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Desobediencia civil

Emilio Martinez

Escritor y analista político

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Norberto Bobbio dijo alguna vez que toda la historia del pensamiento político puede clasificarse dependiendo de que se haya puesto el acento en el deber de obediencia o en el derecho a la resistencia. 

El politólogo italiano era de los que ponían el énfasis en la desobediencia civil, a la que consideraba el mejor instrumento para “detener la violación de la ley natural por parte de quien gobierna”.

La cuestión también fue abordada por la teórica alemana Hannah Arendt, quien sostenía que la criminalización de esa forma particular de disenso significaría la persecución de las libertades básicas.

¿Qué habrían dicho Bobbio y Arendt de la Bolivia actual, donde un gobierno trata de asegurarse la hegemonía mediante “leyes malditas”, que contravienen principios elementales como la privacidad? 

Estoy seguro de que habrían avalado la desobediencia contra normas que no sólo son cuestionables en lo formal (la falta de concertación previa para su aprobación) sino también en lo esencial (la violación de los derechos naturales).

Desde un partido oficial que ha usado el repertorio del bloqueo hasta el hartazgo, se trata de estigmatizar las protestas como un atentado a la libre circulación, con muy poca vergüenza ciertamente. Pequeña gran diferencia: aquellos bloqueos eran dispositivos de una dictadura sindical, mientras que estos otros son, tal vez, la última oportunidad para evitar que la democracia se vuelva un cascarón vacío, una mascarada a la nicaragüense sin ningún respeto por la pluralidad.

Jürgen Habermas también coincidía con Bobbio y Arendt, cuando decía que “todo Estado democrático de derecho que está seguro de sí mismo, considera que la desobediencia civil es una parte componente normal de su cultura política, precisamente porque es necesaria”.

Si la protesta es estigmatizada desde el poder como “fascismo” (así la ha calificado el ex conciliador ornamental, David Choquehuanca) es precisamente porque no hay un “Estado de derecho seguro de sí mismo”, sino un régimen de constitucionalidad aparente controlado por quienes siguen el derrotero de la “pos-democracia”, postulada por quien fuera mentor de Hugo Chávez, Norberto Ceresole. Ese sí, un fascista a carta cabal.

Erich Fromm decía que “el acto de desobediencia como acto de libertad es el comienzo de la razón”. Agreguemos que la desobediencia es la elección más racional que podemos hacer en este momento, simplemente porque después, si no frenamos el proyecto autocrático, ya no tendremos elección. 

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Emilio Martinez

Escritor y analista político

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