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El desembarco de China en el Golfo y el repliegue de Estados Unidos pone en riesgo las relaciones árabes-israelíes

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Por George Chaya

Durante el tiempo de la administración del ex-presidente Donald Trump, en el año 2020, los “Acuerdos de Abraham” entre cuatro Estados árabes y el Estado de Israel emergieron como un gran avance que pondrían fin a varios años de relaciones inexistentes y fueron la esperanza hacia una nueva era en el mapa político del Oriente Medio.

La expectativa de los analistas regionales para proyectar que nación árabe-islámica se convertiría en la próxima signataria de los mencionados acuerdos era grande, el optimismo fue el vector en los diálogos diplomáticos de aquellos días. Sin embargo, infortunadamente los avances diplomáticos esperados no continuaron, el bosquejo de un nuevo mapa regional mostró que Washington decidió replegarse como mediador y las expectativas se fueron diluyendo con el paso del tiempo.

La nueva administración del presidente Joe Biden comenzó a desentenderse y retirarse de la región, un primer indicio fue la desordenada retirada de Afganistán, también la falta de respuesta a dos ataques misilistico iraníes cuyos blancos fueron instalaciones petroleras estratégicas saudíes fueron percibidos con decepción hacia la administración Biden por los países del Golfo. Esa falta de reacción estadounidense envió un mensaje negativo a los estados sunitas del Golfo que interpretaron que Estados Unidos ya no era el socio confiable de los años de la administración Trump y frenó la posibilidad de que otros estados del Golfo se unieran a los Acuerdos Abraham como se esperaba en Tel Aviv y en Riad.

Sin perjuicio de su buena voluntad, las prioridades de gestión del primer año de la administración Biden no ayudaron en materia de ampliación de los Acuerdos Abraham, sus funcionarios no avanzaron en la diplomacia, de allí que sectores republicanos critican ese manejo alegando que el gobierno demócrata actuó de ese modo para no dar crédito a la administración anterior.

No obstante, en los últimos tres meses, el secretario de Estado Antony Blinken dio un giro rotundo en la posición de la administración y ahora muestra un respaldo entusiasta a los acuerdos con la expectativa de acercarse y atraer a los saudíes a unirse en el segundo semestre del año en curso. Esto es visto por analistas estadounidenses como una estrategia funcional para mostrar logros del presidente Biden en aquella región en momentos en que lanza su campaña para ser reelecto en 2024. Sin embargo, aquellos más conocedores de los eventos que se desarrollan en el Golfo y Oriente Medio observan que el acercamiento de Blinken al Reino Saudita no solo tiene que ver con la campaña presidencial de Biden, sino que pretende impedir que Riad y otras capitales árabes sunitas profundicen sus relaciones con China, un jugador que ha hecho pie en la región tanto en lo político, en lo económico y en tecnología militar.

Lo cierto es que el Reino saudita no ocultó su interés en normalizar relaciones con Israel, de hecho ha sido el mentor que impulsó y apoyó los acuerdos de las demás naciones sunitas que ya lo han hecho. Sin embargo, los diplomáticos saudíes exigen a Washington aplicar políticas más firmes en materia de neutralizar el terrorismo en los territorios palestinos puesto que como líderes del mundo árabe los saudíes ven en Hamas y la Yihad Islámica Palestina un problema a resolver en la medida que su oponente chiíta (Irán) apoya esos grupos.

También el Reino ha puesto una condición a Washington para avanzar en un acercamiento y acuerdo con Israel. En ese sentido, los saudíes solicitaron ayuda estadounidense para desarrollar un programa nuclear civil y dejar sin efecto las restricciones actuales para la adquisición de armamento y equipo estadounidense avanzado.

La creencia general dentro del mundo árabe es que la normalización total con Israel por dentro o por fuera del marco de los Acuerdos Abraham cuenta con escasa o pocas posibilidades de prosperar en tanto el Rey Salman -padre del Príncipe heredero-, siga en el trono, el motivo es que el monarca está comprometido históricamente -aunque de forma moderada- con la causa palestina. En cambio el príncipe heredero Mohamed Bin Salman cuenta con una visión más moderna y aunque no ha negado la ayuda al pueblo palestino no ve con buenos ojos que las organizaciones armadas en Gaza usufructúen la ayuda saudita. Los planes del Príncipe heredero proyectan una visión a diez años en los que Arabia Saudita debe asociarse sin restricciones con la industria y la tecnología innovadora que dispone Israel.

En dirección a las ideas y los planes el Príncipe heredero, Israel y Estados Unidos deberían trabajar para lograr la normalización paulatina para que los lazos vayan afianzándose, incluso sin la exigencia de que esa normalización sea rubricada en un acuerdo por separado o en línea similar a los Acuerdos Abraham; Arabia Saudita es mucho más relevante en todo concepto comparada con los demás signatarios Abraham y los esfuerzos diplomáticos no deben faltar para fomentar relaciones que seguramente cambiaran la ecuación en Oriente Medio si la normalización es alcanzada.

Con Arabia Saudita dentro de un acuerdo, Omán no va a tener temores ni reservas en adherir junto a los saudíes. Los omaníes se sienten blanco primario de los planes revolucionarios de Teherán. De allí la importancia para Washington y Tel Aviv de reuniones en conjunto con funcionarios saudíes y omaníes.

Fuentes árabes de países Golfo han expresado a Infobae bajo reserva de identidad que esos pasos podrían ser posibles para la busqueda inicial de una normalización de relaciones con Israel, aunque la alternativa sería no ubicar esa normalización dentro de los Acuerdos de Abraham.

Los israelíes ya lo han dicho de forma pública, no tienen inconvenientes en apoyar el desarrollo tecnológico y científico en lugares como Omán y no esperan por ello que las relaciones políticas sean lo primero. Israel tuvo oficinas comerciales en Omán y Qatar en el pasado. Omán cerró la oficina comercial israelí en septiembre del 2000 cuando estalló la Segunda Intifada palestina y los qataríes también cerraron la suya en 2007. Los omaníes se congratularon en su tiempo de que su ex-sultán se reuniera con el PM Yitzhak Rabin en 1994 y también con Benjamin Netanyahu en 2018, y a diferencia de los qataríes, mostraron fuerte interés en acercarse y establecer relaciones con Israel.

No hay duda que la ruta que allane la apertura de relaciones con Israel exige distintas estrategias y políticas diferentes para cada nación árabe. Pero tampoco puede haber duda que todos los enfoques van a coincidir en que la normalización de las relaciones beneficiará en distintas áreas a los países árabes, principalmente en materia económica. Sin embargo, el elemento fundamental en las relaciones en la región es “la confianza”, algo que los saudíes evalúan como condición sine quanon para mejorar su relación con Estados Unidos, pero aún hay recelos de Riad con la administración Biden por diferentes señales que ha dado Washington en estos tres años; particularmente en el estancamiento en materia del programa nuclear iraní, que según los saudíes ha sido y es peligrosamente negativo y va en consonancia con la retirada estadounidense de la región, la que también permitió -según las naciones árabes sunitas- un peligroso fortalecimiento de Irán.

Lo que inquieta a los árabes del Golfo es que a diferencia de los tiempos de la presidencia de Donald Trump, hoy perciben que la administración Biden no es considerada una amenaza militar potente para sus enemigos y ello jugó un papel decisivo en la pérdida de confianza hacia Washington, lo que ha socavando el deseo de los estados del Golfo de alinearse con Israel frente a los iraníes. Allí debe entenderse el acercamiento saudita-iraní mediado por China. Aunque los saudíes saben que ésta no es una solución definitiva ni permanente a las diferencias entre ambos.

Los árabes e Israel están observando si el presidente Biden realmente marcará “una línea roja” para actuar contra un Irán nuclear. Si eso no ocurre, los intereses de la política exterior estadounidense corren el riesgo de diluirse en Oriente Medio, la inestabilidad aumentará y las brechas se profundizaran. Entonces, los saudíes y sus socios sunitas del Consejo de Cooperacion de los Países del Golfo (CCPG) serán empujados a los brazos de Beijing ante la falta de acción del presidente Biden y si eso ocurre, no habrá un camino plausible a nuevos acuerdos económicos, de seguridad ni de ninguna índole entre árabes e israelíes. Eso podrá ocurrir cuando haya un cambio proactivo en el que el liderazgo estadounidense decida regresar a una región que necesita de su presencia para mantener la estabilidad y la prosperidad de sus socios históricos.

*Este artículo fue publicado en eldiarioexterior.com el 04 de junio de 2023

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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