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Ni por todo el oro del mundo

Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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Cuando estudié economía monetaria en la Universidad Católica de Chile, una de las preguntas estándar en los exámenes era comentar la siguiente frase “Quisiera tener todo el dinero del mundo”.

La respuesta correcta era que la afirmación anterior era errónea. La razón: tener dinero en efectivo tiene un costo para su poseedor. Supongamos que tenemos un millón de bolivianos, dólares, rupias o lo que sea en efectivo en la casa por un año. Además del riesgo de robo, perdemos los rendimientos e intereses que podríamos ganar con ese dinero invertido.

En una vieja caricatura, existía el Tío Rico que tenía una piscina de billetes y monedas para nadar al interior de su gigante bóveda. Aunque graciosa como imagen, es ridícula porque a una persona rica no le interesa poseer dinero, sino invertirlo.

Eso también pasa a nivel global. A un país ya no le interesa tener dólares y oro en sus bóvedas, sino invertirlos. Es una práctica que tiene varias décadas en la banca central.

En el caso del oro, el Banco Central de Bolivia (BCB) no tiene los lingotes en su bóveda, sino algunas monedas conmemorativas y un monto acotado de divisas para las operaciones financieras en moneda extranjera.

Tres décadas atrás, el país tenía 2.751 barras de oro que acumuló en los sesenta del siglo pasado. Estaban en las bóvedas del BCB, que tenía que cuidarlas a costa de perder los intereses de invertirlos en el mercado internacional de oro.

A partir de 1996 el BCB invirtió ese oro en el exterior y ya no existen lingotes en la bóveda. En términos sencillos, lo llevó a entidades financieras internacionales de muy buena reputación que operan en el mercado de oro que, además, le dieron el certificado de “oro de buena calidad”. Desde entonces, el BCB gana intereses, bajos por la naturaleza de este activo, y el nivel de reservas en oro fluctúa en función a la cotización del mercado internacional.

Es una más de sus inversiones para permitir la fluidez en las operaciones financieras internacionales de los sectores público y privado. Todos los bancos centrales venden, compran y alquilan (hablando coloquialmente) sus diversos activos (oro, euros, dólares, yenes, etc.) para tener el mejor rendimiento.

En ese contexto, la eventual venta de oro u otra operación similar no es de preocupación en lo técnico porque es parte normal de las transacciones de un banco central. Si necesita comprar divisas, lo puede hacer, para las operaciones de personas, empresas e instituciones que residen en Bolivia con el exterior.

El problema de fondo es que una venta o alquiler ratifica la acumulación de desequilibrios de diversa índole, los cuales sí deben ser enfrentados y mitigados.
Uno de ellos es el tipo de cambio fijo. Cuando entraron dólares (divisas) a la economía nacional entre 2004 y 2014, el BCB tuvo que comprarlos para mantener el tipo de cambio fijo y eso le generó una ganancia impresionante de reservas. La leve apreciación entre 2005 y 2011 fue insuficiente para mitigar una entrada excesiva de dólares, a diferencia de otros países que permitieron una mayor apreciación.

Desde mediados de la década pasada la situación se revirtió y el BCB tuvo que vender esos dólares acumulados para mantener el tipo de cambio. En otros países las monedas se depreciaron sin generar desajustes importantes.

En mi opinión, hace 10 años se perdió la ventana de oportunidad de volver a darle cierta movilidad al tipo de cambio para que no lleguemos a una situación como la actual de baja liquidez en moneda extranjera.

La salida ha sido agravada por otros aspectos como el contrabando de diversos bienes desde el exterior y las distorsiones por la exportación de oro que no es de producción nacional, el cual no implica más divisas para el país.

También afectó la declinación de la producción nacional de hidrocarburos, implicando menos dólares por exportación y por la compra cada vez mayor de combustible importado.

Mientras no enfrentemos las causas, figurativamente, ni todo el oro del mundo es suficiente; solo compramos tiempo.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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