Universidad de Berkeley, que por su trabajo con el mundo productivo no perdió su calidad académica. Entre sus docentes y alumnos están 107 premios Nobel; 25 premios Turing; 20 premios Oscar y 11 premios Pulitzer. Al mismo tiempo se ubican en el valle grandes empresas como Google, Microsoft, Adobe, Amazon, Intel, Tesla, Adobe Systems, Cisco Systems y Meta. La ciencia y la producción se fortalecen mutuamente,

Shenzhen surgió de la decisión de Deng Xiaoping de crear zonas en las que pudieran florecer las primeras regiones capitalistas de China. En ese entonces era una ciudad sin importancia y pobre, hoy es uno de los puertos más importantes del mundo, que aloja a miles de millonarios y produce ciencia y tecnología de primer nivel.

Existe un proceso que cada día se retroalimenta y acelera, en el que convergen tecnologías digitales, físicas, biológicas, y sistemas ciberfísicos. La inteligencia artificial (IA) es el componente sobre el que más se habla en estos días, pero es parte de un ecosistema con la robótica, el internet de las cosas, los vehículos autónomos, la impresión 3D, la nanotecnología, la biotecnología, la ciencia de los materiales, la computación cuántica, el almacenamiento y producción de energía, las ciencias de la vida y del comportamiento humano.

Todo esto es posible por el acceso a la información que tenemos la mayoría de seres humanos, usando nuestro celular, que nos conecta con plataformas que posen más datos que los que existirían en todas las bibliotecas que han existido. Las computadoras procesan la información a una velocidad creciente. La Summit de IBM podía procesar, hace pocos años y en un segundo, datos que a un ser humano le habría tomado seis billones de años para organizar con los ficheros de las antiguas bibliotecas.

La producción de conocimientos adquirió una velocidad exponencial. Ray Kurzweil, en su libro La edad de las máquinas espirituales, dice que los nuevos conocimientos cambian los paradigmas, la mentalidad de la época, los valores con que aprehendemos la realidad. Para Kurzweil, hasta el año 1000 de nuestra era, todos los cambios de paradigma se produjeron pasados miles de años. Después se transformaron en cien años, solo en el siglo XIX hubo más cambios que en los 900 años previos y en los primeros veinte años del siglo XX más que en todo el siglo XIX: cada diez años en promedio. En este siglo XXI, el cambio será mil veces más acelerado que en el anterior.

Pero lo más importante es que esta revolución nos ha cambiado a los seres humanos, nos exige pensar de manera lateral mezclando paradigmas de distintas ciencias que colisionan, se cuestionan, se reinventan.

Le educación está en el centro de la transformación. Cuando los niños que hoy ingresan a la escuela se gradúen en la universidad, al menos el 60% de las ocupaciones que actualmente existen habrá desaparecido. Quien se preparó desde hace 18 años para producir y reparar casetes de música no tiene ahora nada que hacer.

Yuval Noah Harari escribió un texto muy interesante sobre la educación de los niños en el futuro, en el que se pregunta: si gran parte de lo que aprenden no les servirá en la realidad, ¿qué habilidades necesitarán para conseguir un trabajo, entender lo que sucede a su alrededor y navegar por el laberinto de la vida?

Nadie sabe cómo será el mundo del futuro, porque la tecnología nos permite, cada vez más, diseñar cuerpos, cerebros y mentes. Esto hace que no podamos estar seguros de nada, incluso de cosas que antes parecían previsibles y eternas.

Para vivir en el mundo de 2050, el joven actual necesitará algo más que inventar nuevas ideas y productos. Ante todo deberá aprender a reinventarse a sí mismo una y otra vez. Estamos inundados de tantos datos, todos nos hallamos a un clic de distancia de cualquier noticia, pero es tanta la información contradictoria, que no se puede saber en qué creer. La política y la ciencia parecen demasiado complicadas, para la mayoría es tentador ver el espectáculo de la política y reírse con memes antes que oír discursos.

Los expertos en pedagogía dicen que las escuelas deberían enseñar “las cuatro C”: pensamiento crítico, comunicación, colaboración y creatividad. Y lo más importante: enseñar a los niños a lidiar con el cambio, aprender cosas nuevas y preservar el equilibrio mental en situaciones desconocidas.

Para sobrevivir y prosperar en un mundo en donde la incertidumbre es la norma, no un hecho casual sino un elemento permanente, se necesita flexibilidad mental y grandes reservas de equilibrio emocional.

El mejor consejo que se puede dar a un chico de 15 años es: no confíes demasiado en los adultos. La mayoría de ellos tiene buenas intenciones pero no están capacitados para entender el mundo. Les es difícil imaginar lo que pasará en tres décadas.

En los próximos años, desaparecerán la mayor parte de los trabajos que existen y se generarán nuevas ocupaciones para quienes tengan la educación y la mentalidad adecuadas.

Hay una gran cantidad de bibliografía sobre el tema. Autores como Kurzweil y Harari son optimistas con esta perspectiva, otros creen que se pude crear una elite de educados que exploten a los menos informados. La crítica más radical a la revolución del conocimiento es la de Michael Sandel en sus textos Contra la perfección, la ética en la era de la ingeniería genética y La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?

Durante esta semana, Javier Milei visitó Silicon Valley, la meca de la tecnología. Se reunió con varios de sus líderes, como Elon Musk, de Tesla; Sam Altman, de OpenAI, la empresa que desarrolló ChatGPT; Mark Zuckerberg, fundador de Facebook y CEO de Meta, y otros personajes de los gigantes tecnológicos.

Dijo que pretende promover a la Argentina como un polo de desarrollo de la IA que, como hemos dicho, es uno de los elementos de esta transformación. No puede tomarse aislada de los otros componentes de la revolución del conocimiento. Hay condiciones para que esto sea posible. Argentina es el país latinoamericano que más unicornios ha producido en los últimos años, hay una base cultural que podría ayudar.

Los cambios van a llegar de todas maneras, se incorpore o no el país a la revolución tecnológica. Es imposible prohibir el uso de celulares y computadoras para proteger a una industria nacional que produzca máquinas de escribir y cámaras fotográficas con rollo.

El tema tiene blancos y negros. A muchos les inquieta el futuro del empleo. Van a desaparecer la mayoría de las ocupaciones actuales y muchos van a tener que reinventarse, pero la realidad nos dice que hay una relación entre retraso tecnológico y desempleo. En donde se aplican más la IA y la robotización hay menos desempleo, porque se crean trabajos de calidad. En países en donde la tecnología es precaria, hay más desempleo.

Tal vez el mayor desafío de los políticos actuales sea afrontar el tema del cambio tecnológico, que puede ser un elemento que mejore la vida de todos o algo que aumente la desigualdad y el conflicto social.

El Estado tiene que comprender su lugar. No se trata de que asuma actividades que le son extrañas. El gobierno pasado creó un “MercadoLibre” estatal para competir con la empresa privada de ese nombre y eso no pasó de ser una tontería. Tal vez dio empleo a unos pocos militantes, pero nunca tuvo presencia real.

Nadie en Silicon Valley trata de conseguir subsidios del Estado para mantener su empresa. El Estado simplemente pone las condiciones para que la libertad guíe el desarrollo de las actividades de los emprendedores.

La creación de este polo tecnológico no solo debería atraer inversiones extranjeras sino que debe ayudar a superar la idea de que la pobreza se soluciona promoviendo empleos, sobre todo en el Estado. En la nueva sociedad, muchos aspiran a trabajar de manera autónoma, el emprendedorismo debe ser algo más que un eslogan de campaña de políticos buscando votos contratando empleados. Se trata de mejorar la calidad de vida, integrar al trabajo a gente que se realiza con eso, vivir una sociedad de la abundancia.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Jaime Duran Barba

Consultor de imagen y asesor político.

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