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Bolivia, perdida en unas billeteras, por Gonzalo Mendieta

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Una noticia revela que asistentes a un evento del MAS fueron obligados a desnudarse para hallar las billeteras perdidas de la aristocracia partidaria. Ese suceso es una metáfora de las ocupaciones de nuestros gobernantes. No tanto por las billeteras como por la retahíla de macanas y vilezas, justo cuando la circunstancia exige personajes y medidas excepcionales.

Se nota el abandono de los desafíos reales y potencialidades del país, y no es de hoy. Por ejemplo, hace dos semanas la excanciller colombiana de Juan Manuel Santos en sus ocho años de gobierno, María Ángela Holguín, presentó su libro La Venezuela que viví que, pese al título, resume además toda su gestión de ministra. Ella fue antes embajadora de Uribe en Caracas y, puestos a chismear, es pareja del centrista exgobernador antioqueño Sergio Fajardo. Él será un serio contendor a la presidencia el 2022, junto al izquierdista Gustavo Petro y, seguramente, al uribista Óscar Iván Zuluaga.

Pero no quiero hablar de Colombia, sino del libro de la señora Holguín. Entre otras cosas, como indicio de que Bolivia se viene sumiendo de pies a cabeza en lo nimio, así esté envuelto en fanfarria. Y si no fuera por nuestros líos y las inéditas incursiones de Evo a Lima, los bolivianos pasaríamos por mudos fuera, no existiríamos; janiwa janipuniwa, diría un profesor de aymara.

En el libro de esta bogotana, la exministra Holguín, pasean personajes de toda la región. Está el excanciller de Chile Alfredo Moreno (actual ministro de Obras Públicas), quien incluso recibe gracias por sus comentarios y revisión del texto. En sus páginas retoza el expresidente Lugo de Paraguay en su resbalosa caída. Muy pancho, Lugo opea viendo en TV los debates parlamentarios para rajarlo. Y Maduro, aparentemente reunido con militares paraguayos, es declarado persona non grata.

Cuando Uruguay no figura en ese libro a través de Pepe Mujica, célebre por sus píldoras de sabiduría al paso, entre click y click de internet, surge Almagro de canciller o en sus primeras piñas con Maduro. Alan García asoma también, más vivo y sapo que asesor florentino de los Médicis, merodeando con sus consejos a Juan Manuel Santos de cómo conducirse con Ecuador.

Uno imaginaría que los colombianos de estirpe viven para abominar el socialismo del Siglo XXI, pero Holguín tiene palabras hasta dulces para Chávez. De la muerte de Kirchner anota que fue la de “un gran aliado”, por su ayuda en las negociaciones entre Colombia y Venezuela. Tal vez sea que la excanciller lleva ya su oficio en el hipotálamo, no sé.

Brasil obviamente ronda allí con su diplomacia celosa y entrenada, y con Lula. Correa y su canciller Patiño reabren la puerta a Santos, aunque fuera el ministro de Defensa que bombardeó Ecuador para zumbar a las FARC. Hasta el expresidente de Panamá, Martinelli, aparece basto y parco, pese a su supuesta afinidad política con Colombia.

Pero Bolivia es una sombra en el libro, apenas aventajando a Surinam y a sus vecinos de ambos lados. Sin nombrarla, Bolivia es una de las manos que se levanta silente a votar con Venezuela o Cuba en algún encuentro. La excepción es Enrique García, expresidente de la CAF, amigo y antiguo jefe de la autora. La nacionalidad de García es un accidente, empero. Un libro de los quehaceres de la élite política regional no omitiría a un financiador clave, la CAF. Pero no hay un solo apunte de tal o cual alocución boliviana, de su presidente o de un incidente al que valga despacharle dos míseras líneas, considerando que el periodo cubierto es previo a 2019.

Incluso siendo paranoicos, es difícil alegar que la autora tuviera la inquina de borrarnos de la (su) historia. Azora leer un texto sobre la región en el cual Bolivia es mencionada tres veces, si acaso. La autora hasta olvida que Bolivia es miembro de la CAN, falta que tampoco se ha de cargar en nuestras espaldas, pero que igual da cuenta de una realidad. Esa que debería ocuparnos más que hallar las billeteras perdidas de unos dirigentes tan trágicamente olvidables como nosotros en nuestro barrio, que encima es uno de los de menor peso en el mundo.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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