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Hayek y la injusticia social

Guillermo Bretel

Politólogo y Sociólogo de la Julius-Maximilians-Universität Würzburg

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Existe consenso académico, tanto de parte de sus defensores como detractores, de que los numerosos ensayos de Friedrich August von Hayek han marcado un antes y un después en la teoría económica, social y política modernas. Principalmente su obra «La constitución de la libertad» ha sabido alcanzar aquello que todo buen tratado filosófico promete: hacernos reflexionar, cuestionar nuestras propias ideas y establecer relaciones íntimas con nuestro pensamiento crítico. No obstante, como muchas ideas importantes en estas áreas del conocimiento, las suyas han sido y continúan siendo sujetas a interpretaciones politizadas que, en muchos casos, desvirtúan la esencia de su pensamiento filosófico. En ese marco, resulta provechoso revisar uno de los principales argumentos y respectivos contextos de «La constitución de la libertad» desde una visión filosófica o, más precisamente, no politizada. 

Una idea de su obra, que convirtió a muchos en neoliberales o libertarios y a otros los espantó por completo, tiene que ver con lo que ampliamente se conoce como injusticia social. Existen distintas definiciones atribuidas a este término; no obstante, para comprender a Hayek, nos limitaremos a entenderla como desigualdad material o desigualdad en la distribución de bienes y servicios entre miembros de la sociedad. El hecho de que Hayek haya afirmado que, bajo un marco político y social específico, no existe la injusticia social, ha sido uno de los objetos principales de crítica y apología de su pensamiento. La incomprensión de su argumento reside, justamente, en ese marco político y social específico, lo que Immanuel Kant denominaría, ya en el siglo XVIII, como «orden de libertad» –posteriormente conocido como «orden liberal». 

Apegándonos a los ejemplos ilustrativos de Hayek para explicar la ausencia de injusticia social en un «orden liberal», emplearemos la siguiente analogía que, con fines explicativos, será simplificada: Si en un partido de fútbol, en el que los jugadores de los dos equipos conocen las reglas generales del juego y están de acuerdo con ellas (si no, no estarían dispuestos a jugar), pues las consideran justas en términos de igualdad de condiciones para ambos, entonces tanto un empate, p. Ej. 1-1, como una victoria o derrota, p. Ej. 6-0, deberían ser consideradas justas. En otras palabras, la desigualdad observada en el segundo resultado no tiene por qué ser considerada una injusticia, puesto que las reglas y condiciones para el desarrollo del juego eran iguales y, pues, el resultado depende de factores como la habilidad, el talento, el esfuerzo, la creatividad o la suerte de los jugadores, es decir, factores que no deberían tener una connotación negativa. 

Traspasándolo a la teoría política y social, esta idea implica que, de contar una sociedad con reglas generales, claras y jurídicamente igualitarias, el resultado de la distribución de recursos no constituiría un problema de injusticia, sino únicamente una cuestión de desigualdad social. Para Hayek, entonces, injusticia y desigualdad social no pueden emplearse como términos análogos, tal como lo hace el igualitarismo materialista. Es posible, por supuesto, criticar el ejemplo del partido de fútbol, puesto que un individuo, que considere que el orden político, social y jurídico otorga ventajas a ciertas personas en desmedro de otras, es decir, que las reglas del juego en la sociedad son desiguales, no puede decidir libremente no participar. Sin embargo, se debe comprender que Hayek parte de la presunción contractualista –influenciado principalmente por John Locke– de que el contrato social es o debe ser un pacto voluntario entre individuos, que se desprenden de ciertas libertades, para construir una entidad política protectora de sus derechos naturales. Por lo tanto, de ser este el caso, es decir, de que los individuos en observación sean ciudadanos de un Estado de derecho, el cual –en razón de un pacto voluntario– protege sus derechos naturales a través de un marco legal general, claro y jurídicamente igualitario, la desigualdad social, generada por la libertad de acción económica de los individuos, sin hacer siquiera mención al rol de sus incentivos para el progreso, citados por el mismo Hayek, no podría ser considerada  una injusticia social. 

Otra crítica a esta idea de Hayek se concentra, si agregamos información a nuestro ejemplo, en que no es lo mismo que un equipo de fútbol sea p. Ej. de niños con mucho tiempo libre y acceso a canchas y profesores de calidad, mientras que el otro sea de niños que nunca han jugado al fútbol, porque tienen que trabajar o ayudar a sus padres cuidando a sus hermanos. Hayek, según sus críticos, no estaría tomando en cuenta que la igualdad de condiciones va más allá de las simples reglas del juego, puesto que hay aspectos sociales incontrolables que condicionan y limitan el desarrollo de los individuos. Para responder a esto, Hayek apela nuevamente al problema semántico mencionado anteriormente. Pues cuando hablamos de injusticia, significa que existe un injusto y «injusticiado»; empero, en este caso, los niños, que tuvieron p. Ej. mejores oportunidades para desarrollar sus habilidades futbolísticas, no tienen responsabilidad o culpa de que los otros no hayan tenido las mismas oportunidades, y en ese sentido, no estarían cometiendo ninguna injusticia contra a ellos al ganarles el partido. Lo mismo ocurriría en un «orden liberal», ya que ningún individuo, que goce de mejores oportunidades iniciales, estaría cometiendo una injusticia contra aquellos que lamentablemente no. Por lo tanto, nuevamente, las diferencias de oportunidades y de resultados, cuando el orden político, social y jurídico es justo, no constituyen un acto de injusticia social, sino que son meramente una manifestación de desigualdad social, la cual per se no tiene argumento moral para considerarse negativa, según Hayek. 

Aunque el ganador del Premio Nobel de Economía, ciertamente, no se refiere al respecto explícitamente, tomemos un ejemplo de la realidad, un tanto más complejo e inquietante, para analizarlo desde su perspectiva. Hoy por hoy, según datos oficiales de la ONU, 811 millones de personas pasan hambre, y aunque esta cifra se haya reducido constantemente a lo largo de las últimas décadas, la tendencia positiva está en retroceso desde el año 2014. Además, para sorpresa de algunos y confirmación de otros, hace 100 años que la desigualdad social o económica no era tan pronunciada. En este preciso momento, en el caso de la hambruna, específicamente, las causas principales –citadas por los expertos– son el cambio climático, los conflictos armados y el precio de los fertilizantes. No es ninguna novedad que los principales causantes del cambio climático sean los Estados industrializados, cuyos ciudadanos tienen estilos de vidas con huellas de carbono considerablemente superiores a aquellos de Estados no-industrializados. Otro ejemplo muy actual es la guerra de Rusia y Ucrania, cuyas consecuencias sobre la producción de fertilizantes y la oferta de granos en el mercado mundial son devastadoras para poblaciones vulnerables, incluso a miles de kilómetros de distancia. ¿Consideraría Hayek estos hechos como injusticias sociales?

De entrada, podríamos decir que el cambio de tendencia en la reducción de la brecha social no implica una injusticia social, si ésta ha aumentado en el marco de un «orden liberal», es decir, de reglas justas y jurídicamente igualitarias. ¿Se puede decir, acaso, que esa es la realidad en todas las esquinas del mundo? Difícilmente. Por ende, Hayek se limitaría, probablemente, a sacar conclusiones de sociedades específicas, diferenciando claramente entre Estados o sociedades liberales y anti-liberales. Aun así, debidos a las crecientes interdependencias sociales y económicas traídas por la globalización, Hayek tendría que ser cauteloso a la hora de sacar conclusiones definitivas. Ahora, en el caso de la hambruna y las consecuencias de la guerra, sería una tarea incluso más compleja poder diferenciar entre Estados o sociedades, dado que, precisamente debido a los niveles actuales de globalización, las acciones de los mismos tienen repercusiones directas alrededor del globo terráqueo. En otras palabras, para aplicar el argumento de Hayek sobre la ausencia de injusticia social, el «orden liberal» debería regir en todo el mundo, existiendo reglas generales, claras y justas, que no permitan que las acciones de unos afecten negativamente los derechos naturales de otros, p. Ej. el derecho a la autoconservación o la vida, el cual para muchas personas ya peligra en lugares con mayor afectación por el cambio climático. En ese marco conceptual, podríamos decir que, estrechando la argumentación de Hayek, eso sí podría llamarse injusticia social, pues existe un injusto y un «injusticiado» – en otras palabras, no es una mera cuestión de distribución bajo reglas justas. De todos modos, lo que su teoría pretende recalcar es la gran diferencia de contenido entre injusticia y desigualdad social, con el fin de no caer en un problema semántico con consecuencias significativas para entender el verdadero origen del problema específico en cuestión.

En conclusión, quienes defienden en la arena política –presuntamente basándose en Hayek– que la injusticia social no existe, están igual de confundidos que quienes descalifican su pensamiento precisamente por el mismo motivo. Para interpretar la filosofía, hace falta más que la superficie, es decir, el argumento principal. Sus causas, sus consecuencias y su contexto juegan un rol sumamente relevante cuando se trata de comprender la esencia de una teoría filosófica en toda su magnitud. Por eso es importante, antes de politizar las ideas, reflexionarlas filosóficamente con toda posible exhaustividad. 

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Guillermo Bretel

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