OpiniónPolítica

Tomas de testera y demás trifulcas legislativas

Erika Brockmann Quiroga

Psicóloga, cientista política y exparlamentaria

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Las tomas de testeras en recintos legislativos, acompañadas por rondas pugilísticas y habilidades marciales de avezadas o principiantes luchadores/as de las que hemos sido testigos recientemente no son del todo nuevas. En 41 años de vida democrática nuestro parlamento (y otros en la región y el mundo), han sido escenario de momentos de confrontación apasionada de ideas y posiciones políticas; sin embargo, lo ocurrido hace unos días llegó a extremos antes no vistos.

La violencia verbal y física recurrente merece analizarse. Los más sesudos comentaristas se refirieron a la degradación del debate político, a la falencia o ausencia de intelectuales orgánicos que lo orienten, al olvido de la noción de diálogo y de los más básicos principios de convivencia plural y democrática. Se alude a la falta de argumentos y a un accionar donde, al final, manda la circunstancial correlación de fuerzas, esto es atacar, resistir, contraatacar o forzar votaciones donde la presión, el secuestro de ideas y los cercos que, con o sin cadenas, se normalizan. La lógica reglamentaria en la que manda el voto de mayorías parlamentarias fue pulverizada.

Nuestro Legislativo no siempre fue una taza de leche, hubo apagones sospechosos, insultos de grueso calibre, rotura de micrófonos y una bofetada memorable. Pero no creo equivocarme al señalar que la toma física de testeras y el bloqueo al funcionamiento de una sesión camaral fue una práctica introducida por el MAS entre 2002 y 2004.

Por ello vale la pena mirar un tanto hacia atrás. Fui testigo de la primera paralización de actividades legislativas con ese mecanismo y a modo de crónica comparto en estas líneas lo que esa experiencia dejó en mi memoria. Ocurrió durante el segundo Gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, sostenido por una disminuida y forzada coalición que le dio viabilidad en el ocaso del ciclo de la democracia pactada y en el contexto de una crisis económica que colocó al neoliberalismo contra las cuerdas. MNR, MIR, MAS y NFR eran los cuatro partidos con representación equipotente en la cámara de diputados, sin contar la marginal pero simbólica presencia de la bancada del Movimiento Indígena Pachakuti de Felipe Quispe, el Mallku.

Presidía la Cámara Guido Añez, del MIR; la directiva era plural conforme a lo estipulado en los reglamentos desde los años 90. Ese día, el MAS decidió impedir el tratamiento de una norma que gozaba de apoyo oficial. Planeó la sorpresiva toma de la testerea liderada por las diputadas opositoras. Sentadas frente a los parlamentarios cubrieron la testera con sus polleras.

Un refuerzo, fundamentalmente masculino, llegaba por los pasillos del hemiciclo. Por el centro avanzaba un grupo encabezado por el diputado José Bailaba, del MAS, quien con su vestimenta típica –coraza y lanza incluidas– marchaba envalentonado. Detuvo brevemente su marcha ante el sonido impertinente de su teléfono móvil, que lo puso en la disyuntiva de contestar la llamada o proseguir con la toma de la testera. Decidió seguir e hizo retroceder a Oscar Arrien y a otros diputados oficialistas que intentaban frustrar la llegada del refuerzo, hasta que en medio del alboroto se declaró cuarto intermedio. No hubo orden ni ujier o personal de seguridad dispuesto a contrarrestar por la fuerza esa falta a los reglamentos camarales. Si se los desalojaba se habría interpretado ello como “abuso racista de neoliberales y de la oligarquía gobernante”.

Guido Añez recuerda que un colega masista, miembro de la directiva, le invitó una hoja de coca en son de paz para mitigar el impacto de tamaño arrebato. Así transcurrió la primera toma, interpretada como memorable por quienes ensalzan las “formas plebeyas” de lucha política, y su escenificación en la institución parlamentaria. A esto siguieron algunos hechos que la prensa registraba como inéditos, por ejemplo, cuando Filemón Escobar lanzó un vaso de agua al rostro de un colega opositor o cuando arremetió con el crucifijo de bronce contra Hormando Vaca Diez, mientras presidia una sesión congresal.

Con el arribo del MAS al Gobierno y la instalación de una Asamblea Constituyente hubo algunas escaramuzas entre mujeres atrincheradas en la primera línea de confrontación expresando tensiones históricas irresueltas, tanto territoriales como étnico culturales. Por entonces, la instrucción era patear las canillas del adversario para que las cámaras no registren la agresión desencadenante de las trifulcas. La violencia tomó las calles de Sucre y los alrededores de recintos deliberativos; al final, correspondió al Congreso destrabar el empantanamiento tras largas jornadas de trabajo y diálogo de líderes de distintas corrientes parlamentarias.

Volvamos al presente. Hace unos días, el espectáculo de escaramuzas de larga duración dejó a muchos perplejos y a otros avergonzados o envalentonados por ser parte de barras bravas de uno u otro bando. Pareciera que se normalizan prácticas y repertorios de violencia, lo que marca una involución en las formas de convivencia de los bloques políticos mayoritarios, minoritarios, escindidos o encaprichados en una pugna de poder de facciones partidarias. Hace tiempo se cruzó la línea roja al ignorar la Constitución, las leyes y reglamentos.

Muchos preguntan ¿por qué hay más mujeres en estas peleas, no era que su presencia cambiaria la política? No esperemos que la presencia de mujeres contribuya, por sí misma, al cambio de la cultura política y los códigos machistas en los que se desenvuelven. Es más, de ellas se esperan pruebas de lealtad extrema o que jueguen un papel “disciplinado y disciplinario” sobre las y los contestatarios. Si se atreven a ser disidentes la sanción resulta implacable. Actualmente, en el marco de la disputa interna del MAS, la lógica antagónica, binaria y simplista de los argumentos racializados que victimizan a indígenas y mujeres es insuficiente. Las violencias enfrentaron a polleras contra polleras y a blancoides contra blancoides. Las diputadas entraban al ruedo en defensa de sus colegas varones, mientras resistían el jaloneo y golpes de las mujeres contrarias a la toma de la testera.

El tema da para mucho más. Hasta la próxima.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Erika Brockmann Quiroga

Psicóloga, cientista política y exparlamentaria

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