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Zambumbia latinoamericana: populismos en pluricolor

José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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Esta semana la zambumbia latinoamericana fue tenaz, queridos lectores.

Pasaré por alto el Cristianajo, porque el chorrerío de la dinastía K y acólitos es harto conocido y, a fin de cuentas, ¿para qué sube un populista al poder?

Me detendré en Pedro Castillo, el maestro con bambamarquino —el chotano que Bolsonaro se prestó para una foto conjunta y que las malas lenguas bolsonaristas dijeron que “foi ‘salgado’ desde então”)— que pasó de líder magisterial a presidente de la república del Perú.

(Me entra una duda: Si el bambamarquino se dice que es comúnmente usado en las zonas rurales de la región natal de Castillo, Chota en Cajamarca, en 2020 el quinto más pobre de los 25 departamentos del Perú —PIB per cápita anual levemente más alto que Bolivia: USD 3.500 Cajamarca (OCDE, INEI), 3.400 nos (FMI)— y si el sombrero artesanal de palma que producen los artesanos de Bambamarca puede costar desde USD 125 los más baratos hasta USD 700 y más los mejores, ¿cómo puede ser símbolo de un campesino pobre? Ejemplo de demagogia populista).

Castillo asumió la presidencia el 28 de julio de 2021, elegido en segunda vuelta frente a Keiko Fujimori con una diferencia favorable del 0,26%; típico antisistema —outsider— que un partido cajamarquino de extrema izquierda —pero conservador en temas sociales— captó e impulsó en una candidatura irrelevada por las encuestas, pero que aprovechó el descontento por la seguidilla de escándalos de corrupción: presidentes vacados u obligados tácitamente a renunciar, expresidentes detenidos o investigados (incluso uno se suicidó al ir a detenerlo).

El ballotage enfrentó un desconocido con una rechazada, hija del presidente que había dado un autogolpe de Estado y promovido la mayor red de corrupción en la historia de su país, Alberto Fujimori, y eso explica los resultados tan ajustados. (Parecido pasó este año en los ballotages en Colombia entre Gustavo Petro y Rodolfo Hernández—el 3,1%— y en Brasil —el 1,8%—, aunque en este caso ambos —Bolsonaro y Lula— eran bien conocidos y se reparten el apoyo y el rechazo del país). Después, durante los cerca de 16 meses que gobernó, su inexperiencia gerencial y el “matrimonio” con una fuerza política minoritaria muy cuestionada —no sólo por ideología sino por la corrupción de su líder, Vladimir Cerrón, condenado penalmente— y que terminó expulsándolo, le cobró factura: Tuvo cinco primeros ministros y una setentena larga de ministros, un Congreso que intentó vacarlos dos veces —esta tercera, él mismo se la dio en bandeja de plata— y no cumplió sus propuestas (pero su familia, su entorno y él mismo recibieron múltiples acusaciones de corrupción —una buena parte probadas—). A pesar de ello, la economía de Perú creció el 13,3% en 2021, el déficit fiscal anual hasta junio de 2022 era del 1,2% y la deuda pública total era del 34 %, ambas con respecto del PIB (Banco Mundial), aunque estaba en el lugar 32 en desigualdad de 168 países en 2021 (Bolivia ocupó el 34). (Consejo amistoso: Por su sanidad mental, no nos compare).

El miércoles 7, horas antes del debate congresal para la tercera moción de vacancia, inopinadamente Castillo decidió emular al viejo Fujimori treinta años antes y repitió el autogolpe de Estado de 1992: disolvió el Congreso; planteó reorganizar el Poder Judicial, el Consejo Nacional de la Magistratura, el Tribunal de Garantías Constitucionales y el Ministerio Público; dejó en suspenso la Constitución de 1993; instauró un Gobierno de Emergencia y Reconstrucción Nacional; anunció elecciones para elegir un Congreso Constituyente y decretó el Estado de Sitio, entre otras. Pero Castillo no previó que él, a diferencia del Chino —con quien ahora comparte el mismo reclusorio—, no contaba con el apoyo de las Fuerzas Armadas y la Policía y su popularidad era significativamente menor.

Tras ser vacado por incapacidad moral, lo sustituyó Dina Boluarte, su vicepresidente. Extesorera de Cerrón, tuvo una denuncia constitucional de inhabilitación por corrupción que fue archivada… en pro del vacado de Castillo.

La progresía latinoamericana actuó diverso: mientras México, Bolivia y Argentina se rasgaban vestiduras, Lula lamentó la destitución “constitucional” y deseó éxitos a Boluarte, el gobierno de Boric “lamentó” la crisis y pidió respeto a los DDHH y el de Petro llamó al diálogo y condenó “todo atentado contra la democracia, venga de donde venga”.

Hoy, destituido, preso y abandonado, Castillo recordará que su eslogan de campaña, “No más pobres en un país rico”, sólo lo aplicó a su familia y su entorno.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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