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Arce: un reyecito desnudo y chiquitito

Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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La propaganda masista gastó millones de dólares (ahora inexistentes) durante más de un decenio, para asentar en la mente de los bolivianos que su modelo económico social comunitario y productivo, era un milagro económico. Y lo sigue haciendo como buen régimen populista. El entuerto en el que se encuentra es que el gigantesco ruido cae ensaco roto. Nunca fue un milagro económico. Nunca hubo una política económica real. Hubo bonanza por precios internacionales, no generados por los masistas. Fue una coyuntura histórica. No un milagro. Hubo riqueza ajena y un gasto irresponsable. Hubo una oportunidad y el MAS sólo alimentó su barriga y ebrio disparó el gasto público.

Se montó un teatro burdo que ahora hace aguas y donde más de uno se pregunta cuántos de sus huestes seguirán huyendo como ratas, al ver que su movimiento populista está en caída libre junto al MAS: un partido mafioso, corrupto y que raya en brutísimos niveles de ineficiencia e ineptitud.

Bolivia, históricamente, vive esclavizada bajo la dominancia de una clase política aberrante. Miristas, adenistas, ucesistas, emenerristas y los Frankenstein de hoy, junto a una larga lista de politiqueros, padecen de ablutofobia hacia la eficiencia, la ética y la honestidad en el manejo de la res pública.

La economía no puede determinar qué valores debe tener una persona – salvo reglas y controles a los que debe someterse – pero sí debe aclarar qué se puede esperar de una determinada política económica. Lo contrario es inmoral. Una característica propia del masismo basada sólo en una propaganda hueca. Disfrutaron de los resultados de una capitalización, dilapidaron todos los ingresos en una época extraordinaria y creyeron que el paraíso era eterno. Armaron empresas estatales deficitarias, plagadas de podredumbre, reventaron la institucionalidad, la justicia y la independencia de poderes y, terminaron por esquilmar a policías y militares que, ya de por sí, son gaznápiros.

Durante más de 14 años, la dirigencia masista construyó un sistema político descompuesto en base a ideas zombis: dando tumbos, arrastrando los pies, balbuceando mentiras y devorando cerebros de sus afiliados, obtusos y palurdos, persiguieron, judicializaron el ejercicio de la política y construyeron una red corporativa propia del stalinismo soviético. Solo unos cuantos disfrutando del poder y la riqueza. Un politburó masista desquiciado y perverso.

Esquilmaron a todo el sistema. Baste recordar que para Morales y García, ser un libre pensante entre sus filas era pecado. Sólo contaban los abobados. Por supuesto. La ausencia de criticidad política, de control social, de mejora continua en los procesos del manejo de la administración pública fueron y siguen siendo su naturaleza. Y lo es porque son zombis.

Después de más de 14 años, cuando ahora ya no hay los miles de millones de dólares por la venta de gas – sólo como dato objetivo, la producción de gas se ha desplomado en un tercio desde 2014, otro tercio se vende a nivel nacional a valores inferiores a los del mercado, y el resto se envía a Brasil y a Argentina, y su insana porfía de subsidiar, entregar bonos por cálculos políticos y no por un fundamento económico y dilapidar el dinero de los bolivianos y agigantar el déficit fiscal, haciendo del aparato estatal una ciclópea agencia de empleos masistas -, ahora están ellos y nosotros pobres.

Bolivia, por culpa de esta perversa propiedad estatal de los medios de producción, empezó su veloz rodada hacia el estropicio. La decadencia moral y ética es la tónica de todos los días. Van cuatro ministros renunciados por pillos. Una lista larga de funcionarios en el Ejecutivo, aduaneros, alcaldes, gobernadores – quizás el más patético de todos el de La Paz cuya oficina se ha convertido en un bulín – engordaron sus billeteras personales y siguen meleando de las arcas del ya paupérrimo Estado Plurinacional.

El empecinamiento es tan severo que, desde el penthouse de la casa grande del pueblo, el gobierno se niega a ajustar sus políticas económicas. Porfía en acumular deudas y utilizar las reservas para financiar costosos subsidios. Sólo la deuda pública se ha duplicado desde 2014 a la friolera de 80% del producto bruto interno, por encima del promedio regional y mundial. Situación que es peligrosamente alta para un país cuyos ingresos son medianos a bajos y con una economía informal superior al 87%.

Durante el gobierno de Evo Morales, de 2006 a 2019, una de las primeras decisiones fue nacionalizar el petróleo y el gas para destinar mayores recursos a los programas sociales. En lugar de usar adecuada y eficientemente las ganancias obtenidas por las mayores ventas de gas en reforzar y potenciar el aparato productivo y la industrialización, los masistas se dedicaron a ampliar el gasto público, invertir en empresas estatales ineficientes y a desincentivar la exploración de gas en el sector que más ingresos le generaba. Ahora no hay nada. Sólo culpabilización y victimización burda. Pero no hay una política económica de manejo de crisis.

Muchos son los analistas que advierten sobre los graves peligros de la economía boliviana, producto de un modelo estatista, y de la crisis que se avecina por malas decisiones recurrentes. Así que no es una campaña “de la derecha”. No es una guerra “del imperio”. No es culpa de Jeanine (cuya gestión fue mediocre y torpe como gobierno transitorio). Tampoco es una propaganda de la oposición. ¡No!

Es ineficiencia. Es inoperancia. Es mentira burda. Es maleantada. Arce sigue sin adoptar medidas concretas y conducentes para administrar los aprietos en los que estamos como país. No lo hace por caprichoso. No lo hace por torpe. Lo hace por su profundo afecto a las mentiras y a las trampas en los datos. Es un personaje básico. Chiquitito. Insustancial. Es un reyecito desnudo que tiene al frente unos números negativos enormes que para cualquier economista serio serían una pesadilla. Menos para él que desde su penthouse, con su mirada ratonil, confía en torcer la verdad y alimentarse de falsedades.

La inflación y los conflictos se mantienen en alza. Ya no hay diesel. Habrá gasolina por cupos y el contrabando se desbordó y se desató en todos los mercados informales y formales del país. Se está matando a todo el aparato productivo del país. Sin mencionar el mal mayor. El peor de todos: el narcotráfico y sus tentáculos en toda la economía nacional que desde el Chapare envilecen a jóvenes bolivianos en busca del dinero rápido para luego exportar droga a destajo. Ya comenzaron los secuestros por deudas de narco. ¿Acaso ya se vienen las matanzas entre carteles de los narcococaleros?

¿Qué nos queda? ¿Qué hacemos? ¿A quién recurrimos? ¿A quién pedimos ayuda? Los evistas gorrineros, literalmente, se agotaron de sacar fotos de corrupción y publicarlas mostrando la misera desnudez del Gobierno y decidieron dejarlos solos a su suerte. ¡Se cansaron de denunciar corruptelas del régimen arcista! ¡Increíble! Toda esta guerra declarada, entre ellos mismos, es la evidencia de lo que en realidad son: gente desleal, sin principios, sin vocación de servicio, oportunistas y resentidos sociales. Son la cara de su propia infamia junto a su proceso de cambio que sólo fue y es cuento, decadencia y engaño.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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