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El “capitalismo boliviano” de Unidad Nacional

Antonio Saravia

Economista

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La semana pasada Unidad Nacional, el partido de Samuel Doria Medina, celebró su 19 aniversario y su líder dio un discurso que me ha llamado la atención.

Unidad Nacional es un partido político que cuesta entender. Tiene virtudes como su innegable voluntad democrática y su compromiso con la formación de jóvenes en política y empresa. Ha producido líderes locales interesantes y se ha ganado un lugar como interlocutor de la vida política nacional. En mi opinión, sin embargo, le falta lo esencial: una visión clara de país. Un partido político no podrá ser una opción real para el votante si no tiene una idea clara, sistemática y consistente de lo que quiere para Bolivia. En términos futboleros, un partido político no consiste en juntar al mejor grupo de jugadores, sino en comprometerse sin remilgos con una idea de juego, independientemente de jugadores o resultados circunstanciales.

La falta de una visión clara de país ha sido el lastre político de Unidad Nacional y de Samuel Doria Medina. Tanto así que probablemente la frase más usada para describir a esta organización sea “ni chicha ni limonada.” Un día Samuel hace gala de que Unidad Nacional pertenece a la Internacional Socialista y otro día habla de la importancia de la libre empresa. Un día se saca orgullosas selfies con el español Pedro Sánchez del Partido Socialista Obrero Español y otro día habla de acabar con el modelo económico del Movimiento al Socialismo. Un día reafirma la necesidad de proteger la iniciativa privada y la libertad individual, y otro día enfatiza la redistribución de la riqueza y la necesidad de que las empresas tengan una “función social.”

¿Qué quiere exactamente Unidad Nacional para el país? ¿Dónde se ubica? Me imagino su rápida respuesta: somos un partido de centro, un partido socialdemócrata… por un lado apreciamos la libre empresa, pero por otro pensamos que esta debe guiarse de tal forma que genere “justicia social”… queremos un Estado ágil y facilitador, pero nos rehusamos a usar la palabra privatización… queremos eficiencia, pero no nos animamos a decir que el Estado debe reducir al menos la mitad de su gasto… valoramos la asignación de recursos a través del mercado pero jamás diremos que se deben privatizar la salud y la educación pasando a un sistema que subsidie la demanda en lugar de la oferta, incluso si aceptamos que su administración y resultados han sido siempre calamitosos…

El problema de Unidad Nacional no es, entonces, solo de retórica o de carisma. Es un problema de ideas y de valentía para expresarlas sin importar a quién se agrade o a quién no se agrade. El MAS y el presidente Arce también han dicho que la empresa privada tiene un rol importante en el país. Ellos también han dicho que esta debe tener una “función social.” Ellos también enfatizan la redistribución para reducir la desigualdad económica. ¿Cuál es, entonces, la diferencia? Es muy posible que los jugadores de Unidad Nacional sean más capaces y honestos, ¿pero es el sistema de juego que proponen substancialmente diferente?

Esta semana, sin embargo, en el 19 aniversario del partido, Samuel hizo un discurso algo renovado que deja buenas sensaciones. Entiéndase bien, no fue lo certero que podría haber sido, tiene errores conceptuales y probablemente no sacó a muchos de la indiferencia, pero dejó cosas valiosas sobre las que se puede construir.

Es la primera vez que oigo a Samuel hablar sin tapujos de capitalismo. Lo he oído hablar muchas veces de socialdemocracia o de “economía social de mercado,” pero capitalismo es una palabra que los políticos de centro normalmente tratan de evitar. Este es, por lo tanto, un avance significativo. El capitalismo es el sistema económico más exitoso de la historia de la humanidad. Es el responsable de haber sacado a millones de la pobreza y es el instrumento a través del cual confiamos en que nuestras vidas y las vidas de nuestros hijos serán cada vez mejores. Plantearle al país que el capitalismo es el sistema que necesitamos, es, por lo tanto, tremendamente valorable.

Samuel también habló de un Estado que libere los emprendimientos, proteja la propiedad privada y garantice la igualdad ante la ley. Perfecto. Ese es definitivamente su rol y ninguno más.

Hasta acá las buenas sensaciones. Después llegaron los grises que nos recuerdan al viejo y conocido UN. Lo primero que Samuel hizo mal fue ponerle un adjetivo a la palabra capitalismo. Samuel no dijo que su visión de país implicaba construir capitalismo, así, de frente y a secas. No, en su lugar, eligió escudarlo con el adjetivo de “boliviano.” Y esto refleja el temor que la palabra le produce. Probablemente piensa que capitalismo a secas asusta pero que “capitalismo boliviano” suaviza las cosas.

Y ¿qué es el “capitalismo boliviano”? Aquí Samuel se complica solo. Lo define como un capitalismo basado en la producción de recursos naturales renovables, especialmente alimentos y turismo, con la producción de recursos naturales no-renovables como soporte de los primeros. ¿Le suena familiar? Palabras más palabras menos, ese es el Modelo Económico Social Comunitario Productivo del MAS. En ese modelo, la producción de no-renovables (gas y minerales) proveen los excedentes que soportan la producción de renovables y otras actividades productivas. El problema del modelo del MAS y del “capitalismo boliviano” de Samuel es, entonces, el mismo: políticos que creen saber en qué sectores de la economía se debe basar el desarrollo del país. Un verdadero capitalismo (uno sin adjetivos) requiere que los políticos hagan mutis por el foro y no planeen el desarrollo. Un verdadero capitalismo se construye dejando que sean los actores privados los que decidan si se produce gas, alimentos, turismo o lo que sea. Solo ellos saben qué industrias funcionan y dejan beneficios. Cuando los políticos deciden que sectores se deben impulsar lo hacen sin la información necesaria y a través de políticas públicas que distorsionan la asignación de recursos. Si Samuel está convencido de que se necesita capitalismo tendría que decir fuerte y claro que la nueva Bolivia será un país en el que el único rol del Estado será proveer seguridad jurídica y protección a la propiedad privada. Qué se produce, cómo se produce y para quién se produce, debería ser decidido por los individuos a través de intercambios voluntarios en el mercado.

Samuel también se equivoca proponiendo que las empresas estatales se limiten a las áreas “estratégicas.” Este es otro error conceptual. ¿Qué es lo estratégico? ¿Cómo decide el gobierno qué sector lo es y qué sector no lo es? ¿De verdad piensa Samuel que debemos seguir manteniendo empresas estatales como YPFB o Comibol que fueron siempre ineficientes, bajo cualquier gobierno, porque algún día alguien las calificó de “estratégicas”? No Samuel. La palabra clave acá es privatización. El estado no debería administrar ninguna empresa.

Samuel se vuelve a equivocar pidiendo que el Estado sea un “organizador,” un “ecualizador de las desigualdades sociales” y un “protector del futuro de las nuevas generaciones.” No Samuel. El Estado no puede organizar ni planear nada porque no tiene la información ni los incentivos para hacerlo. Tampoco debe “ecualizar” (¿habrá querido decir “igualar”?) desigualdades sociales porque eso significa hacer de la distribución del ingreso la prioridad cuando esta debe ser el proveer los inventivos individuales para crear riqueza. Y mucho menos puede ser el protector de las nuevas generaciones. A través de nuestra historia, las nuevas generaciones no tuvieron las oportunidades que quisiéramos que hubieran tenido, no porque el Estado no las protegió, sino porque el Estado destruyó la iniciativa privada negándole al individuo la posibilidad de protegerse y desarrollarse a sí mismo.

Todo es relativo. Fue un mejor discurso y la sola mención de capitalismo ya es rescatable. Pero sin duda que Unidad Nacional tiene mucho que trabajar para convertirse en una opción real para los electores que quieren un corte radical con el desastre que nos deja el MAS.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Antonio Saravia

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