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Latinoamérica: sombras sobre la resiliencia democrática

En la pugna global entre democracia y autocracia, Latinoamérica es un escenario donde la libertad retrocede. No por la amenaza militar de alguna potencia, sino por la influencia de la agenda iliberal, que no recibe respuesta eficaz de las ciudadanías democráticas.

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Por Armando Chaguaceda1

La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios,
sino sobre las faltas de los demócratas.
Albert Camus

Vivimos horas aciagas de una disputa que contrapone dos lógicas diferentes de organización del poder: democracia y autocracia. La democracia como tipo de régimen que abriga un poder distribuido entre instituciones, abierto a la competencia de grupos y agendas. La autocracia como poder concentrado de una persona o élite que monopoliza el gobierno y domina a los subalternos. Dos polaridades políticas, sobre las que se cruzan posturas ideológicas y culturales varias. Y que adquieren, en coyunturas como la de Ucrania actual, un carácter existencial.

El mundo vuelve a ser, como a inicios del siglo pasado, uno de mercados más o menos expansivos, con Estados variablemente fuertes y soberanos. Pero donde las libertades de votar, protestar y vigilar al poder no forman parte de la cotidianeidad de toda la humanidad. Democracia versus autocracia: he ahí el dilema. En este contexto, las autocracias globales (China y Rusia) están penetrando en la región, con sus ideologías iliberales y agendas de desinformación, buscando la erosión democrática.

En América Latina, una confluencia de ideas, valores y agendas prácticas opuestas a la república liberal de masas se está fortaleciendo. La región padece una creciente ola de gobiernos de izquierda (Maduro, Ortega, Díaz Canel) y derecha (Bolsonaro, Bukele) con rasgos autoritarios.

La confusión regional

Las movidas para conseguir la presencia de Cuba, Nicaragua y Venezuela en la próxima Cumbre de las Américas es un buen ejemplo de la pugna (intelectual, política y moral) entre democracia y autocracia.

Es difícil no ver sesgos ideológicos y complicidades políticas en gobiernos como los de Argentina, Chile y México con sus pares autoritarios de Cuba, Nicaragua y Venezuela. «Ignorando» que en los años setenta otros gobiernos civiles (Costa Rica, México, Venezuela) repudiaron a las dictaduras militares de la derecha. Rompieron relaciones diplomáticas. Apoyaron activamente (incluso con armas) a sus opositores. Acogieron a sus exiliados. Sin reclamar «unirnos en diversidad», ejercieron la solidaridad democrática.

En otras regiones de Occidente —comunidad a la que Latinoamérica pertenece— se procede diferente. La Unión Europea mantiene un consenso transideologico —mediante declaraciones oficiales y sanciones institucionales— cuando populismos conservadores como los de Hungría y Polonia amenazan libertades consagradas como pilares del proyecto europeo. Pero en Latinoamérica nos permitimos indulgencia ante las autocracias de izquierda que suprimen esas mismas libertades. No hay coordinación y entusiasmo para reclamarles respeto a la soberanía popular.

Latinoamérica: sombras sobre la resiliencia democrática

Cortejo a los autoritarios

Quienes hoy cortejan a los autoritarios no son realistas sino posibilistas. El realismo atiende factores reales de poder, globales y locales, en análisis y acción. El posibilismo acota la agencia de los dominados (sean naciones o poblaciones) privilegiando statu quo. Un realista, por ejemplo, reconoce que las autocracias son parte del panorama global, pero no niega la toma de postura ante ellas. Acepta la pertenencia de esos regímenes en la ONU, sin condonar su participación en espacios (OEA) donde aún rigen consensos democráticos. Un posibilista propondrá contemporizar con Estados autoritarios que amenazan a vecinos o a su población, relativizando los criterios legales, políticos o éticos para reconocerlos.

Se trata de regímenes que proscriben toda forma de pluralismo, alternancia y respeto a la autonomía cívica. Cuya existencia y accionar atentan contra un consenso vigente, de manera formal y frágil pero real, por dos décadas. Además, el argumento pragmático de que invitar a las autocracias al convivio democrático las modera, ha sido negado por la experiencia. Desde el portazo de La Habana al fin del veto a Cuba en la OEA (2009), pasando por el sabotaje a la Cumbre de Panamá (2016), hasta sus bravuconadas en la última cumbre de la CELAC.

La idea de normalizar la presencia autoritaria en la Cumbre de Américas solo amplifica el mensaje del eje bolivariano. A estos promotores podemos hacerles preguntas, entrecruzando lo ideológico, lo político y lo ético. ¿Serían igualmente «inclusivos» si estuviésemos ante las viejas dictaduras militares de seguridad nacional? ¿Prevén «pragmáticamente» algún avance real en la situación de las poblaciones cubana, nicaragüense y venezolana, derivado de la inclusión de sus gobiernos en el cónclave? ¿Tienen las víctimas de esos gobiernos algún lugar en sus reflexiones?

Invitar a gobiernos cuyos indicadores represivos han empeorado, como si viviesen un proceso de liberalización política y sin empujar una agenda paralela y simétrica de solidaridad con los ciudadanos que las sufren, es un error. Hay que decirlo claramente: en el contexto actual (global y regional) el coqueteo con las autocracias solo favorece la agenda de estas.

Las amenazas globales

La sinergia entre las autocracias globales y los aliados latinoamericanos está amplificando el alcance y la presencia de Beijing y Kremlin en América Latina. Los enormes recursos humanos y materiales del Partido Comunista chino —que abarcan las inversiones, los créditos, la formación de personal y la propaganda cultural— sirven para apalancar la agenda de la élite política de ese país en nuestra región. Seduciendo no solo a sus aliados tradicionales sino también a partidos, empresarios y formadores de opinión cercanos a la órbita democrático-liberal.

A su vez, en comparación con otras autocracias, las herramientas eclécticas y afiladas del poder incisivo de Rusia, relativamente más desarrolladas y flexibles, le han dado al país una ventaja en América Latina. Con la invasión de Ucrania, los medios de comunicación rusos han reforzado su presencia como fuente de desinformación en América Latina.

China y Rusia en Latinoamérica

Aunque la presencia directa de Rusia en la academia latinoamericana es menor que la de China (las casas de la cultura rusa no son comparables a los institutos Confucio) la afinidad ideológica iliberal respecto a la narrativa oficial Rusia es grande e influyente dentro de la opinión pública. Hoy vemos la ambigüedad calculada (en lugar de una clara condena o defensa) como una actitud presente en varios gobiernos, partidos y segmentos de la intelectualidad y población latinoamericana ante la agresión a Ucrania.

«La invasión es mala, pero la OTAN se expandió antes», nos dicen. Lo mismo sucede con la reconcentración de poder y el cierre mayor de libertades —desde Hong Kong a Shangái— en la China de Xi Jinping. «Es que son distintos, es otra tradición e historia», se alega. Como si la democracia al igual que el autoritarismo no fuesen fenómenos universales, adaptables a culturas y contextos, pero capaces de florecer en Occidente y Oriente, en el Norte y el Sur globales. Como demuestran, recordémoslo, los vecinos democráticos de Beijing: Taiwán, Japón, Corea del Sur, en primer lugar.

Tenemos que conocer y justificar nuestros problemas y propuesta. En América Latina tenemos nuestros propios problemas con la democracia (historia y desarrollo) que no son el resultado de la influencia china o rusa; pero estas se aprovechan de las afinidades culturales, las similitudes institucionales y las simpatías sociales útiles para sus agendas. El problema en el continente no son solo las autocracias globales. Irán o Cuba, así como las redes iliberales de la derecha (libertaria) y la izquierda (bolivariana) están aumentando su influencia dentro de las sociedades y los sistemas políticos latinoamericanos.

Latinoamérica: sombras sobre la resiliencia democrática

¿Que hacer?

Ante la ola de pragmatismo (cínico o resignado), coqueteos populistas y asedios autocráticos, vale la pena defender la agencia democrática desde aquella idea de Havel: «La esperanza no es la creencia de que algo saldrá inevitablemente bien, sino la certeza de que las cosas tienen un sentido, independientemente de cómo salgan».

Debemos reflexionar sobre lo que hacemos, para hacer a partir de lo que reflexionamos. Pues actuar eficazmente sobre un mundo de ideas y prácticas políticas altamente fluidas, cambiantes y complejas implica información, sofisticación, creatividad y articulación. Información para comprender el contexto y la visión del adversario. Sofisticación para conocer los mejores enfoques para la fortalecer la resiliencia democrática. Creatividad para revisar constantemente las buenas o malas prácticas de uno y de los otros. Articulación que nos permita actuar en red y con un plan, en lugar de campañas reactivas y fragmentadas.

Es importante actuar de manera temprana y coordinada. Cuando gobiernos populistas y, especialmente, regímenes autoritarios imponen lógicas de erosión, supresión y demolición de las libertades cívicas, es necesario combinar la denuncia y el apoyo internacionales con las estrategias de resistencia y autorganización social.

Frente a la influencia de China y Rusia en Latinoamérica, debemos retomar la discusión e influencia cultural, con atención y recursos similares a los que dedicamos a los medios de comunicación. Urge identificar canales de penetración de la narrativa iliberal, construir redes alternativas de académicos, artistas e influenciadores (especialmente jóvenes) y recuperar influencia en espacios académicos regionales.

El centro político —integrado por liberales, socialdemócratas, democristianos, nuevas identidades y movimientos ciudadanos, entre otros referentes programáticos— debe fortalecerse, innovando. La formación de activistas y analistas, la articulación de redes de ciudadanos y la innovación conceptual, tecnológica y organizacional en pro de la resiliencia democrática son tareas en esa dirección.

Organizaciones democráticas

Las organizaciones democráticas de la sociedad civil necesitan cuestionar y presionar a las organizaciones democráticas occidentales (europeas y estadounidenses) que actualmente apoyan, con recursos o apoyo político, a intelectuales, periodistas y organizaciones académicas que difunden narrativas iliberales en América Latina. Los intelectuales públicos democráticos deben intervenir en el debate público científico y cultural. Deben enfrentar el poder autocrático en América Latina, en espacios cívicos, mediáticos, académicos y otros.

Y, por último, pero no menos importante, si no resolvemos en nuestras frágiles democracias los problemas acumulados de cohesión social, desarrollo sostenible e incluyente, provisión de bienes y servicios públicos, transparencia y Estado de derecho, estas serán siempre vulnerables a la seducción del populismo interno y a la influencia (blanda o dura) de las autocracias extranjeras.

1Politólogo, historiador y profesor de El Colegio de Veracruz e investigador de Gobierno y Análisis Político AC. Estudia la relación entre la sociedad civil, las instituciones políticas y la democratización (y la desdemocratización) en América Latina y Rusia. Su más reciente libro “La otra hegemonía. Autoritarismo y resistencias en Nicaragua y Venezuela” (Editorial Hypermedia, 2020).

*Este artículo fue publicado originalmente en dialogopolitico.org el 23 de mayo de 2022

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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