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Pandemia, Estado y Libertad: El Leviatán que se viene (Parte 3)

Diego A. Villarroel

Abogado, investigador y profesor de derecho

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Consideraciones finales

En vista de lo expuesto en las dos entregas anteriores lo que necesitamos, para el futuro inmediato, es todo lo contrario a lo que muchos ingenieros sociales nos pretenden hacer creer. La clave para mantener el camino del crecimiento, la lucha contra la pobreza, la eliminación de la corrupción, entre otros males, es contar con un Estado que intervenga lo menos posible en la esfera individual. Permitir que las personas, en el ejercicio de su libertad, pongan de manifiesto su capacidad creativa para buscar nuevos y mejores caminos para la generación de empleos de calidad, así como de la oferta de bienes y servicios cada vez más diversos.

Siempre que se ha elegido el camino de la libertad y de la menor intervención posible por parte del Estado, sin ningún tipo de privilegios, a los individuos les ha ido mucho mejor. Cuando los gobiernos caen en la fatal arrogancia de pretender definir aquello que es mejor o más eficiente para las personas, estas se han visto generalmente empobrecidas y perjudicadas (sirvan como ejemplo la situación de países que solían ser ricos como Venezuela y Argentina). Como hemos señalado, el Estado no tiene la capacidad de gestionar toda la información que requiere para organizar vía mandatos el destino de las personas.

Todo lo anterior no implica el deseo de la desaparición del Estado. Lo que hemos venido comentado es una manifestación a favor del liberalismo, y este no es equivalente con el anarquismo1. Los liberales en general, y nuestros comentarios en particular, buscan la existencia de un Estado fuerte, eficaz y eficiente, lo que no implica un Estado grande y acaparador que regule los distintos ámbitos de la vida de las personas. Sino un Estado limitado, con funciones muy concretas con el propósito de que estas sean cumplidas de forma adecuada. Tal como recuerda Vargas Llosa:2

El Estado pequeño es generalmente más eficiente que el grande: ésta es una de las convicciones más firmes de la doctrina liberal. Mientras más crece el Estado, y más atribuciones se arroga en la vida de una nación, más disminuye el margen de libertad de que gozan los ciudadanos. La descentralización del poder es un principio liberal, a fin de que sea mayor el control que ejerce el conjunto de la sociedad sobre las diversas instituciones sociales y políticas. Salvo la defensa, la justicia y el orden público, en los que el Estado tiene primacía (no monopolio), lo ideal es que en el resto de las actividades económicas y sociales se impulse la mayor participación ciudadana en un régimen de libre competencia.

El ser liberal no significa promover el caos y la anarquía, a pesar de que eso sea lo que pretendan argumentar, desde distintas perspectivas, progresistas y conservadores. En algunos aspectos, es probable que los mercados funcionen mejor con un gobierno eficiente que cumpla ciertas labores específicas que le corresponden (i.e., defensa de la competencia, instituciones que protejan la propiedad privada, la vida y la libertad como el poder judicial); el problema es que, bajo esa excusa, una vez damos rienda suelta al poder del Estado es muy difícil volverlo a amansar. Por tanto, resulta esencial no dar cabida a la intervención del Estado en aspectos que no hacen a sus funciones más esenciales y claramente limitadas. En definitiva, ser liberal implica creer que la economía y la convivencia pacífica de las personas no pueden funcionar con un gobierno que ahogue permanentemente la iniciativa privada.3

El Leviatán que se viene no parece ser el que anhelamos. Al contrario, todo indica que este Leviatán buscará incrementar su poder cada vez más en desmedro de los individuos, los únicos que tienen la capacidad, mediante la cooperación social, de guiarnos hacia el progreso permanente. Esperemos equivocarnos y que los gobiernos tomen el camino que se ha demostrado es el correcto.

1Sin perjuicio de ello, no descartamos al anarquismo en general, y al anarcocapitalismo en particular, como fuentes valiosas de conocimientos y con argumentos válidos para ser considerados en el contexto académico. Sobre las diferencias entre liberalismo y anarquismo véase von Mises, Ludwig, Liberalismo…Óp. Cit., p. 70. Dice este autor: “El liberalismo no es anarquismo ni tiene nada que ver con el anarquismo. El liberal comprende con toda claridad que sin el uso de la coerción el orden social estaría en peligro, y que tras las reglas que es necesario observar para asegurar la libre cooperación entre los hombres debe existir la amenaza de la violencia, si no se quiere que cada individuo pueda destruir toda estructura social”.

 2Vargas Llosa, Mario, La llamada de la tribu, Ed. Alfaguara, 2018, Kindle Edition.

 3Sala i Martín, Xavier, Economía liberal para no economistas y no liberales, Ed. Debolsillo, 2010, Kindle Edition.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo

 


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Diego A. Villarroel

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