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De calzones y ambas martingalas, por José Rafael Vilar

José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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En mi última egocisión —neodefinición para la cisura periódica a los olvidos del ego— recordé que debo a un amigo la respuesta a su crítica de mi columna Conciliación y encuentro: virtudes pendientes (06/07). Mea culpa por medio —sin sonrojo—, empezaré con ello, prioritario tema de las tantas cosas que urgen en las costuras.

Sé que palabras como “reencuentro”, “conciliación” o “encuentro” —estaban en mi escrito— pueden parecer absurdas cuando, día por medio, se dan muestras de conculcar derechos y obviar libertades y se repite como martingala —del artificio ahora— el mantra del “golpe” —paradoja sin militares en la calle y con civiles desarmados protestando—, un machacado y sui generis coup d’État cuyo concepto discursivo cada vez parece más entre Emmental y arpillera alojando nube de polillas. Sin embargo y por más que el señor Morales Ayma diga que “conciliación” solo habría (estado condicional) en Bolivia si hay (nuevo condicional) claudicación y sumisión (loas a él incluidas), en Latinoamérica hay fehacientes ejemplos de que irreconciliables pueden conciliarse. Entre otros ejemplos rescato el de El Salvador cuando guerrilla y gobierno se juntaron a conciliar cuando ambos comprobaron que ninguno podía vencer: ese convencimiento apocalíptico de “nadie gana-todos perdemos” llevó a ambos extremos a sentarse, discutir y llegar a los acuerdos de paz de Chapultepec, que el próximo año cumplen 30 años de brindar paz y estabilidad a los hermanos salvadoreños, dando fe de que encontrarse para conciliarse y reencontrarse sí es posible y muy positivo. Si eso ellos hicieron, en medio de la Guerra Fría, ¿qué no podremos hacer entre nosotros, los bolivianos, sin guerras fratricidas ni ajenos poderosos interesados en que uno destruya al otro? Como dijo el monseñor Giovani Arana en su homilía por la Asunción este domingo en El Alto: “Qué importante es ir al encuentro”, condición previa en la que coincido con el monseñor Centellas, en que cualquier conciliación —por mínima que fuera— “tiene que ser sin condiciones (…) superando resentimientos, respetando las diferencias, (…) sin enfrentamientos, sin insultos, escuchando a los otros”; el yerro del señor Morales Ayma repite su posición en la clausura del IV Congreso Mundial de Mediación (2008 en La Paz) cuando dijo, refiriéndose a doña Anita Romero de Campero —copresidenta del congreso—, que “cada vez que ella iba a mediar en los conflictos (de los años 90 e inicios de 2000), siempre tomaba posición por él y su gente”, descalificándola así —en su “elogio”— como mediadora válida luego de que todas las intervenciones y talleres del congreso postularon la equidistancia e imparcialidad como condiciones sine qua non para un mediador. Pero ambas son partes de la espontánea incontinencia verbal del señor Morales Ayma, a la que hoy le compite la señora Patty Mullisaca.

Y hablando de coincidir, también coincido plenamente con la frase de la señora María Nela Prada Tejada —nueva figura política pero heredera de la amplia experiencia de sus padres: Ramón Prada Vaca Díez y Betty Tejada Soruco—: “El pueblo es sabio, sabe exactamente lo que pasó” en las elecciones de 2019, aunque la suscribo por razones diametralmente opuestas a las de la ministra Prada Tejada. En política —más en gestión de gobierno—, entender las señales del entorno es fundamental y acá son muchas: la de una victoria del MAS-IPSP en 2020 porque el hastío popular que producía la crisis que creció desde 2016 hasta estallar en 2019 era múltiple y agobiante, más la pandemia, y por un improvisado gobierno de transición constitucional que dejó abierta la puerta a viejos vicios (corrupción, nepotismo, autoritarismo) y se perdió en su improvisación electoral, “acompañado” esto de una clase política egoísta sin visión de país —barrida tras las elecciones de ese año, de la que solo quedan Mesa, por falta de emergentes, y Camacho, intentando fundarse más allá de la coyuntura—, además que esa victoria de 2020 mucho fue por los mitos de la “magia económica” y su “mago” de candidato.

No voy a referir cómo —afuera y adentro— los falaces mantras y sus justificadores se desmoronan y “desargumentan”, dejando cada vez más huérfano al discurso de la revancha, ni cómo el MAS-IPSP se autofractura. Solo diré que es hora de entendernos y de recuperar Bolivia —República de plurinacionalidades y autonomías— para todos los bolivianos: hora de calzas y calzones bien puestos.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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