OpiniónPolítica

El oscuro objeto del progresismo

Jaime Aparicio

Diplomático de Carrera, ex Embajador de Bolivia en los Estados Unidos

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Corren tiempos de gobiernos a cargo de  los más iletrados, deshonestos e incompetentes de cada sociedad. Caudillos populistas de todos los linajes e ideologías, de Trump a AMLO, de Lula a Bolsonaro, de Evo Morales a Arce, de Chavez a Maduro, de Diaz Canel a Ortega, de los Kirchners a Fernandez,  de Correa a Castillo, reflejan un profundo malestar en la cultura política de las Américas.
Y cómo llegamos ahí?

Lo primero que se puede decir es que el populismo actual, es complejo de definir porque combina  características del fascismo tradicional, del corporativismo, del nacionalismo y otras influencias de corrientes que se creían desaparecidas en el mundo. Por esa razón,  cada vez tienen menos sentido las clasificaciones ideológicas tradicionales  de izquierda y derecha, que no se aplican a este nuevo fenómeno de la Kakistocracia (gobierno de los peores).

Lo segundo, que todos ellos tienen en común un empeño por destruir la institucionalidad democrática. La caja de instrumentos de los populismos catalogados de izquierda o de derecha tienen más similitudes que diferencias, tanto en su demagogia como en su habilidad para recrear la realidad a su antojo a través de narrativas falsas repetidas hasta el cansancio.

Tercero, el papel que han jugado en el surgimiento de estas corrientes populistas los autodenominados “progresistas”. Aquellos que con autosuficiencia moral se consideran  portadores de buenas intenciones, y en realidad son los que más han contribuido al surgimiento de los caudillos esperpénticos que hoy se expanden en la región.

Las raíces del totalitarismo tradicional fueron amplia y lucidamente analizadas por Hanna Arend, Orwell, Raymond Aron y otros. Pero, lo que ha sido poco estudiado es cómo la plebe intelectual llega a acumular tanto poder en países como México, Argentina, Venezuela y en los propios Estados Unidos (Trump), Honduras o Bolivia. En el caso de Latinoamérica, uno de los pocos que se ocupó de esta realidad fue  Octavio Paz, quien atribuyó el espíritu autoritario al auge de los movimientos autodenominadas “progresistas” en Europa y América Latina. A criterio del escritor mexicano, la gran mayoría de intelectuales latinoamericanos no han asumido la representación moral de los ciudadanos frente al poder y se han convertido en un accesorio de las dictaduras de izquierdas. Irresponsablemente han estimulado proyectos de ingeniería social para “redimir “ a las masas , negando las verdaderas angustias, el atraso, los mitos, las fracturas y el dolor de un continente mestizo  en busca de oportunidades y de identidad.

Esa es la gran tragedia que intuía Octavio  Paz,  el subdesarrollo de los intelectuales progresistas latinoamericanos, incapaces de situarse a la altura de su misión histórica. Dec;ia Paz al respecto:
“nuestros intelectuales son el gran fracaso de América Latina” y la “verdadera enfermedad del continente es el atraso en la reflexión política, económica y social”.
Ese populismo destructor que vivimos hoy,  se nutre de la  ignorancia, los prejuicios, los odios, la exclusión del adversario y el clientelismo que pervive en la mediocridad de los dirigentes que forman “castas que manipulan las palabras y a las instituciones, a cuyo amparo  crece la “cleptocracia”, que se caracteriza por la apropiación del Estado  por parte de las bandas que se apoderan de él. El subdesarrollo no solo es la pobreza sino también la victoria permanente del poder sobre las minorías, el reinado de las ideologías, la prioridad de la política sobre la economía, la jerarquía sobre el talento, el desconocimiento de los derechos del hombre, la ausencia de legalidad, el rechazo del pluralismo, la prohibición de la crítica y el desprecio por el individuo. Son estos problemas comunes a Latinoamérica los que también forman parte de ese conjunto de factores que nos impiden alcanzar el desarrollo y que permiten que el Estado se convierta en refugio de dirigentes de la peor calidad que en lugar de reflexionar sobre nuestros vicios los promueven haciendo creer al pueblo que somos países en bonanza cuando en realidad es lo contrario. El progresismo desprecia al hombre en tanto que concepto unitario de alcance global. Por eso, desde Hitler y Stalin  hasta Fidel  Castro, los sueños de ingeniería social para redimir a las masas y sacrificar al  individuo  siempre acaban en pesadillas, la reingeniería social se transforma en represión y las ofertas populistas en más miseria. Pero hoy los progresistas estimulan nuevos movimientos autoritarios y buscan desestructurar las sociedades, a través de nuevos dogmas. Los progresistas sueñan que la gente abandone sus catedrales para ingresar a sus capillas sectarias. Los progresistas se han sustituido a la religión y tratan de imponer el pensamiento único, el lenguaje inclusivo y una moral poco imaginativa. Ninguna doctrina, ninguna ideología debería conducir al sacrificio de los derechos fundamentales del individuo, del ser humano, pues ahí está el germen de los totalitarismos .

Latinoamérica y Bolivia no podrán vivir en libertad y democracia hasta que cada ciudadano asuma su propia responsabilidad histórica, su propia realidad y no se abandone a estructuras ideológicas que acaban siempre en conductas dogmáticas, en imposturas, en demagogia y en tragedia.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Jaime Aparicio

Diplomático de Carrera, ex Embajador de Bolivia en los Estados Unidos

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