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La rebeldía del diálogo

El sistema democrático es puesto a prueba por la polarización de las narrativas binarias. Es en las áreas grises que promueven el intercambio y los pactos donde se construye la convivencia. Hoy lo subversivo anida en el diálogo.

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Por Gonzalo Sarasqueta1

Son tiempos convulsos para la política. A las imágenes distópicas de la toma del Capitolio, allá por enero de 2021, hay que añadir los enfrentamientos de alto voltaje entre Gustavo Petro y Rodolfo Hernández, José Antonio Kast y Gabriel Boric, Emmanuel Macron y Marine Le Pen y, uno que asoma con fuerza, Jair Bolsonaro y Lula Da Silva. Como pocas veces en la historia moderna, se están poniendo a prueba las costuras del sistema democrático.

A lo largo y ancho de Occidente, estas polarizaciones tienen un vector común: la extinción gradual de las zonas intermedias, aquellos ambientes templados donde se forjan los acuerdos entre las distintas sensibilidades de nuestra sociedad. En el plano sustantivo, ganan exposición las narrativas binarias, graníticas y absolutas. Su plot está constituido principalmente por un enemigo (no adversario) a vencer. Todo el engranaje discursivo apunta a erosionar al que está enfrente. La persuasión es desplazada por la negatividad.

La profundidad argumentativa, las estadísticas y la creatividad pertenecen a un pasado profundo. Ahora los discursos se manufacturan en serie, con una fórmula sencilla, compuesta por tres falacias: ad hominem (se ataca a la persona, no a su razonamiento), ad nauseam (la repetición incesante) y ad populum (es válido porque lo siente «la mayoría» que acerca la demoscopia tradicional o digital). Son tres recursos retóricos que pasaron de ser excepcionales a ser constantes. Moldearon un estilo comunicacional.

El relato reactivo

Los relatos políticos predominantes son reactivos. No crean tendencias sociales, sino que las replican. Medir antes de hablar es la obsesión de los liderazgos contemporáneos. La narrativa depende de la demanda. Aquellas temáticas que no registra el termómetro de la opinión pública se ignoran. Escasa iniciativa, menos conducción. Una especie de liderazgo cíclico, que se deja arrastrar por el viento de la historia y teme contradecir al Zeitgeist.

Contracorriente

Por el lado de las instituciones, también hay una tendencia a la supresión de las áreas grises, donde se promueven el intercambio y los pactos. En los espacios legislativos, por lo general, las fuerzas políticas desarrollan un juego de suma cero; a todo o nada. La negociación parece ser un arte obsoleto. Cada partido político va a implantar su encuadre de la realidad. Si no funciona, se abandona. Los matices ceden ante lo absoluto.

Las redes sociales según el contexto, con mayor o menor velocidad— se consolidan como arena de disputa política. En ellas, se despliega un discurso telegráfico, signado por el registro visual, la economía cognitiva (un ciudadano dispuesto a hacer un esfuerzo mental mínimo para informarse) y la economía de la atención (una paciencia cognitiva que ronda los cuatro segundos). Poco espacio para la escucha activa, la reflexión y la retroalimentación: tres ingredientes claves del diálogo.

A esta lógica sintetizadora hay que agregarle el trabajo del algoritmo. Para optimizar nuestro esfuerzo y tiempo, cada red social contiene un cómputo que nos guía hacia barrios digitales donde nos relacionamos principalmente con gente que piensa (o siente) parecido a nosotros. Un atajo hacia nuestras preferencias o consumos. Pero también, observándolo con un prisma democrático, una especie de zona franca de pensamiento crítico. Ahí difícilmente nos crucemos con identidades opuestas. Nuestras opiniones resuenan en cámaras de eco, donde «todos somos mayoría», como sostiene el investigador Ernesto Calvo en el libro Anatomía política de Twitter en Argentina (2015).

Ciberdemocracia de manada

En The Knowledge Illusion (2017), Steven Sloman y Philip Fernbach hablan de cómo en la ciberdemocracia se incrementa la «mentalidad de manada». ¿Qué quiere decir esto? Sencillo: nos juntamos a cenar cinco amigos con tintes xenófobos. Después de estar cuatro horas despotricando contra los inmigrantes con axiomas tales como «son todos narcotraficantes», «están corrompiendo nuestros valores» y «nos van a dejar sin empleo», al finalizar la reunión, nuestros prejuicios, estereotipos y valores se han intensificado. En una frase: nos fuimos más chauvinistas de lo que llegamos al encuentro.

¿Cuál es el problema en la sociedad en línea? Que esa «cena» se da cada vez que nos sumergimos en la web. Según Data Reportal 2022, el promedio global de conexión diaria es de seis horas y cincuenta y ocho minutos (y sigue aumentando cada año). Casi un tercio del día nos vinculamos con subjetividades semejantes. Esto explica, en cierta medida, por qué cada vez nos cuesta más escuchar a nuestra tía nacionalista o nuestro primo anarquista en la comida de los domingos. Nuestro músculo deliberativo se está atrofiando; le falta entrenamiento.

Lejos de operar como contrapeso, los medios de comunicación estiran dicho loop confirmatorio. En vez de producir información rigurosa que ponga en entredicho ciertos imaginarios y desactive determinadas mitologías, masajean los sesgos cognitivos del ciudadano. Esto se debe a que una porción importante del mundo mediático ya se percibe como una pieza comunicacional más de las burbujas digitales. Piensan más en el clickbait que en el rating. Allí está la publicidad en el siglo XXI.

Democracia sin puentes

Todos estos fenómenos acarrean un dilema espinoso para las democracias actuales: lo que puede llegar a ser rentable electoralmente (la polarización), no funciona gubernamentalmente. Una vez que se ganan los comicios y hay que diseñar políticas públicas, los puentes entre oficialismo y oposición están dinamitados. Es difícil generar un proyecto común. En el mejor de los casos, el resultado es la parálisis en la gestión, y en el peor de los escenarios, el autoritarismo como marca de gobierno o directamente la caída del mandatario.

El Latinobarómetro 2021 encendió la alarma: solo el 49 % de la encuestados considera que la democracia es preferible a otra forma de gobierno. Menos de la mitad. Evidentemente, hay un malestar en la región. Claro que hay que tener en cuenta los efectos adversos económicos, sociales, sanitarios de la pandemia y la guerra en Ucrania. No obstante, si se observa la onda larga, desde 2010, el apoyo a la democracia ha caído 14 puntos porcentuales. Los datos son tan evidentes como preocupantes.

.Lamentablemente, en la segunda mitad del siglo XX el fusil fue la metáfora de la revolución. La época se transformaba mediante la violencia. Supuestamente, era la única vía hacia un mundo mejor. Ahora, en cambio, lo subversivo anida en el diálogo, en argumentar, en defender el derecho a la diferencia. Ahí reside la rebeldía.

Cambiamos municiones por palabras, y es un avance. Pero hay un cierto determinismo tecnológico flotando en el aire, que pone en duda el poder performativo del lenguaje y su capacidad para correr los bordes de lo posible. Se subestiman hitos que ha producido el diálogo: los pactos del Club Naval (Uruguay), de la Moncloa (España) y de Puntofijo (Venezuela), por citar algunos en el mundo iberoamericano. Por suerte, la historia no está escrita. Y tampoco se puede programar.

 

1Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor, investigador y director del Posgrado en Comunicación Política de la Universidad Católica Argentina.

*Este artículo fue publicado originalmente en dialogopolitico.org el 15 de julio de 2022

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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