OpiniónInternacional

Pega donde no se vea el moretón

María José Rodríguez Beller

Consultora internacional en reputación y crisis.

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Al comienzo los golpes fueron velados. Así pasó en Ecuador los primeros años del Gobierno de Rafael Corra. Presionar y presionar, desde los impuestos, la publicidad, las revisiones administrativas a los medios hasta lograr que separaran de sus pantallas e imprentas a periodistas “molestos” como Jorge Ortiz y Carlos Vera. Golpes, que no dejan marcas  visibles aunque magullan la democracia.

Los medios accedieron a los cambios impuestos  creyendo que dejarían de asfixiarlos. No pasó. Los ataques fueron más y más notorios y burdos hasta terminar en juicios millonarios contra columnistas y caricaturistas políticos de reconocida trayectoria. La cosa se puso tan candente y tan rutinaria que se comenzó a normalizar el odio a la prensa. Así como se veía y sentía natural el odio a los judíos en la Alemania nazi.

Un día mientras el periodista Jorge Ortiz daba un paseo a dos cuadras de su casa, se encontró, al doblar una esquina, con una camioneta repleta de militantes del correísmo. Lo reconocieron, se bajaron y le dieron tal golpiza que el periodista terminó internado. Los días fríos y húmedos le recuerdan el ataque vandálico en sus huesos.

No fue encarcelado, apresado ni torturado. Quizá por ello el tema no se hizo visible fuera del país y dentro, fue una raya más al tigre.  La agresión totalitaria se contagia, y los abusos del poder que amordazan voces disonantes terminan siendo parte del paisaje.

En Bolivia, el programa de la periodista Amalia Pando, de reconocido talento, y estruendosa voz (contraria al régimen) languidece sin recursos porque la autocensura de los poderes económicos cerró la billetera que podría darle algo de publicidad para su supervivencia. Ojo, que se habla de supervivencia, del simple derecho a vivir ejerciendo su oficio.

El periódico que me permite estás letras, acaba de denunciar un plan completo de amedrentamiento sutil. Confío en que se trata de actos residuales de una cultura anterior y que, poco a poco, la diferenciación de accionar de este régimen con la de su líder histórico se verá en la des-normalización del abuso rastrero.

Además de la crisis mundial de los medios tradicionales, los bolivianos sufren golpes silentes. Y como en Bolivia acostumbramos a mirar el futuro cortito, el pegado a nuestras narices y no el del horizonte, perdemos de vista las consecuencias. Una sola voz dominante,  es sinónimo de libertad de expresión restringida, imperio de las fakenews, manipulación de la información… en suma, heridas de muerte a la democracia.

Cuando el golpe es producto de la normalización del abuso, no el morete no es visible. Cuando se lleva a un sacerdote aprehendido, después de días de asedio, como en Nicaragua, sí lo es. Pero ya en ese punto, nada importa. Y llegar allí es cuestión de subir las escaleras del silencio y la aceptación cómplice. Bajar la mirada ante el abuso y relativizarlo, es saltar peldaños de “dos en dos”, hasta llegar a la abierta represión, la que deja magullada a toda la sociedad.

Cada golpe a las libertades, sean de expresión o acción, es una vulneración de  derechos y debilita la cultura democrática. Se convierten en esos  moretones imperceptibles debajo de la blusa que solo se adivinan en la triste y resignada mirada de quien los sufrió.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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María José Rodríguez Beller

Consultora internacional en reputación y crisis.

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