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¿Habemos cardenal?

Lupe Cajias

Periodista e historiadora

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Bolivia se estremece por el creciente deterioro de la vigencia de los Derechos Humanos; por las acciones impunes y cobardes de grupos encapuchados contra ciudadanos, incluyendo mujeres ancianas; por el encarcelamiento arbitrario de personalidades políticas; por la destrucción sistemática y legalizada de la Madre Naturaleza, la Casa Común que creó el Señor para el goce de la Humanidad.

Sin embargo, el único cardenal boliviano, Toribio Ticona, guarda silencio. La última noticia que circuló sobre él fue su contagio con el covid-19. Ni en esas circunstancias intervino para consolar a tantísimos fieles que sufrían el duelo por enfermos o muertos durante la pandemia. Muchos religiosos y religiosas fallecieron en sus labores de atender en centros de salud, incluyendo el obispo auxiliar de El Alto Eugenio Scarpellini.

El nombramiento de Ticona en 2018 pareció entonces otro error de los muchos del papa Francisco, que parece más político que pastor de la Iglesia Universal. Ticona, nacido en 1937 en Atocha, distrito minero potosino, no presentaba más méritos que otros obispos, salvo su origen quechua y su apellido.

El papa Francisco ha demostrado en estos lustros un peligroso apego a las corrientes populistas que llevan al despeñadero a la América morena y que han perseguido sistemáticamente a la Iglesia, como institución y a sus miembros. En cambio, no fue capaz de hablar con los disidentes cubanos y en octubre del año pasado los exiliados no pudieron ingresar a la misa en San Pedro por presiones de la embajada de esa dictadura.

El cardenal Ticona está demasiado lejos de sus antecesores. Recordemos a Clemente Maurer, de ascendencia alemana, que luchó desde el primer día de su nombramiento contra los abusos de las dictaduras militares. Además, se atrevió a cuestionar los excesos de prebendas en su propia entidad.

Predicó una Iglesia pobre para atender de forma privilegiada al perseguido y al carente. Mantuvo la coherencia de su investidura incluso en escenas complejas frente al presidente dictador.

Julio Terrazas (1936- 2015), ese camba valluno, arriesgó su vida desde los inicios de su sacerdocio. “Servidor de todos” fue su lema durante su trabajo pastoral. Cuántos jóvenes incrédulos fueron convocados ante sus palabras proféticas en las difíciles coyunturas que pasaba el país. Como arzobispo, como cardenal, en sus homilías dominicales ponía la palabra en la llaga purulenta del poder político y económico.

Su popularidad fue usada en el plan siniestro del Ministerio de Gobierno y sus asesores extranjeros para estallar una bomba en su domicilio acusando de terroristas a supuestos mercenarios. La oposición más dura fue así acorralada en 2008; pero no silenciaron al cardenal Terrazas.

En cambio, Ticona parece escondido, mientras progresan los grupos de choque del MAS y el andamiaje de persecución preparado por el ministro Iván Lima y su antecesor Héctor Arce contra instituciones católicas, como la Universidad Católica o la Fundación Jubileo, Radio San Miguel, los medios de comunicación católicos.

La imagen más difundida de Toribio Ticona es abrazando feliz a Evo Morales, aquel dirigente cocalero sospechoso de varios delitos, desde sus atropellos a niñas hasta sus intentos de dejar sin alimentos a los citadinos paceños.

Ticona se olvida que Morales humilló a monseñor Tito Solari porque se atrevió a advertir del reinado de la coca cocaína en Chapare; porque, además, era quien que desde la Pastoral Penitenciaria denunciaba qué pasaba en el oscuro reino de las cárceles bolivianas y las corruptas redes de jueces y fiscales, mucho antes de los García-Sayán.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Lupe Cajias

Periodista e historiadora

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