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Que un gobierno de su propio partido haya logrado un vuelo autónomo (así sea desde coordenadas ideológicas similares) resulta insoportable para Evo Morales, quien día tras día busca las cámaras de los medios con desesperación inocultable.
Para esto, cualquier tema parece serle útil: desde felicitar al belicista Putin por su cumpleaños hasta enfrascarse en una guerra de tuits con el ministro de justicia, pasando por denunciar al gobierno de corrupción y encubrimiento del narcotráfico, señalamientos que viniendo de Evo son, como mínimo, paradójicos.
En un reciente ampliado del Movimiento Al Socialismo, Morales exhibió su control del aparato partidario, pero esto no se refleja en las grandes corrientes de opinión de la sociedad, donde su ex ministro de economía le lleva varias cabezas de ventaja. Así las cosas, Arce Catacora tendrá que buscar de cara al 2025 la forma de evitar la trampa de los “apparátchiks” evistas, ya sea mediante un “frente amplio de izquierdas” (al decir de Freddy Bobarin) o impulsando unas elecciones primarias a padrón abierto.
Pero Evo Morales no es el único que ha estado buscando reflectores con cierta desesperación. Días atrás, sorprendió la auto-defensa destemplada que intentó Carlos Mesa desde un foro universitario, luchando contra el fantasma de algunos denuestos que parecen molestarlo mucho y atribuyéndose la gesta del 2019, donde tuvo escasa actuación y que en realidad fue obra de un amplio movimiento ciudadano.
En el fondo, sería una reacción a la pérdida de centralidad en el escenario político, hoy polarizado entre un gobierno que insiste (equivocadamente) en repetir guiones heredados de la era evista y un contrapoder de masas con epicentro en Santa Cruz. El debate centralismo-censo no le es funcional.
También puede pesar la situación interna de su partido, recientemente aplazado en el manejo de la jefatura de bancada de la Cámara Baja, y donde parece tejerse una revuelta generacional que podría desplazarlo en el 2025.
En ambos casos -Evo y Mesa- se trata de la vieja política buscando reflectores con nerviosismo. Los dos son parte de un ciclo político que terminó en el 2020 y que necesariamente va a ir dejando paso a otros actores.
En estas situaciones, los viejos políticos inteligentes suelen convertirse en mentores de los nuevos, mientras que los más obtusos insisten en considerarse irreemplazables. En cualquier caso, el futuro de la democracia boliviana pasará en buena medida por cómo se resuelva esa dialéctica entre la vieja política (materialmente vinculada al ciclo gasífero) y liderazgos emergentes que tendrán que hablar el lenguaje de las nuevas tecnologías y de las sociedades líquidas de esta segunda fase del siglo XXI.