Opinión

El caudillo se pondrá más peligroso

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“Volveremos y seremos millones”. No solamente es el título del libro escrito durante su paso por Argentina. Es su objetivo de vida. Diseñó un plan político para volver al poder, luego del gobierno transitorio, con tareas centrales como elegir a su delfín en la Presidencia o asumir como senador por Cochabamba en la perspectiva de estar siempre en el núcleo del poder.

Se inclinó por Luis Arce porque tenía el perfil adecuado para traccionar el voto de las clases medias en todos los departamentos, a diferencia de David Choquehuanca que, según su análisis de prospectiva electoral, sigue siendo la expresión del andinocentrismo y eso complicaba las aspiraciones electorales del MAS en 2020.

Intentó la senaturía, pero el Tribunal Supremo Electoral, recompuesto por el fraude de 2019 en el que también estuvieron implicados vocales nacionales y departamentales, lo sacó de las listas del MAS. Optó por el joven dirigente chapareño Andrónico Rodríguez para darle peso político a su trinchera territorial, aunque ya había colocado dos fichas con ese cometido: Leonardo Loza en el Senado y Gualberto Arispe en Diputados.

¿Te imaginas a Morales como senador en la crítica coyuntura política de este momento? Estaría buscando gobernar desde el Órgano Legislativo, así cuente con el apoyo de una parte minoritaria de la bancada del MAS en la Asamblea Legislativa. No olvidemos eso de las “minorías eficaces”, el esquema que desarrolló el movimiento cocalero por décadas.

El nuevo gobierno empezó su gestión. El caudillo era visto como el poder detrás del trono y el exministro de Economía, convertido en Presidente Constitucional, como mero administrador del Estado. En esa condición, participaron incluso en la posesión del nuevo mandatario peruano Pedro Castillo, el 28 de julio del año pasado, en el palacio de Lima.

Pero, el mandatario comenzó a tener vuelo propio en las acciones para superar las crisis económica y sanitaria que golpearon duro al país en la primera parte de la pandemia del coronavirus, y empezó a sentirse a gusto con ser el “hermano presidente”. Terminó el 2021 recibiendo consejos de su predecesor, pero ya tenía su propia agenda de gestión.

El 22 de enero de este año, tras la celebración del Día del Estado Plurinacional, día en que, según Morales, comenzó la historia de Bolivia, se rompió el idilio y comenzó una inédita guerra política entre facciones dentro del masismo. Maximiliano Dávila, exjefe antidrogas de Morales, fue capturado en Villazón, cuando intentaba cruzar por tierra hacia Argentina.

Su detención causó revuelo porque era la consecuencia de un operativo internacional coordinado por la DEA estadunidense sobre tráfico de drogas y armas hacia Nueva York. Se ofreció una recompensa de 5 millones de dólares para quien entregue información certera sobre las actividades ilícitas de Dávila y que ayude a sustentar el pedido de extradición a Estados Unidos.

El plan del caudillo se estaba desmoronando. De pronto se vio señalado de tener vínculos con el narcotráfico, se convenció que habían decidido bloquear su retorno al poder e intuyó que detrás de eso estaba el imperio norteamericano. Se confinó en el Chapare y desde allí comenzó a librar batallas con ministros del gobierno que debía servirle para retomar la Presidencia en 2025.

Desde el 22 de enero hasta la fecha hubo de todo. Denuncias de corrupción, de protección al narcotráfico, de división interna, de intentos de proscribirlo políticamente, de traición al partido que encumbró a Arce y Choquehuanca, de pactos con la derecha y hasta de planificación de un “golpe de Estado” al actual Gobierno, entre otras acusaciones.

Morales no es de resignarse ante las adversidades. Sus insistentes pedidos de que al menos dos ministros sean alejados del Gabinete no fueron escuchados. Surgió entonces el conflicto del Censo y vio la oportunidad para desgastar a Arce, aunque en sus tuits aplaudía los intentos de diálogo para poner fin al paro indefinido en Santa Cruz.

La operación retorno tiene ahora una variante: deshacerse del obstáculo interno antes de la realización de las elecciones primarias previstas para fines de 2024, momento en que los militantes del MAS deben elegir al binomio que los representará en los comicios de 2025. Sin embargo, hay un elemento que busca ignorarlo.

Dejó de ser la solución y ahora es el problema. El caudillo y su gente se han convertido en el obstáculo dentro del masismo. Su confinamiento en el Chapare, el saberse en minoría en las cámaras de la Asamblea Legislativa, el tener tan bajos porcentajes de favorabilidad y de intención de voto, según las encuestas, son señales de lo que representa en la actualidad.

Su objetivo de vida ha sido tocado, su plan político está a punto de fracasar, volver al poder siendo millones puede quedarse en el título de su libro. El caudillo está consciente de su situación adversa y de que nunca más podría colocarse la banda presidencial y empuñar el bastón de mando.

No le importa. Su obsesión es más grande que cualquier razonamiento lógico de un político experimentado y eso lo hará más peligroso. ¿Qué nuevos ataques tendrá en su arsenal para concretar su plan de retorno al poder? ¿Buscará acortar del mandato del actual gobierno? ¿Hará un viraje táctico para dejar de ser visto como el antihéroe en el masismo y en la política boliviana? ¿Se victimizará o impulsará nuevas y más duras arremetidas? Si este 2022 ha sido turbulento, los dos próximos años serán huracanados para el masismo y el país.


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