OpiniónEconomía

¿Por qué a Argentina (casi) siempre le va mal?

Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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A inicios del siglo XX Argentina tenía un ingreso por habitante mayor al de Australia, Corea del Sur, Chile y Japón. La gloria de Argentina era tal que atrajo a millones de migrantes de diversos lugares, en especial españoles e italianos.

Se escribieron historias de esas personas que vinieron de otro continente al Río de la Plata, de las cuales las más tristes se plasmaron, por ejemplo, en la serie animada más cruel que vi en mi infancia.

Me refiero a Marco, una miniserie japonesa de 52 episodios realizada en 1976 que narraba las penurias de un niño italiano que fue tras su madre, una migrante, a Argentina. La serie explotaba el peor miedo de un niño: perder a su mamá.

La letra de la canción lo dice todo: “No te vayas mamá, no te alejes de mí. Adiós, mamá, pensaré mucho en ti; no te olvides mamá que aquí tienes tu hogar. Si no vuelves, pronto iré a buscarte donde estés, no importa a donde vayas: ¡Te encontraré!”.

En fin. La migración hacia el Río de la Plata marcó no sólo la historia del país vecino, sino de la civilización occidental. Mientras un grupo de europeos iban a Estados Unidos, otros apuntaron hacia el sur del mundo por las grandes posibilidades que ofrecía.

Hoy la situación es distinta. Como lo escribió el historiador económico Alan Taylor en 1992: “La satisfacción de vivir en uno de los países más ricos del mundo hoy no es más que un lejano recuerdo para los argentinos”.

Desde los años setenta del siglo pasado, el país rioplatense ha tenido al menos una crisis cada década, incluyendo una hiperinflación en los ochenta, una parada súbita al medio de los siglos pasado y presente y una declinación permanente desde hace 10 años.

La situación es tan grave que el ingreso por habitante es el mismo de hace 15 años: más de una década perdida. La insatisfacción ha sido coronada con una inflación que ha sido superior al 100% en estos meses.

El alza del costo de vida y el declive del bienestar es tan desesperante que ha hecho que políticos y técnicos hayan propuesto una solución extrema como la dolarización porque (casi) eliminaría la inflación, aunque a un gran costo.

Carlos Melconian, asesor económico de la candidata Patricia Bullrich, hace una analogía al respecto: “Dolarizar es como cortarse una pierna para conseguir siempre un asiento en el micro”.

O, como lo dijo el Premio Nobel 2011 Thomas Sargent la semana pasada en Buenos Aires: “La dolarización es un disparate. Por el hecho de que te pongas la camiseta de Messi, no eres Messi sino simplemente tienes la camiseta”.

El verdadero problema de la Argentina es otro y lo ilustraré con algunas cifras.

En 1918 tanto la biblioteca del Congreso como la Presidencia de la nación argentina tenían 15 funcionarios. A inicios de este siglo, ambas tenían 1.010 y 5.316 respectivamente. Hubo una sobreexpansión del empleo y del sector público. Y si se ve a nivel federal, la situación es más grave.

A eso se suma el populismo, que ha distorsionado la política de asistencia pública convirtiéndola en clientelismo y desincentivando a los trabajadores y limitando el emprendimiento formal.

Es una muestra de este cáncer que carcome la democracia, tal como lo describe el libro editado por la Escuela de Economía de Londres (LSE por sus iniciales en inglés), Populismo: Orígenes y respuestas alternativas de política, liderado por el excelente economista chileno Andrés Velasco, exministro de la presidenta Bachelet, un “liberal progresista” declarado.

En resumen, no hay que concentrarse en la inflación (el síntoma), sino en sus causas. Aunque Milton Friedman (premio Nobel 1976) dijo: “La inflación es siempre y en cualquier lugar un fenómeno monetario”, se aplica más lo que su discípulo y colega Sargent señaló de que “la inflación persistente es siempre y en cualquier lugar un fenómeno fiscal, donde al banco central es el cómplice monetario”.

Argentina no debe enfocarse en la dolarización, sino en el desequilibrio fiscal y el síndrome populista, que tienen a su vez causas institucionales profundas.


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Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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