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Mujeres, ¿cómo vamos?

Lupe Cajias

Periodista e historiadora

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A ella se la recuerda por sus aportes a la narrativa. Sus novelas más famosas son también exitosas películas como Las Horas, basada en La Señora Dalloway. Aunque publicó su primera obra recién en 1915 su influencia tiene larga resonancia.

Sin duda su ensayo más reproducido y traducido es Una habitación propia (1929), o Cuarto propio, donde expone la falta de valoración de los derechos de las mujeres y la difícil oportunidad de contar con un espacio privado para la creación intelectual y la realización personal. Estas líneas se convirtieron en un referente para el movimiento feminista europeo, sobre todo desde los años 70.

Los movimientos contemporáneos de mujeres llegaron a Bolivia con el retorno de exiliadas que trajeron esa novedad. En general, los diagnósticos que presentaban sobre la situación de la mujer boliviana, sobre todo la mujer urbana de clase media, eran impecables y consiguieron inmediatas adhesiones.

Al diagnóstico siguieron discursos y formatos, con los cuales personalmente no concuerdo. Las consignas de enfrentamiento contra el hombre por ser hombre; las invitaciones a “jueves de solteras”; los letreros con frases como “no le planches la camisa” me parecieron banales. Para mí, el “cuarto propio” pasaba por la complementación y no por la pelea; por la dignidad de cada miembro de la familia, comenzando por los niños desde su concepción; por la calidad del respeto y no por la cantidad de diputadas. Fui una voz solitaria, fuertemente criticada: una larga historia con diferentes capítulos.

Pasados los años, pregunto: ¿qué logró el movimiento feminista boliviano?; ¿cuáles fueron los avances en los derechos de las mujeres? Además de las cuotas políticas o en puestos de trabajo, ¿qué cambios trajeron mayor bienestar a las esposas, a las madres, a las adolescentes, a las niñas?

No conozco una evaluación o una autocrítica del movimiento feminista boliviano en su conjunto; quizá existe y no lo sé. En todo caso, en estos últimos años escucho azorada las estadísticas de feminicidios, de infanticidios y de abortos. Las últimas marchas por el Día Internacional de la Mujer fueron dominadas por masistas que han soportado sin protestar a personajes como Evo Morales o Percy Fernández.

En más de una ocasión hordas disfrazadas y coléricas han actuado como punta de lanza del MAS contra otras mujeres, sobre todo las bonitas y las rubias; o, peor aún, contra ciudades patrimoniales como los ataques a la bella Potosí y a sus hospitalarios habitantes.

Quizá acá ha llegado lo que el filósofo francés Pascal Bruckner califica de “feminismo de venganza”, de caza de brujas al revés, pero igual de fanático y fatídico.

Mientras se pierde día a día el poder de lo femenino, lo sutil de ser mujer, de la cocina, de la costura y del tejido, del contar cuentos, del sanar enfermitos, de convertir la voz en palabra de sabiduría y de comprensión. Ese verdadero poder detrás de lo evidente que representaron tantos mitos: las diosas, las hadas madrinas, los elementos de la naturaleza, el vientre, el útero, se diluye.

El “cuarto propio” se convierte en una cárcel de lo “políticamente correcto” en vez de ancha puerta. Al punto que acá y en muchas partes del mundo, las fundamentalistas están destrozando obras de arte, óperas, leyendas, vidas porque no cuadran con sus esquemas. Releer a Virginia puede ayudar a encauzar el sendero perdido.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Lupe Cajias

Periodista e historiadora

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