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Nicaragua, Bolivia: iglesia profética, pueblo de Dios

José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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La semana pasada, la dictadura nicaragüense del matrimonio Ortega-Murillo expulsó 222 presos políticos —intelectuales, políticos, activistas democráticos, líderes estudiantiles, comunicadores, antiguos guerrilleros sandinistas— tras años encarcelados, acusados de cuántos engendros legales se ocurrieron a la laya de la dictadura (“traición a la patria” el más común) y les despojó de su nacionalidad nicaragüense con una írrita ley aprobada por la genuflexa Asamblea Nacional a las volandas esa misma madrugada.

Uno de los presos se negó a abordar el avión y, en pocas horas, la In-justicia (es absurda burla llamarla “Justicia”) servil a Ortega-Murillo, le condenó con más de 26 años de cárcel por “delitos” que incluyen “traición a la patria”, “menoscabo de la integridad nacional” y “propagar noticias falsas” y —como a los exiliados— le despojó de sus derechos políticos y de la nacionalidad nicaragüense. Ese preso irreverente, que concitó el odio del matrimonio dictatorial (Ortega lo llamó “soberbio”) es Rolando José Álvarez Lagos, obispo de Matagalpa, quien dijo al negarse a ir: “Que sean libres, yo pago la condena de ellos”.

Para no desmerecer en arbitrariedades y falsedades, en Bolivia los “evistas” y “arcistas” enfrentados entre sí cada vez más sañudamente por llegar a “ser el Poder” en 2025 se unen, sin embargo, en un mantra írrito y totalmente desacreditado: el del mendaz relato del “golpe” contra Evo para encubrir su cobardía y el plan masista de destruir el Estado y dar guerra civil: La estrategia para “blanquear” la mentira es perseguir a todo aquél que les recuerde —de una forma o de otra— su despatarrada huida. Y ahora, una vez más desde fines del 2020, las víctimas propiciatorias de ese “blanqueo” narrativo son las autoridades de la Conferencia Episcopal que propiciaron —junto con la UE, embajadas solidarias y Naciones Unidas— una salida pacífica a la crisis: Monseñor Ricardo Centellas, entonces presidente de la CEB y hoy su vicepresidente; Monseñor Aurelio Pesoa, quien fue secretario general episcopal y hoy la preside; Monseñor Giovani Arana, entonces obispo auxiliar de El Alto y hoy su titular y secretario general de la CEB; y el Padre José Fuentes, quien fuera secretario general adjunto de la CEB y ahora rector de la UCB. (Un actor fundamental de la facilitación, Monseñor Eugenio Scarpellini, entonces Obispo de El Alto, falleció en 2020).

No es nueva la persecución contra la Iglesia. En nuestra Latinoamérica, dictaduras reaccionarias —antes y durante el período del Plan Cóndor, asesinando, entre otros, a San Óscar Arnulfo Romero— enfurecieron contra los nuevos pensamientos del Concilio Vaticano II mientras gobiernos pseudo “progres” —socialistas 21 o de su entorno— la han combatido, tal como en su momento hicieron los nazis persiguiendo obispos, religiosos y laicos católicos y recluyéndolos hasta la muerte en campos de concentración (como fue con San Maximiliano Kolbe y Santa Teresa Benedicta de la Cruz —Edith Stein—) o apresados y condenados por los gobiernos marxistas (como los cardenales Beato Stefan Wyszyski en Polonia, József Mindszenty en Hungría, Jósyf Slipyjen Ucrania, François-Xavier Nguyen van Thuan en Vietnam y Joseph Zen en Hong Kong, además de obispos y laicos). Hoy “la Iglesia necesita que todos seamos profetas” en palabras del Papa Francisco, y enfrentar la represión contra la Iglesia —en Nicaragua, en Bolivia o en cualquier lugar—necesita de creyentes que, en sus mismas palabras, estén “abriendo las puertas” y arriesgando “la piel (por) la verdad (para) resanar las raíces y la pertenencia al pueblo de Dios”.

Martin Niemöller (1892-1984) fue un pastor luterano alemán y antinazi, preso en los campos de concentración de Sachsenhausen y de Dachau desde 1938 hasta 1945; en la década de los 60 fue presidente del Consejo Mundial de Iglesias y un fuerte crítico contra la Guerra de Vietnam.

En otras publicaciones, he incluido fragmentos de su sermón ¿Qué hubiera dicho Jesucristo? de la Semana Santa de 1946, una fuerte advertencia de las consecuencias de no ofrecer resistencia a las tiranías. Ésta es mi versión preferida:

Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío. Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar. Seamos profetas.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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José Rafael Vilar

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