OpiniónPolítica

El ocaso de un ciclo de hegemonía electoral y la perspectiva de polarización y fragmentación (Parte 3)

Contexto político y tendencias electorales en Bolivia

Henry Oporto

Sociólogo

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9. Los comicios subnacionales

Para completar una visión panorámica de la geografía electoral del país, es preciso prestar atención a las tendencias del voto en comicios subnacionales. Aquí tomamos en cuenta los sufragios departamentales y municipales de 2015 y 2021.

Una singularidad de estos comicios es que se llevan a cabo con escasa diferencia de tiempo de las elecciones presidenciales y parlamentarias y por lo cual la influencia de estas últimas en los resultados subnacionales suele ser significativa; quienes diseñaron el calendario eleccionario probablemente buscaron este efecto. De hecho, el ciclo electoral 2005-2021 tiene también esta otra característica, que es la superioridad del MAS, tanto en elecciones nacionales como en las departamentales y municipales, aunque en estas últimas de forma menos concluyente. Así, por ejemplo, en los comicios del 12 de octubre de 2014, cuando Evo Morales postuló a un tercer mandato presidencial, el candidato gobernante obtuvo el 61% de votos, venciendo en 8 de los 9 departamentos (en 7 de ellos por mayoría absoluta). Sin embargo, pocos meses después, en los comicios subnacionales del 29 de marzo de 2015, sus electores para gobernadores se redujeron en casi 20 puntos, y los de sus candidatos a alcaldes no llegaron al 40%. Así y todo, el MAS ganó 6 de las 9 gobernaciones y 227 de las 336 alcaldías en juego. El mapa territorial se tiñó de azul.

Cuadro 6. Comparación de las elecciones generales 2014 y elecciones subnacionales 2015

Elecciones Presidenciales 12-O

2014

Elecciones

subnacionales 29-M 2015: Gobernador

Elecciones

subnacionales 29-M 2015: Alcalde

Validos (N°) 5.011.388 4.568.976 4.755.136
MAS 61,0% 41,8% 38,9%
Otros 39,0% 58,2% 61,1%

Fuente: elaboración propia con datos del OEP

 

En términos generales, los resultados de las últimas elecciones de 2020 y 2021 (Cuadro 7) no muestran grandes variaciones respecto de los comicios 2014 y 2015: el MAS gana la elección presidencial del 18 de octubre de 2020 con el 55.1% de votos, mientras que sus votaciones para gobernadores y alcaldes (en los comicios del 7 de mayo de 2021) son mucho menores con relación a su escrutinio nacional. Así, conserva su amplio predominio en el ámbito municipal, ganando 240 de las 336 alcaldías (en 19 municipios con el 100% de votos válidos)9, aunque con un notorio retroceso en las principales ciudades del país, que votaron por candidatos y agrupaciones políticas opositores al MAS.

Cuadro 7. Comparación de las elecciones generales 2020 y elecciones subnacionales 2021

Fuente: elaboración propia con datos del OEP

Evidentemente, en la elección presidencial de 2020, el MAS mejora su desempeño respecto de 2019 en 8 puntos, no obstante, en las elecciones subnacionales de 2021 sus números no suben en la misma proporción e, incluso, muestran fracasos importantes en las principales ciudades y en varias gobernaciones. El MAS pierde las alcaldías de 7 de las 9 capitales (únicamente gana en Sucre y Oruro, y con ventajas mínimas), además de perder la alcaldía de El Alto, a manos de su ex correligionaria Eva Copa (encabezando una fórmula de “masistas rebeldes”). También pierde en 6 de las 9 gobernaciones de departamentos (4 en segunda vuelta).

Dado el clima político de la última elección de autoridades locales, de una gran euforia en las filas del MAS y en el gobierno de Luis Arce, que recién acababa de ganar por mayoría absoluta la votación presidencial y parlamentaria, probablemente no muchos observadores políticos habrían esperado un resultado tan adverso. Desde luego, se sabe que en comicios subnacionales intervienen factores locales que no son homologables a los criterios que priman en elecciones nacionales; por ejemplo, que las preferencias de los ciudadanos pueden relievar otras virtudes o cualidades de los candidatos. Indudablemente, el espacio de la política local posee sus propias peculiaridades y ello se trasunta, entre otras cosas, en la enorme cantidad de agrupaciones y siglas que participan en los comicios locales y sin un nexo directo con los partidos o coaliciones nacionales.

Estas cuestiones explican en parte la dificultad del MAS de irradiar su hegemonía en toda la geografía nacional, a pesar de ser la única fuerza política con presencia y organización a lo largo y ancho del territorio boliviano, lo que también se refleja en el altísimo número de gobiernos municipales que retiene bajo su control partidista y que tendrán la ventaja de un apoyo inestimable del aparato gubernamental. No obstante, no pasa desapercibido el duro revés que el MAS ha sufrido en la última elección de gobernadores y alcaldes, en unos casos por cuenta de disidentes masistas y, en otros, de conocidas figuras políticas opositoras al gobierno, como Luis Fernando Camacho en Santa Cruz, Manfred Reyes Villa en Cochabamba, Iván Arias en La Paz, Oscar Montes en Tarija e incluso el mismo Jhonny Fernández, nuevo alcalde cruceño.

Lo más importante de relievar es el significado político de tales resultados, que consiste en el mayor equilibrio de poder en el ámbito de las entidades territoriales y también entre el gobierno nacional y los gobiernos subnacionales. Singularmente, lo que los opositores al MAS no consiguieron en la elección general de octubre 2020, sí pudieron lograrlo en los departamentos y municipios, aunque no sea a través de una coalición definida. A pesar de sus diferencias políticas, las autoridades locales coinciden en su crítica al régimen autocrático y centralista del MAS y quizá también en la necesidad de hacer causa común en el trabajo de sus administraciones. Como fuere, importa subrayar la incidencia de los datos subnacionales en la reconfiguración del mapa electoral boliviano.

10. Tendencias electorales

La perspectiva comparada nos ha permitido observar la trayectoria del ciclo electoral 2005-2021. Esta información nos sirve ahora para valorar y subrayar las tendencias del comportamiento electoral de los bolivianos. Veamos:

Las “dos Bolivias”

Lo primero a destacar es la relativa estabilidad del comportamiento electoral10. A lo largo del ciclo eleccionario 2005 y 2021, se consolidó una suerte de dualidad nacional en la distribución territorial de los votos y también en el perfil sociológico de los votantes.

  1. De un lado, la supremacía electoral del MAS y su fuerte arraigo en tierras andinas, en pueblos rurales y poblaciones provinciales, además del masivo apoyo de las clases bajas y zonas populares y periféricas de las ciudades y especialmente de la urbe aymara de El Alto como su principal reducto electoral citadino. Son lugares y estratos sociales en los cuales prevalece el voto comunitario e identitario, reforzado por la presión desde el Estado y desde los sindicatos y gremios aliados al partido gobernante, y en donde el espacio para el pluralismo político y la competencia electoral es limitado, incluso inexistente en muchísimos casos, al menos en comicios nacionales en los que el MAS es un protagonista

Se puede decir que el éxito político y electoral del partido azul se ha edificado sobre estos cimientos y su innegable habilidad para armar una coalición popular amplia, sobre todo mediante la fusión de sus estructuras partidistas con organizaciones gremiales y sindicales y una vasta red de cooptación clientelar desde el Estado11. Este bloque social se ha mantenido en el tiempo, aunque con fisuras que se van ensanchando.

 

  1. De forma menos orgánica, también se ha ido afirmando un segundo bloque socio-geográfico a partir de la votación de las ciudades y de enclaves rurales, y en particular de las capas medias urbanas, más educadas e informadas e integradas en la economía formal y con comportamientos más individuales; sectores que se alinean con formaciones políticas, cívicas y candidaturas adversas al MAS y que adhieren a una perspectiva de desarrollo democrático, modernización económica y descentralización estatal. En la articulación de este conglomerado de fuerzas es indudable la centralidad de Santa Cruz y su afirmación como una región de mayoritaria resistencia y contención al avance supremacista del MAS, principalmente desde la férrea defensa de su autonomía como entidad política y

 

Ello no significa, sin embargo, que el comportamiento de los bolivianos hubiese sido invariable en todos esos años del ciclo electoral. De hecho, no lo ha sido. Las votaciones del 21F en octubre de 2019 y de las subnacionales de 2021, registran cambios en las preferencias ciudadanas, como consecuencia de lo cual es perceptible el debilitamiento de la convocatoria electoral del MAS, aunque todavía no lo suficiente como para impedir que vuelva a ganar una elección, incluso sin Evo como abanderado, que es lo que ha sucedido en la última contienda presidencial. De cualquier manera, esos eventos han puesto de relieve que cuando los comicios son competitivos, el MAS es vulnerable y puede ser derrotado12.

Esto mismo permite entender que la disputa electoral se extienda ya no solo a los distritos donde la oposición al MAS exhibe mayor vigor (las ciudades y las regiones de la “medialuna”), sino también a reductos tradicionales del masismo en provincias y centros urbanos como El Alto, especialmente por cuenta de candidatos social o culturalmente emparentados. Los datos de las elecciones subnacionales son muy elocuentes en ese sentido y todo indica que, en el ámbito local y regional, el predominio del MAS está amenazado13.

Con relación a los resultados nacionales, ya sabemos que la fórmula ganadora del MAS ha sido siempre la suma de los votos masivos del mundo rural, de las provincias y de la ciudad de El Alto, esta última de un peso gravitante; sin embargo, los escrutinios del 21F y de la elección general de 2019, han mostrado disminuciones en ciertas franjas de estos territorios que constituyen el núcleo central de su base electoral. Consecuentemente, para el partido azul es absolutamente decisivo preservar la lealtad y el apoyo en altísimos porcentajes de sus electores tradicionales. Y, a la inversa, si la oposición al MAS pretende ganarle una elección nacional, tendrá que ser capaz de penetrar y dividir los territorios masistas.

Autocracia vs democracia

Los cambios en la orientación política de varias regiones del país tienen que ver, aunque no exclusivamente, con la incidencia del principal foco de división política y polarización ideológica en el país, que es el conflicto entre autocracia y democracia. Si bien los factores de tensión social son muchos más, algunos muy complejos sobre todo en circunstancias de crisis económica, es evidente la centralidad del conflicto en torno a la naturaleza del sistema político y de gobierno que los bolivianos quieren. Es en este contexto donde la figura de Evo Morales adquiere prominencia, ya que nadie como él encarna los rasgos de un poder de corte autocrático, populista y corporativo y, consiguientemente, nadie polariza tanto la opinión de los bolivianos entre “evistas y antievistas” y, por extensión, entre “masistas y antimasistas”.

El conflicto político e ideológico tiene un asidero territorial y sociológico: con las regiones andinas y clases bajas y populares que respaldan la continuidad del régimen implantado por el MAS, y con las ciudades y los electores urbanos y de clase media que mayoritariamente se inclinan por cambiar el régimen político y económico y favorecen una democracia liberal, pluralista e inclusiva. Este tipo de contradicción, tal como ha quedado demostrado en los comicios más recientes, tiene el potencial de redibujar el mapa electoral y de generar nuevos alineamientos políticos, sociales y territoriales. Quizás el MAS no sea inmune a ello.

Fragmentación del voto

La tendencia de fragmentación del voto de los bolivianos fue advertida por Salvador Romero en su estudio sobre la geografía electoral boliviana14. Romero evidenció la manera cómo los grandes partidos que comandaron la transición de la dictadura militar a la democracia (MNR, ADN y MIR) fueron perdiendo sucesivamente capacidad de concentrar el voto, hasta prácticamente desaparecer del escenario político, y sin que una nueva generación de partidos y líderes (algunos herederos de los otros) pudieran llenar ese vacío, hasta que la vertiginosa irrupción del MAS pudo revertir esa dinámica de fragmentación, consiguiendo afirmarse como el gran instrumento político de los sectores populares y conformar una nueva mayoría social y electoral en Bolivia.

No obstante, y tras su dilatada permanencia en el poder, el propio MAS parece haber ingresado en una fase de declinación -probablemente- inexorable. Reflejo de ello son las luchas de poder que han estallado en su seno, como no había ocurrido antes y que, por cierto, ponen en tela de juicio su cohesión como referente del campo popular y de la izquierda nacionalista y revolucionaria. Por cierto, la grieta que se percibe en las filas del MAS recuerda la historia divisiva del MNR en los años

60 y siguientes, con las rivalidades de sus caudillos y facciones que desmembraron al movimientismo. De cualquier manera, la aparición de corrientes al interior del MAS emerge como un aspecto novedoso del proceso político y, en verdad, no sabemos de la sagacidad de su gente para gestionar este desafío sin poner en grave peligro su unidad partidaria.

En la evolución del proceso político y electoral la tendencia de fragmentación está presente y quizá con vigor renovado, alimentada por la política de identidad que ha ganado mucho terreno15. Desde ya, la disgregación en el campo de las fuerzas democráticas es un hecho objetivo. Y ahora podría serlo en el otro lado de la polaridad política (el MAS), si se profundizan las pugnas internas en este partido y se acrecientan las fuerzas centrífugas en su entorno de irradiación política. Desde luego que la fragmentación, y ante todo el pluralismo que es intrínseco a la democracia, no siempre son fuerzas negativas en el desarrollo político de una nación. Incluso suelen ser propicias para la democratización de un sistema político y estatal verticalista y despótico. El problema radica en la atomización y debilitamiento extremo de la representación política, que es un fenómeno que sobreviene en ausencia de instituciones sólidas y un orden de legalidad que puedan regular y prevenir el desborde anárquico del conflicto social y a falta de una cultura de diálogo, negociación y pactos, tal como lo es la situación boliviana del presente.

11. Ocaso de un ciclo electoral

A la luz de las reflexiones previas es forzoso preguntarnos si estamos en el ocaso de un ciclo electoral, el ciclo de supremacía del MAS, basado en un liderazgo identitario y mesiánico y en la implantación de un movimiento político etno-nacionalista imbricado con una extensa red de organizaciones gremiales y corporativas. Posiblemente haya quienes piensen que esta pregunta es absurda habida cuenta que el MAS ha revalidado su mayoría electoral. No obstante, si se toma en cuenta los efectos de la crisis económica y social desencadenada por la pandemia y del deterioro evidente del modelo de crecimiento implantado por el gobierno del MAS y considerando, además, sus votaciones adversas en la elección general de 2019 y en los comicios subnacionales de 2021 (que han atenuado en algún grado el impacto de su sonada victoria de 2020), la discusión sobre la declinación del poderío electoral masista no es antojadiza ni está fuera de lugar.

De hecho, el entorno nacional no es el mismo de comienzos de mediados de los años 2000 y mucho menos del momento de mayor esplendor y apogeo del MAS. Se diría, incluso, que el proceso político se mueve hacia un horizonte de inestabilidad y mayor incertidumbre y en el que probablemente será cada más difícil vencer por amplias mayorías y luego conservarlas y también más fácil perderlas. La degradación de los partidos y líderes políticos es una realidad comprobable en todas partes del mundo. Bolivia no es una excepción a esta regla, máxime sí, como es evidente, hay realidades que menoscaban la supremacía electoral que el MAS tuvo en su día.

Desde ya, una importante diferencia entre estas distintas facetas de la trayectoria del proceso político es de índole anímico-política. En los años pasados, cuando el MAS se proyectaba como una fuerza ascendente, prevalecía un clima de optimismo y confianza, aún en capas medias y altas que parecían dispuestas a valorar positivamente los cambios sociales de esos años, o tan siquiera la estabilidad política que impuso el nuevo régimen, como un entorno favorable para la estabilidad económica. Esa etapa de optimismo parece haber desaparecido. Lo que queda es el desaliento y la ansiedad frente a una situación de muchas privaciones y sufrimientos, como ha sido la emergencia sanitaria y social de la pandemia y prolongada en alguna medida por los tropiezos de la recuperación económica y el deterioro en las condiciones de vida16. Y si hay algo que esta atmósfera negativa genera es pesimismo y malestar social; un malhumor colectivo que fácilmente puede trastocarse en protesta y rebeldía. Enojadas con el mundo, las personas suelen irritarse especialmente con lo que está más cerca, el gobierno, independientemente de sus aciertos y errores. Así ha sucedido otras veces en el pasado y puede repetirse ahora.

Naturalmente, de este panorama social enrarecido no se puede extrapolar comportamientos electorales determinados; desde ya, no existen cursos históricos inexorables. Lo que sí hay son posibilidades abiertas, diferentes, incluso contrapuestas, y todas dependen de las circunstancias y otros condicionamientos múltiples.

Se ha visto, por ejemplo, que en el electorado que vota al MAS, hay segmentos que pueden trasvasar sus preferencias de un evento a otro, según sus percepciones de la realidad nacional o regional y de lo que está en juego en cada momento. Y es que el juego electoral no siempre es una contienda entre bloques sociales o coaliciones cerradas, sin fisuras y sin posibilidades de intercambios. Si fuera así, la política estaría congelada, que no es el caso. Al contrario, es propio del proceso político experimentar mutaciones que, a su vez, modifican las opiniones de la gente y también las actitudes electorales, al influjo de las circunstancias concretas que toca vivir. Justamente es lo que le ha ocurrido a la base electoral del MAS, aún en sus principales bastiones.

Pero tampoco puede subestimarse la influencia del poder político sobre los comportamientos ciudadanos, o al menos, sobre las condiciones que los rodean y determinan. Esto ha ocurrido durante el ciclo electoral analizado. Y lo saben muy bien los gobernantes con ínfulas autocráticas, y tal vez por eso ya se observan aprestos de reeditar la captura de los órganos electorales, revirtiendo lo ganado en cuanto a la institucionalización e independencia del sistema electoral. Sería un error, por tanto, desestimar un nuevo quiebre autoritario y el probable retorno a un juego político sin reglas ni garantías de transparencia y libre competencia electoral y, más propicio, para una forma remozada de autocracia electa, que surge y se legitima en las urnas, pero que no gobierna democráticamente.

Con todo, insisto en ello, se me antoja que el futuro político del país es un proceso abierto y con marcada incertidumbre, donde los factores de estabilidad y de cambio interactúan en tensión constante y quizá más cercanos con la volatilidad y la imprevisibilidad de los acontecimientos.

VER PARTE TRES AQUÍ (CLIC)


8 Para una lectura más detallada de los resultados y comportamientos electorales, véase el último libro de Salvador Romero Ballivián: El ciclo electoral boliviano 2020-2021. De la crisis de 2019 a los comicios de 2021. Friedrich Ebert Stiftung, 2022.

9 Al respecto, es muy elocuente el reportaje del periodista Jorge H. Quispe, titulado “Nazacara y Huachacalla: el MAS ganó con 100% por voto comunal y oposición nula”. La explicación de este inusual resultado residiría en que la “imposición comunal -a través de reuniones previas en las que los usos y costumbres definen por quién votará el pueblo-, el temor a inscribir candidatos que no sean oficialistas y la ausencia de la oposición política conformaron el terreno para que el MAS ganara con el 100% de votos en localidades como Nazacara de Pacajes en La Paz y Huachacalla, en Oruro, entre muchas otras localidades. (Página Siete, 31/05/2021).

10 Salvador Romero, Ibid., p. 101, remarca este rasgo de continuidad electoral, expresado sobre todo en los porcentajes del MAS, muy similares entre 2005 y 2020: 53.7% de votos, en 2005, y 55.1% en 2020.

11 Romero observa que la evolución estructural del voto masista y también su extensión en la geografía nacional, sería “una evolución común en los partidos con una larga permanencia en el poder, constatada también en otros contextos”. Ibid., p. 102.

12 El debilitamiento urbano y ante todo capitalino de la votación del MAS, es un aspecto que Romero enfatiza en su último trabajo, constatando que, si bien sigue siendo una fuerza relevante apoyada por los sectores menos favorecidos, ya no es una fuerza victoriosa, debido a su declinación en los barrios de capas medias o con movilidad social ascendente. “Esos grupos -afirma- se han alejado, críticos con las credenciales democráticas de la organización y sintiéndose poco incluidos en el proyecto masista, en el cual la prioridad de la identidad indígena es percibida como estigmatizante y excluyente de las otras”, Ibid., p. 103.

13 Así lo ha admitido Álvaro García Linera, que ha hablado de la “fragmentación del campo popular”. “No basta ahora, como era antes, que el MAS te apoye. Antes el MAS te apoyaba y ganabas, ahora no es suficiente, porque hoy lo popular se está diversificando, … hoy lo popular tiene varias cabezas a nivel regional” (Página Siete, 13/o4/2021). Es posible que AGL estuviera pensando no solo en los candidatos y grupos que le ganaron al MAS, sino también en la lucha de fracciones dentro del MAS.

14 Salvador Romero Ballivián: Geografía electoral de Bolivia, Fundemos, 2003.

15 Fukuyama apunta que la política de identidad es la lucha por el reconocimiento de la dignidad y que esta fuerza ha estado presente a lo largo de la historia humana como un motor de cambios, pero también advierte la amenaza que representa la defensa cerrada de ciertas identidades colectivas basadas en la raza, la etnia, la religión, la cultura o el género, que tiende a fracturar la sociedad en grupos más reducidos y en movimientos identitarios y excluyentes, imposibilitando construir identidades más amplias e integradoras como la identidad nacional y sin la cual el camino del desarrollo y el consenso sobre la legitimidad del sistema político del país se tornan mucho más difíciles o simplemente imposibles. También enfatiza que las demandas de identidad son difícilmente negociables, porque se centran en la victimización y el resentimiento, lo cual refuerza la polarización e impide la deliberación y la acción colectiva de la sociedad en su conjunto. En Bolivia, y de la mano del MAS, hemos asistido al auge de un movimiento indigenista con un sentido de pertenencia excluyente y que en buena medida es responsable de la enorme grieta que se ha abierto en el país. Más recientemente ha tomado impulso un movimiento de identidad cruceñista, representando principalmente por la agrupación Creemos y candidatura del actual gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, que aparece, al menos en parte, como una respuesta al etnonacionalismo del MAS, y que aspira a constituir una alternativa política afincada en el discurso regional. Sobre las ideas de Francis Fukuyama, véase, Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento, Ediciones DEUSTO, 2019.

16 El estudio de la Fundación Milenio sobre el estado de la economía boliviana pone de manifiesto la debilidad que arrastra la economía nacional y sus dificultades para reponerse del colapso sufrido en 2020, lo que se traduce en pérdida de ingresos, crecimiento del empleo informal, deterioro de los servicios públicos y aumento de los indicadores de pobreza y desigualdad. Véase, Informe de Milenio sobre la economía de Bolivia, 2022, No 44 (fundación-milenio.org). Las proyecciones de crecimiento del FMI, Banco Mundial y CEPAL para este año y los siguientes, corroboran una tendencia de estancamiento económico y social.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Henry Oporto

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