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Los Cruceños Hacen Negocios con Paraguay durante la Guerra de la Triple Alianza – PARTE I

Marcelo Añez Mayer

marczmay@gmail.com

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Uno puede buscar en Google: “Guerra de la Triple Alianza” y después de leer un poco aquí y allá, concluir en que esta guerra fue una de las tragedias más grandes del siglo XIX en esta parte del mundo. Y aunque en ese entonces todavía no se había inventado la palabra, fue un genocidio. Ocurrió entre los años 1864 y 1870. Enfrentó al Paraguay contra la alianza de Brasil, Argentina y Uruguay. En Paraguay también se la conoce como Guerra Guasú; y como Guerra do Paraguai en Brasil. Sin embargo hay un pedazo de historia que no es de tan fácil acceso, al menos no digitalmente. Requiere del esfuerzo (placer dirán algunos) un tanto anacrónico de escarbar entre libros físicos viejos que ya no se editan, para descubrir que dentro de ese conflicto hubo un episodio que tocó de cerca a Bolivia. Y más concretamente: a Santa Cruz, que de un día para el otro adquirió altísima importancia estratégica para el Paraguay sitiado, al ser durante un par de años su principal ruta de abastecimiento.

La Guerra de la Triple Alianza se inició con la invasión de Brasil a Uruguay en octubre de 1864. El presidente paraguayo, el mariscal Francisco Solano López, juzgó aquel hecho como gravísimo por constituir una violación a la soberanía nacional, por alterar el equilibrio regional y por temer que su país fuese el próximo paso de lo que, él consideraba, eran los planes expansivos del imperio brasilero.

Paraguay tomó entonces la ofensiva en el frente opuesto tomando primero un buque brasilero en el Río Paraná e invadiendo luego el Mato Grosso en diciembre de 1864; lo que le permitió ocupar fuertes militares y ciudades de la zona, entre ellas: Corumbá. En junio de 1865 se produjo la Batalla del Riachuelo, perdida por Paraguay y con ella, perdido también el dominio sobre su río. Con lo que así, el mariscal López, su ejército y el país entero, quedaron prácticamente aislados, imposibilitados de salir al océano Atlántico.

El gobierno paraguayo, a través de su ministro de guerra, encomendó entonces al explorador francés Domingo Pomiés la apertura de una ruta comercial entre Corumbá y Santo Corazón, obra que concluyó en julio de 1866. Y poco después, ante las mejores condiciones que ofrecía el suelo y el mayor potencial comercial, dada la magnitud que cobró el negocio, se abrió también la ruta entre Santiago de Chiquitos y Corumbá. Obra concluida en enero de 1867. Es posible que, en la ejecución de estas obras, Pomiés haya rehabilitado algunos tramos del ramal chiquitano del legendario Peabirú[1], el corredor interoceánico abierto sucesivamente por varias civilizaciones antes de la llegada de los españoles, que conectaba el océano Pacífico con el Atlántico.

La vía abierta por paraguayos y bolivianos en 1866 fue hasta 1868 una de las principales rutas de abastecimiento para el Paraguay y, por momentos, la única.  Por esta ruta con Bolivia el ejército y la población paraguaya se abastecieron durante buena parte del conflicto de ganado, azúcar, café, charque, hojas de coca, armas, municiones y todo tipo de mercancías[2], transportadas mayormente por emprendedores cruceños.

Este episodio histórico representó un breve pero explosivo ciclo de bienestar económico para Santa Cruz. Fue una fuente de prosperidad para muchos, con desgraciado final para algunos.

Victorino Rivero Eguez, un escritor cruceño del siglo XIX, observaba:

”Luego de que se abrió el camino de Santiago a Corumbá, los comerciantes cruceños afluyeron al Paraguay halagados por crecidas ganancias, con las cuales se improvisaron capitales”[3].

María Feliciana Rodríguez Coelho, hija de un rico comerciante de Santa Cruz, más tarde conocida como Sor María de las Nieves, fue testigo de los hechos y dejó constancia[4] de un cruceño -del que hablaremos luego- que se ganó la confianza del mariscal López y desempeñó importantes funciones en Paraguay. Desde donde invitaba a otros cruceños a comerciar con ese país hablándoles de las maravillosas oportunidades de ganancia que de ello obtendrían. María Feliciana da cuenta de las dos primeras caravanas de cruceños que partieron a comerciar y que eran, dicho en sus palabras; “de lo principal” de la sociedad de la época.

La apertura de un camino que uniese Santa Cruz con el Río Paraguay para, de esa manera, llegar al océano Atlántico, era una aspiración que venía de mucho antes de la Guerra de la Triple Alianza, como deja bien claro la historiadora Paula Peña en su texto “Salir al Atlántico” (actualmente inédito). Probablemente este anhelo haya iniciado con la afirmación del naturalista francés Alcides d’Orbigny de que el Otuquis era navegable como afluente del Río Paraguay. Estaba equivocado, pero eso lo descubriría años más tarde el emprendedor argentino de ascendencia holandesa, Manuel Luis de Oliden, que en 1832 gestionó una concesión del gobierno boliviano y estableció su centro de operaciones en Santiago de Chiquitos, desde donde organizó sus expediciones. El sueño atlántico continuó luego con la fallida expedición de Tristán Roca de 1862, y, al año siguiente, 1863, tomó nuevo impulso con la aparición de la Sociedad Progresista de Bolivia, cuyos trabajos se vieron poderosamente reforzados por las necesidades de la Guerra de la Triple Alianza. Concluida la guerra, el atlantismo encontró a dos nuevos y dignos emprendedores: Miguel Suárez Arana, fundador de Puerto Suárez, y su hijo, Christian Suárez Arana, fundador de la Sociedad de Estudios Geográficos e Históricos de Santa Cruz de la Sierra.

La aspiración de conectar con el Paraguay pudo hacerse realidad y alcanzar un apogeo entre 1866 y 1868, gracias a la convergencia momentánea de intereses y afinidades: Paraguay lo necesitaba, Melgarejo tuvo una cierta simpatía inicial por la causa paraguaya[5], y los emprendedores cruceños de la época tuvieron el coraje y las capacidades adecuadas para aprovechar la gran oportunidad de negocios que se presentaba. De pronto Bolivia, que desde hacía años venía buscando una salida al Atlántico a través del Río Paraguay, se topó con la necesidad de Paraguay que iba en dirección contraria: vincularse con el Pacífico a través de Bolivia para romper el bloqueo al que estaba sometido.

Cabe notar que, como la llegada al Atlántico no era un fin en sí mismo sino un medio cuyo fin eran los negocios, la frustración aparente de no llegar realmente al Atlántico sino limitarse a conectar con Paraguay, o mejor dicho: con la demanda paraguaya que iba en sentido contrario, no se tradujo en un conflicto. Y si lo hubo quedó inmediatamente resuelto con el potencial que representaban los grandes negocios que se tenían por delante  gracias la apertura de la ruta Corumbá-Santiago de Chiquitos.

Donde no había camino se lo abrió. Y donde la ruta era angosta se la ensanchó. Todo a machetazo limpio. Gracias al trabajo realizado mayormente por indígenas de la zona, contratados y no esclavizados, como originalmente se pretendía[6]. Y gracias también al apoyo de militares paraguayos al mando del francés Domingo Pomiés.

El guaraní, como lengua común, construyó una afinidad inesperada. La apertura del camino dio oportunidad para que algunos militares paraguayos desertaran. Como no fueron pocos casos, al camino se lo llegó a conocer como la “ruta de los desertores”[7]. Por ahí llegó a Santa Cruz Manuel María Fabio, huido del ejército paraguayo y que diez años más tarde cobraría notoriedad al lado de Andrés Ibañez.

Culpas de la Guerra y Simpatía Cruceña con Paraguay

Como sucede siempre con eventos trascendentes y complejos, transcurrido siglo y medio de los sucesos, todavía no hay acuerdo sobre de las responsabilidades de la Guerra de la Triple Alianza. Probablemente nunca lo haya. Lo que sí hay son visiones encontradas. Historiadores contemporáneos, como el paraguayo Jorge Rubiani, están convencidos de que los aliados cometieron un genocidio con el Paraguay. Y de que, con la coartada de llevar la libertad y la civilización, perpetraron en realidad una campaña de saqueo que aspiraba a repartirse el territorio paraguayo después de aniquilar a dos tercios de sus habitantes. Es más, no reprochan la continuidad de la guerra más allá del punto en que ésta estaba ya perdida para el Paraguay, porque valoran como digno e importante el ejemplo de elegir la resistencia y, en última instancia la muerte en batalla, antes que la rendición ante fuerzas extranjeras invasoras. Destacan la valentía y el sacrificio por la patria, la dignidad, como valores fundamentales y necesarios para la construcción de una identidad nacional de posguerra.

En la vereda opuesta, historiadores como Francisco Doratioto y Leandro Narloch, brasileros ambos, consideran como principal responsable de la tragedia al mariscal López, el presidente paraguayo. Desde su perspectiva, fue López quien, por su vanidad, locura y crueldad, causó el aniquilamiento de una parte importante de la población de su país y la destrucción del Paraguay[8], al iniciar una guerra insensata en contra de poderes ampliamente superiores. Y luego, por no haberla detenido mucho antes, cuando ya estaba claro que no había ninguna otra posibilidad salvo la derrota, evitando así el sacrificio inútil de cientos de miles de vidas.

En cualquier caso, en los primeros años de la Guerra de la Triple Alianza la sociedad cruceña de la época no fue imparcial. Al menos no en su mayoría. Una gran parte tomó partido por el Paraguay. Al fin y al cabo, tres siglos antes Ñuflo de Chávez, fundador de Santa Cruz de la Sierra, había venido desde Asunción convenciendo a 300 personas de lo mejor de la sociedad de ese entonces a marchar con él para asentarse en estas tierras[9]. Esa raíz común, y sin duda los futuros negocios, pesaron seguramente en la parcialidad con Paraguay. Lo que queda en evidencia, por ejemplo, en la explicación que daba Tristán Roca a su primo sobre el origen del conflicto:

“El Brasil deseaba dominar al Uruguay, extremo que el Paraguay rechazaba por juzgar que este dominio era una amenaza para su seguridad y su independencia. Pero el Brasil no tomó en cuenta para nada al Paraguay por pequeño y por pobre. Y porque López “hizo algo”, el Brasil, la Argentina y el Uruguay se unieron para decir que López era una amenaza para los tres”[10].

La Sociedad Progresista de Bolivia

En 1863 el español Victorino Taboas, junto a Domingo Vargas, José Flores, Rafael Gutiérrez y Vicente Eguez fundan la Sociedad Progresista de Bolivia con el objetivo de conectar Santa Cruz con Paraguay obteniendo del gobierno boliviano una concesión con tal fin.

Para el siguiente año, 1864, la “Sociedad Progresista de Bolivia” concluyó las gestiones necesarias relativas a la concesión ante el gobierno, por la cual se le garantizaron amplios territorios y derechos de explotación a cambio de financiar y ejecutar la apertura de la ruta Santo Corazón-Corumbá, primero, y luego Santiago de Chiquitos-Corumbá, para después construir un puerto, establecer un puesto militar en la orilla boliviana del Río Paraguay, operar un vapor que lleve pasajeros, mercancías y correo a Asunción, Corrientes, Entre Ríos, Rosario y Buenos Aires[11]. Los socios José Flores y Victorino Taboas, sobre todo, trabajaron muy de cerca con el francés Pomiés y con el coronel Hermógenes Cabral, comandante de las fuerzas paraguayas de ocupación en Corumbá, en los esfuerzos para abrir la ruta. La Sociedad Progresista de Bolivia tenía su centro de operaciones en Santiago de Chiquitos. Taboas murió en Asunción. Hoy en día todavía pueden encontrarse en Santiago de Chiquitos descendientes de Taboas.

 

Tristán Roca

Tristán Roca no fue un cruceño cualquiera. Además de diputado, asambleísta constituyente, concejal municipal, oficial mayor de instrucción pública y prefecto, fue también un hombre de empresa e intelectual. Le tocó volver a intentar lo que antes Oliden había intentado: para 1862 recibió del gobierno de Achá la misión de abrir una ruta para llegar al Río Paraguay a través del Isoso. Todos los medios fueron puestos a su disposición, y a modo de aumentar las chances de éxito, fue también nombrado representante diplomático ante el Paraguay. En caso de lograr el objetivo, Tristán Roca recibiría a cambio tierras concesionadas en la ribera del Río Paraguay. La expedición partió en julio de 1862. Pero las múltiples dificultades, las enfermedades y las deserciones determinaron el fracaso de la aventura.

En diciembre de 1864 sobrevino un cambio político mayor en el país: Achá, amigo y protector de Roca, es removido del poder por un golpe de estado liderado por Melgarejo, nuevo presidente de Bolivia. Tristán Roca se rebela[12]. Para octubre de 1865 toma parte protagónica de una insurrección nacional organizada en Santa Cruz por Miguel Castro Pinto y en la que tomó parte un joven Andrés Ibañez. El triunfo fue, sin embargo, efímero. La insurrección se apodera de Santa Cruz por tres meses. Por sugerencia de Roca, Rafael Peña es designado prefecto. Si bien Roca no tuvo una función oficial, todos sabían que fue el alma de la revuelta[13]. Finalmente la insurrección fue aplastada, Tristán Roca es aprendido y condenado al destierro en Brasil. Junto a él, compañeros de infortunio, partieron también Rafael Peña, el religioso Basiliano Landini y Lizardo Vaca, un chiquitano aventurero. Marcharon a Corumbá por la ruta recientemente abierta o ensanchada por el explorador francés Pomiés y la Sociedad Progresista de Bolivia.

Recordemos que algunos meses después de iniciada la Guerra de la Triple Alianza, Paraguay optó por abrir un segundo frente en el norte con la Campaña del Mato Grosso. Para ello desplegó una fuerza militar que navegó el Río Paraguay y ocupó casi sin resistencia posiciones brasileras como Fuerte Coimbra, Albuquerque y Corumbá. Esta última permaneció bajo ocupación paraguaya desde enero de 1865 hasta abril de 1868, con un breve intervalo en que Brasil la retomó por 10 días en junio de 1867 y la dejó luego nuevamente en poder paraguayo. En marzo o abril de 1866, Roca, su esposa Mercedes[14] y su hija Merceditas de 4 años, junto a Rafael Peña y los demás, llegaron a esa Corumbá ocupada militarmente por Paraguay.

Si bien el destierro de Tristán Roca establecía a Corumbá como la ciudad de residencia, dada la nueva situación, Roca imaginó un mejor porvenir para él y su familia poniéndose al servicio del presidente paraguayo, el mariscal Francisco Solano López. Buscó entonces la manera de persuadir al comandante Cabral, convenciéndolo de que sus servicios podrían ser de mucha utilidad al Paraguay en la guerra. Pesaron a su favor las recomendaciones hechas a Cabral por el corregidor de Santo Corazón que describía a Tristán Roca como una persona de “antecedentes honrosos y cuyo nombre había figurado en escala superior entre los bolivianos”. Finalmente Cabral otorgó el salvoconducto con el que Roca pudo llegar a Asunción navegando el Río Paraguay.

 

Rafael Peña

¿Cómo se vivía en Asunción en esa época? Rafael Peña dejó una valiosa crónica de esa experiencia titulada: “Recuerdos de un Viaje”. En ella nos cuenta:

“Era desesperante en sumo grado la situación, los frecuentes y desastrosos combates habían diezmado el ejército, y, para llenar sus filas, fueron destinados los ancianos y los adolescentes, últimos restos de hombres útiles para la guerra que todo lo absorbía quedando en abandono los trabajos agrícolas e industriales. Los recursos bélicos escaseaban en demasía. Las mujeres, en general, se vieron obligadas a donar sus joyas para los gastos de guerra. Obstruidos el comercio y abandonada la agricultura, la escasez de víveres y el hambre se dejaban sentir. La desolación era general: no se permitía, sin embargo, exhalar ninguna queja, ni manifestar tristeza, ni aún llorar la pérdida de personas queridas que habían perecido en los campos de batalla. El pánico se leía en los semblantes, pero se procuraba disimularlo, con aparente sonrisa. Se predicaba en los templos y se repetía en el hogar doméstico y por todas partes, que los sacrificados por la patria volaban a disfrutar las delicias del paraíso. Expresar ideas no ajustadas a esta creencia material, habría sido delito de alta traición. Lo era también poner en duda el genio militar del mariscal López y el éxito feliz de la guerra¨.[15]

Peña había llegado a Asunción en los primeros meses de 1866. El ambiente opresivo que describe, lleno de espías y delatores, el terror que reinaba en la vida de los habitantes, le causaron repugnancia. Peña se propuso escapar. Y casi lo consigue. Pero fue capturado a medio camino, en plena navegación rumbo a Corumbá. Lo retuvieron por un tiempo en Fuerte Olimpo y luego lo devolvieron custodiado a Asunción en donde fue puesto en prisión.

Tuvo la buena idea de escribirle una carta al mariscal López en donde le pedía ser juzgado y astutamente le advertía que de lo que pasase con él, dependería el futuro cercano del intenso comercio con Santa Cruz, tan de suma importancia para el Paraguay en esos momentos. Fue juzgado. Nada se le informó en los días posteriores. Pasaron 40 días y Peña seguía en prisión. Para no enloquecer resolvía problemas de algebra con carbones y construía versos sobre su mala suerte. Se aferró a la religión; a la Virgen de Cotoca. Mucho tiempo después se enteraría de que mientras él estaba en ese cautiverio, exactamente el día 31 de marzo, fecha del cumpleaños de su esposa, había ido ésta a Cotoca a rezarle a la Virgen por la vida de su esposo. Que había llegado en medio de una gran aflicción y había salido muy tranquila y segura. Ese mismo día el mariscal López ordenó que se lo ponga en libertad.

Después de una ardua y peligrosa travesía, Rafael Peña pudo finalmente volver a Santa Cruz en octubre de 1867. En los años siguientes siguió siendo una figura notable: escribió un libro llamado “Flora Cruceña” y  llegó a ser vicepresidente de Severo Fernández Alonso durante la mal llamada Guerra Federal de 1899. De los cuatro desterrados que partieron juntos a Asunción (Roca, Peña, Baldini y Vaca) sólo Rafael Peña sobrevivió.


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1] Oscar Tonelli, “El Peabirú Chiquitano”: El Peabirú (camino de ida y vuelta) es un legendario corredor interocéanico, antiquísimo, anterior a la llegada de los españoles. El libro de Oscar Tonelli es una muy buena y seria investigación sobre el tema.

[2] El Imperio del Brasil, sabedor del descontento de Melgarejo por los acuerdos al interior de la Triple Alianza que tocaban límites territoriales que Bolivia disputaba y de su simpatía con Paraguay, y con el objetivo de mantener y garantizar la neutralidad boliviana, dio curso a un tratado limítrofe con Bolivia: el Tratado Muñoz-Netto, o Tratado de Ayacucho de marzo de 1867. Como a Donato Muñoz, mano derecha de Melgarejo y firmante del tratado por Bolivia, le preocupaba que el comercio con Paraguay a través de Corumbá fuese a molestar al Imperio del Brasil, recomendó al Prefecto de Santa Cruz que el comercio con Paraguay debía limitarse a artículos que no estuviesen considerados como contrabando o prohibidos internacionalmente. Lo cierto es que los controles eran muy débiles y grandes las ganas de aprovechar económicamente la oportunidad.

[3] Victorino Rivero Eguez, “Historia de Santa Cruz durante la Segunda Mitad del Siglo XIX”. Sucesos en el Paraguay a los cruceños.

[4] María Feliciana Rodríguez Coelho, “Historias de Fe”, Buenos Aires 1917. Cruceños al Paraguay.

[5] La propuesta de Melgarejo de enviar 12.000 soldados bolivianos para sumarse a la causa paraguaya nunca pudo comprobarse como genuina. Al menos el mariscal López no la tomó por verdadera. Tal es así que al mensajero: Juan Padilla, argentino, no le creyeron y terminó siendo ejecutado en San Fernando el 10 de agosto de 1868.

[6]  Paula Peña, “Salir al Atlántico”, texto actualmente inédito: “Un dato interesante es que solicitaba que todos los “bárbaros” que sean reducidos quedasen bajo las órdenes de la Sociedad Progresista de Bolivia, a lo que el gobierno se negó exigiendo que los “bárbaros reducidos” recibiesen salario como los demás hombres, ya que gozaban de todos los derechos civiles y políticos”.

[7] Leonam Lauro Nunes da Silva, “A Bolivia e Seu Protagonismo na Guerra Grande”: “Vários foram os soldados que se aproveitaram da obra logística para que se refugiarem em território boliviano. Tão recorrente era esse comportamento que os contemporãneos da obra a apelidaram de “caminho dos desertores”.

[8] Leandro Narloch, “Guia Politicamente Incorrecto da Historia do Brasil”: “A Guerra do Paraguai aconteceu sobretudo porque havia naquele país um presidente vaidoso, cruel, louco e equivocado. No conflito entre blancos e colorados no Uruguai, o Paraguai era menos envolvido. Poderia ter ficado em paz quando os brasileiros invadiram o Uruguai. Mas o presidente Solano López estava obcecado em entrar em guerra com o Brasil, um vizinho 22 vezes mais populoso. Imaginou que os paraguaios seriam os próximos a ser invadidos pelos brasileiros. Pura loucura, que só aconteceu porque o Paraguai nao tinha bons diplomatas, jornais privados e partidos políticos para discutir ideias e moderar ações políticas”.

[9] Gabriel René Moreno, “Catálogo de Mojos y Chiquitos”, Segunda Parte: “Nunca jamás ha vuelto Chiquitos a ver junta gente más blanca ni de mejor calidad en ninguno de sus pueblos hasta el día de la fecha”.

[10] Tristán Roca, carta a Basilio Cuellar, amigo, pariente y ministro de la Corte Suprema de Justicia de Bolivia.

[11] Cynthia Radding, “Landscapes of Power and Identity”, 2005.

[12] Tristán Roca conocía personalmente a Melgarejo por haber estado este desterrado en Santa Cruz en 1853. Hernando Sanabria Fernández decía sobre el Melgarejo que conoció Tristán Roca en Santa Cruz: “buen sujeto, en apariencia al menos, parrandero y trasnochador, buen pulsador de guitarras y muy dado a catar las gracias del bello sexo”. Curiosa semblanza del futuro tirano, borracho y brutal.

[13] Hernando Sanabria Fernández, “La Ondulante Vida de Tristán Roca”.

[14] A decir de María Feliciana Rodríguez Coelho y Hernando Sanabria Fernández, Mercedes Rivero era una mujer muy hermosa, de tez blanquísima, ojos verdes y cabellos castaños.

[15] Rafael Peña, “Recuerdos de un Viaje”.

 

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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