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Del cinismo, la impostura y la mentira

Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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La fallida gestión presidencial de Luis Arce será siempre recordada por muchas cosas. Pero entre las más destacadas, quizás, será por su cinismo, mediocridad y negligencia. Durante más de tres años, no tuvo la capacidad de articular reuniones con el sector privado para diseñas runa agenda económica de beneficio para ambas partes: público y privado. Ensimismado, como todo oficinista de medio pelo, cerró sus puertas hacia adentro y dejó todo, literalmente, al azar. Solo hubo discursos vacuos en cada efeméride, en cada marcha militar; y creyó que, si seguía agitando banderitas, sería alguien. No lo fue, ni lo es.

Lo único que tiene a su alrededor es su gabinete ministerial – el mismo que en un juego de espejos, comparte las mismas características, malestares y raquitismos -. Son un mismo cuerpo. Comparten los mismos achaques y, entre ellos, se apañan. Se protegen. Se abrazan. Bailan. Son ombliguistas. Son sólo tinterillos de quinta.

Pero estalló la crisis económica. Ya no era posible esconderla. El bulto debajo de la alfombra era más grande que la habitación. La escasez de hidrocarburos (llegó a confesar que la producción de gas en Bolivia había “tocado fondo”), provocó la carencia de diesel y con todo el sistema de transporte pesado nacional e internacional varados en las estaciones.  La subvención de los hidrocarburos es insostenible. El año que viene Bolivia importará el cien por ciento de gasolina, diesel y gas. ¡¡¡Dicen los expertos, por un mínimo de treinta años!!!

Irrumpió la escasez de divisas internacionales, la venta desesperada de oro, la caída de las reservas, un déficit fiscal negativo una balanza comercial en caída, una inflación reprimida (aunque en el mercado ya todo ha aumentado de manera grosera) y un crecimiento apenas del 2%. Una economía enana. Destartalada. El llamado mago de la economía se quedó sin su sombrero y sin palomas. Ahora tiene una visera de cartón y puras plumas. Es un hazmerreír en una carpa llena de remiendos con su bandera masista raída en la punta.

Los bosques empezaron a arder, las reservas naturales a quemarse y los narcococaleros, pirómanos desbocados, empezaron a plantar coca a diestra y siniestra en reservas y parques protegidos. Sus bases, sus interculturales, sus mineros cooperativistas le espetaron: nos debes y esta es la factura: ¡Págala! Y como todo funcionario, pagó con plata ajena. Con dinero de los contribuyentes. Nunca con su dinero. Nunca con sus recursos. Nunca con su esfuerzo.

Pero, si le damos una vuelta de tuerca, también podríamos afirmar que fue completamente consecuente con su forma de ser y de ejercer el trabajo público, durante prácticamente toda su vida: siendo un burócrata. Y, como tal, obviamente, siguiendo su guion por más de tres o cuatro décadas como numerario se escondió detrás de un escritorio, de secretarias, de ujieres, de mensajeros, de choferes y de otras personas amarra guatos y soba espaldas. Ufano y creyendo que era el nuevo rey, levantó sus pies sobre la mesa, reclinó el sillón presidencial hacia atrás, miró el techo, cerró sus ojos ratoniles y suspiró: Llegué a la presidencia agitando banderitas, tocando guitarra y bailando. Sin más.

La pregunta salta junto con todas las alarmas: Cómo es posible que alguien, no sólo él, sin luces gane un proceso eleccionario. Al igual que un diputado, un senador, un alcalde, un concejal, una asambleísta sean los más votados por la población, a sabiendas de su completa inoperancia o, peor aún, teniendo la plena certeza de sus fechorías y conductas reñidas con la ley. ¿Cuál es la razón de que nos saquen de quicio, y a la vez atraigan votantes? ¿Por qué dividen a la sociedad? ¿En qué consiste la perplejidad que provocan? ¿Porque no son condenados en toda ley y justeza por sus actos atrabiliarios hacia los bolivianos? ¿Qué hemos hecho los bolivianos para ver cómo queman, contaminan y matan a Bolivia?

No es fácil dar una respuesta taxativa, directa. El hilo conductor que enlaza a estos sucesos es la impostura, un término evasivo. Esta palabra significa, en español, fingimiento o engaño con apariencia de verdad. Es decir: no cualquier fraude, sino aquel que requiere un soporte verosímil. De una decidida conducta de defender lo falso. De machacar una y otra vez las mentiras, hasta que, por cansancio, se vean como verdaderas. Cuando lo cierto y lo falso pueden distinguirse de un modo diáfano, nadie se inquieta. Todo está en orden. Pero no es el caso de la impostura, donde el engaño necesita una apariencia de la verdad. Por eso, no está al alcance del que quiere, sino del que puede. Requiere de un piso mínimo para ser impostor. No cualquiera logra hacerse pasar por algo que no es. O hacerse llamar el líder de los pobres o de los desposeídos. Y no lo es.

Es preciso tener cara, gestos, dinero, una supuesta trayectoria política. Un caché para adulterar las estadísticas públicas y encubrir el aumento de los precios; se montan operaciones políticas con sondeos falsos; se mira para el costado ante la sospecha de fraude electoral; se afirma practicar la nueva política, en tanto se pacta con lo más oscuro de ella; se permite todo tipo de manifestación, menos en el feudo, donde se atropella a los opositores; se declama la defensa de los intereses nacionales, mientras se permite que narcococaleros destruyan reservas naturales; se proclama el amor a la madre tierra, y el pachamamismo sólo es aniquilación de flora y fauna. Total, la hoja de coca es sagrada. Los parques y las reservas son sólo eso, tierras fértiles sin uso.

Este Gobierno es un compendio de traiciones morales propias de alguien sin valores ni palabra. Muy característico y propio de su máximo líder masista/evista y mentor en el cinismo y la impostura de los masistas/arcistas. Es el presidente en su laberinto. Es el mandatario sólo en su torre de cemento agitando los fantasmas de la irracionalidad y el fanatismo para derribar, ahora, a su archienemigo. A su jefazo.

Es menester defender la institucionalidad y la convivencia democrática y no entrar en el destructivo juego que proponen quienes, en pos de la impunidad, están dispuestos a incendiar, literalmente, a la República…Sí. A la República de Bolivia.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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